5 genios que solían dejar las cosas para después
Wolfgang Amadeus Mozart escribió la obertura de Don Giovanni en una sola noche: la previa al estreno de su ópera. Wolfgang Amadeus Mozart escribió la obertura de Don Giovanni en una sola noche: la...
Wolfgang Amadeus Mozart escribió la obertura de Don Giovanni en una sola noche: la previa al estreno de su ópera.
Wolfgang Amadeus Mozart escribió la obertura de Don Giovanni en una sola noche: la previa al estreno de su ópera. ¿La razón? Muy simple: él era Mozart.
A sus 31 años componía sinfonías completas en su mente, a menudo mientras jugaba billar, y a veces no se ponía a escribir hasta haber terminado la obra en su cabeza primero. En el estreno de Don Giovanni, la tinta en las copias de la partitura de la obertura aún estaba fresca y no había tiempo para ensayar. “Algunas notas se perdieron”, se mofó Mozart después, “pero salió bien”.
Frank Lloyd Wright creó su obra arquitectónica más famosa a los 68 años… en un par de horas.
En 1934 Edgar Kaufmann, un magnate de Pittsburgh, Pensilvania, dueño de una cadena de tiendas departamentales, contrató a Wright para que construyera una casa de retiro sobre una cascada en una finca que tenía en un bosque cercano. El arquitecto visitó el lugar, y después le dijo a Kaufmann que tenía grandes planes; lo cierto es que no había trazado ni una línea. Las semanas y los meses transcurrieron. Luego, una mañana de domingo de septiembre de 1935, Kaufmann decidió visitar el estudio de Wright para ver los avances; por teléfono le avisó que llegaría antes de la hora del almuerzo, y que ardía en deseos por ver los planos de la casa. Mientras sus aprendices lo miraban nerviosos y Kaufmann iba en camino, Wright terminó de desayunar; luego dibujó los planos de lo que sería Fallingwater, o Casa de la Cascada, un icono del diseño moderno y un Monumento Histórico Nacional estadounidense.
Franz Kafka tenía un trabajo diurno como empleado de seguros que le dejaba tiempo de sobra para cavilaciones existenciales, pero muy poco para ponerlas por escrito.
Sin embargo, cuando lo ascendieron a un puesto que le permitía salir a las 2 de la tarde, dejar las cosas para después se convirtió en su rasgo más distintivo. En una carta que le envió a su prometida, Kafka describe un día típico después del trabajo: “Almuerzo a las 3:30 de la tarde… hago siesta hasta las 7:30 de la noche… siguen 10 minutos de ejercicio, desnudo y con la ventana abierta… una caminata de una hora… y luego ceno con mi familia”. ¿A qué hora escribía? No antes de las 11 de la noche, y algunas veces no paraba hasta las 6 de la mañana del día siguiente. A decir verdad, ese sistema no es el mejor: el sombrío novelista murió a los 40 años de edad, y dejó muchas obras inconclusas.
Hunter S. Thompson fue contratado por la revista Scanlan’s Monthly en 1970 para que hiciera la cobertura periodística del Derby de Kentucky.
Thompson se atrasó en todo, desde solicitar el pase de prensa para el evento y reunirse con el ilustrador Ralph Steadman hasta escribir el reportaje. Con la fecha límite encima y el mensajero de la revista esperando literalmente en la puerta de su cuarto de hotel, Thompson arrancó las hojas de su bloc de apuntes y las mandó a la imprenta sin corregir. Estaba seguro de que el incoherente montón de notas pondría fin a su carrera, pero no fue así: “El Derby de Kentucky es decadente y depravado” le valió críticas muy favorables, y su maniaco estilo en primera persona dio origen al llamado periodismo gonzo.
Víctor Hugo comenzó a escribir El jorobado de Nuestra Señora en el otoño de 1830, con una apremiante fecha límite de entrega: febrero de 1831.
Había comprado una enorme botella de tinta como preparación, pero no tenía ganas de ponerse a escribir, así que hizo lo que ningún hombre en su sano juicio haría: se desnudó. Guardó la ropa bajo llave para evitar la tentación de salir a la calle y se quedó sólo con un mantón gris. Según su esposa (¡pobre mujer!), esta prenda tejida que le llegaba hasta los pies fue su uniforme durante meses. La estrategia funcionó: usando toda la tinta, el escritor terminó el libro semanas antes de la fecha límite. Incluso consideró titularla “Lo que salió de una botella de tinta”, y desaprovechó la oportunidad de crear un clásico de la literatura llamado “Lo que salió de mi sucio mantón gris”.