Con demasiada frecuencia, el primer mensaje que una niña recibe sobre su cuerpo es que es imperfecto: que es demasiado gordo o demasiado delgado; que ella es demasiado oscura o demasiado pecosa. Sin embargo, para algunas niñas el mensaje es que, para ser aceptadas por la comunidad, sus cuerpos deben ser cortados, alterados e incluso reformados a través de una práctica conocida como mutilación genital femenina (MGF).
En lo que a menudo se considera un rito de iniciación, la mutilación puede dar lugar a graves complicaciones de salud, incluidas infecciones, dolor crónico e infertilidad. Puede incluso llegar a ser mortal.
A pesar de ser reconocida internacionalmente como una violación de los derechos humanos, unos 200 millones de niñas y mujeres vivas hoy en día han sido sometidas a la mutilación y, si persisten las tasas actuales, se estima que 68 millones más serán sometidas a esta práctica entre 2015 y 2030.
Se considera mutilación genital femenina todo procedimiento que involucre la extirpación total o parcial de los genitales externos femeninos u otras lesiones de los mismos por motivos no médicos. Existen cuatro tipos de MGF:
Los tipos I y II son más frecuentes, pero varían entre los distintos países y comunidades. El tipo III —la infibulación— lo sufre alrededor del 10 por ciento de todas las mujeres afectadas.
Allí donde se practica, la MGF cuenta con el apoyo de hombres y mujeres, generalmente sin cuestionamiento, pero las razones de la práctica a menudo están arraigadas en la desigualdad de género.
En algunas comunidades, se usa para controlar la sexualidad de las mujeres y las niñas. A veces es un prerrequisito para el matrimonio, y está estrechamente vinculada con el matrimonio infantil.
En algunas sociedades, tiene como base mitos acerca de los genitales femeninos, por ejemplo, que un clítoris sin extirpar crecerá hasta el tamaño de un pene, o que la MGF aumentará la fecundidad. Otras consideran a los genitales externos femeninos algo sucio y feo.
Cualquiera que sea la razón, la mutilación viola los derechos humanos de las mujeres y las niñas y las priva de la oportunidad de tomar decisiones críticas e informadas acerca de sus cuerpos y sus vidas.
La práctica precede el surgimiento del cristianismo y el Islam. Se dice que algunas momias egipcias muestran características de mutilación. Historiadores como Herodoto afirman que, en el siglo V A. de C., los fenicios, los hititas y los etíopes practicaban la circuncisión.
También se ha informado que se adoptaron ritos de circuncisión en las zonas tropicales de África, en las Filipinas, que los adoptaron algunas tribus en el Alto Amazonas al igual que mujeres de la tribu Arunta en Australia, e incluso los antiguos romanos y árabes. Incluso en época tan reciente como la década de 1950, la clitoridectomía se practicaba en Europa occidental y los Estados Unidos para el tratamiento de ciertas dolencias, entre ellas los trastornos mentales y sexuales.
Hoy en día, la práctica se encuentra en comunidades de todo el mundo, y aunque a menudo se piensa que está relacionada con el Islam, este no la refrenda, en tanto que muchas comunidades no islámicas la practican. Sin embargo, ninguna religión promueve o tolera la MGF, y muchos líderes religiosos la han denunciado.
Independientemente de dónde se realice y quién la lleve a cabo, la mutilación tiene serias implicaciones para la salud sexual y reproductiva de las mujeres y las niñas.
Los efectos de la MGF varían en función del tipo de intervención, la experiencia del profesional y las condiciones en que se realice. Las complicaciones pueden abarcar dolor grave, conmoción, hemorragia, infección, retención de orina y mucho más.
En algunos casos, la hemorragia e infección pueden ser lo suficientemente graves como para causar la muerte. Los riesgos de largo plazo comprenden complicaciones durante el parto y efectos psicológicos.
Tradicionalmente, la mutilación la lleva a cabo un miembro de la comunidad designado a tal efecto, a veces utilizando instrumentos rudimentarios, como hojas de afeitar, a menudo sin anestesia ni antisépticos, pero también pueden realizarla médicos, en lo que se conoce como “MGF medicalizada”. Sin embargo, incluso en esos casos, puede haber consecuencias graves para la salud.
Además, el hecho de que personal médico realice la MGF erróneamente pueden transmitir el mensaje de que la práctica es médicamente saludable, lo que contribuye a consolidarla aún más.
Para las familias puede ser difícil negarse a mutilar a sus hijas. Quienes rechazan la práctica puede enfrentar una condena o incluso el ostracismo, y sus hijas podrían ser consideradas inadmisibles para el matrimonio. Sin embargo, hay maneras de poner fin a la MGF.
El abandono colectivo, mediante el cual toda una comunidad decide no practicar la mutilación, es una manera eficaz de poner fin a la práctica, y garantiza que ninguna niña o familia se vean perjudicadas por la decisión.
En 2008 el UNFPA y el UNICEF establecieron el Programa Mundial Conjunto para Poner Fin a la Mutilación Genital Femenina, el mayor programa mundial para acelerar el abandono de la MGF y ofrecer atención a las mujeres y niñas que viven con sus consecuencias.
Hasta la fecha, el programa ha ayudado a que más de tres millones de niñas y mujeres reciban servicios de atención y protección contra el MGF. Más de 30 millones de personas en más de 20,000 comunidades han hecho declaraciones públicas de abandono de la práctica.
Con el apoyo del UNFPA y otros organismos de las Naciones Unidas, muchos países han aprobado leyes que prohíben la mutilación y han elaborado políticas nacionales dirigidas a lograr su abandono, pero las leyes no tendrán éxito por sí solas.
Hay que hacer más para poner fin a esta práctica nociva, y cada persona puede emprender acciones en ese sentido. Únete al movimiento para poner fin a la mutilación genital femenina.
Fuente: El Fondo de la Población para las Naciones Unidas.
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