El simple acto de ser cortés puede mejorar tu vida. Puedes tener mejores relaciones, ganar respeto y aumentar tu autoestima y confianza en ti mismo.
El comportamiento viene desde la niñez, la formación en la que se hizo énfasis en la educación y hábitos adecuados o no, donde la importancia de ser cortés tuvo o no una importancia dentro del núcleo familiar. Las siguientes son características de las personas educadas que nunca es tarde para mejorar o desarrollar.
Las personas educadas siempre parecen tener excelentes habilidades de escucha activa, es decir, el acto de concentrarse, comprender, responder y recordar por completo lo que dice la otra persona. Los oyentes activos resisten el impulso de hablar sobre alguien; permiten que las personas terminen de expresarse antes de dar su opinión.
Para mejorar tus habilidades de escucha activa:
Cuando una persona te sonríe, es muy probable que también respondas con una sonrisa. Sonreír es una manera de saludar y además de hacerlo por educación, resulta que es algo (literalmente) contagioso.
Las personas educadas no pierden su tiempo o energía en dramas. Son lo suficientemente maduras como para saber que el drama no sólo no tiene sentido (sin importar la forma), sino que también es probablemente perjudicial para alguien. Lo mejor es pensar “No quiero ser parte de esto” y no involucrarse.
Descartar el drama no tiene por qué ser abrasivo o incómodo. Cuando la reina del drama local se te presente con un dato jugoso, simplemente reconoce con un “Ya veo” y cambia de tema. Sin daño, sin falta.
De acuerdo, hay un momento y un lugar para quejarse, pero hay quejas y quejumbrosos. Lo primero se utiliza como herramienta de conversación para expresarse respecto de algún desacuerdo o incomodidad; lo segundo es un tipo de persona que lleva lo primero al extremo, al quejarse constantemente de cada pequeño inconveniente y, lo peor, sin hacer nada para solucionar todo eso que le molesta, por lo que sus quejas suelen girar en torno a lo mismo todo el tiempo.
En lugar de quejarte de algo, escribe una lista de tres cosas por las cuales agradeces; llévala siempre contigo. Cuando surja la necesidad de quejarte de algo (y pasará), lee tu lista.
Los adultos tienen la capacidad, de hecho, la obligación, de pensar antes de hablar. No seguir estos simples consejos ha dado origen a muchos argumentos, corazones rotos y relaciones dañadas. Las personas educadas piensan antes de hablar en todo momento.
Algunas recomendaciones para convertirte en un conversador más reflexivo:
Si lo tuyo no es recordar nombres, probablemente has tenido ese momento embarazoso en el que saludas a una persona sin poder recordar su nombre. Si ser visto como educado no es una motivación suficiente para archivar el nombre de alguien, considéralo como una oportunidad para evitar la vergüenza. Para recordarlo puedes asociarlo con un objeto, un lugar, otra persona, etcétera, algo que te ayude a no olvidar.
El chisme es algo que los adultos maduros no deberían hacer, punto. Cualquiera que desprecia los chismes te dirá que no tiene sentido, consume energía, es molesto y despreciable. Con los chismes se lastima a los involucrados, además de que se escapa energía y positividad.
Tener creencias y opiniones está bien, no así intentar forzar tus creencias u opiniones a otra persona. Las personas educadas no hablan de sus creencias y opiniones, pues saben que ese comportamiento es inmaduro y grosero. Las personas educadas no hacen proselitismo sobre nada. Nunca.
El espacio personal es, para la mayoría de las personas sino es que todas, algo sagrado. De hecho, intentar obstaculizar el espacio personal de alguien a menudo se castiga con una mirada de disgusto y un contundente “¡¿Disculpa?!”. No respetar el espacio personal de una persona educada puede resultar en un paso sutil en la dirección opuesta. No todos se sienten a gusto con el contacto físico, así que respeta que la otra persona no te dé la mano o evite recibir tu abrazo.
Las personas educadas tratan a los demás con respeto y como iguales. Esto se ve principalmente con aquellos que en empresas tienen cargos directivos y se acercan y se preocupan por los integrantes de su equipo, pero debe pasar en todos los niveles sociales, no hay que dejar esto sólo a los empresarios.
La razón de esto es bastante simple: no conocen la historia del otro. Juzgar a alguien es el epítome de la ignorancia, sin mencionar la grosería. Cuando juzgas, hay algo en ti (no en alguien más) con lo que estás profundamente descontento. Depende de ti descubrir qué es ese “algo” y dejar de juzgar maliciosamente a los demás.
Con información de Power of Positivity
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