“Me sentía agobiada de debilidad, con mucha fatiga”, recuerda Leslie Pitcher. Era un síntoma raro en esta madre soltera de Blackpool, Inglaterra, quien a sus 41 años estaba sana y en forma. En 2010 acudió varias veces al médico, pero éste no observó signos de que padeciera ninguna enfermedad.
Luego empezó a tener otras molestias: rigidez en las articulaciones, aumento de peso y una emotividad exagerada. “El problema básico era una constante falta de energía”, dice.
La doctora Rupal Shah, médica general de Londres, afirma que la fatiga es uno de los trastornos más comunes de sus pacientes. Si te sobreviene un cansancio inexplicable, no lo pases por alto.
“La mayoría de las veces la fatiga tiene relación con el estado de ánimo y el sinfín de pequeñas presiones de la vida, pero el médico puede descartar alguna causa seria”, explica Shah. “El solo hecho de saber que se goza de buena salud puede ser tranquilizador, y si hay una afección subyacente, cuanto antes se trate, mejor”.
En enero de 2012 a Leslie se le agotó la paciencia. Volvió al médico y le exigió hacer algo.
Él pidió un análisis sanguíneo completo, el cual reveló que Leslie padecía hipotiroidismo, un trastorno en el que la tiroides, glándula de secreción interna situada en el cuello, produce tiroxina en cantidad insuficiente para regular el ritmo cardiaco, la presión arterial y la temperatura corporal, y para convertir el alimento en energía, lo que causa una profunda debilidad.
Leslie no tardó en empezar a tomar medicina para la tiroides y ahora mantiene un peso estable, ya no tiene rigidez articular y la fatiga constante es cosa del pasado.
“Si sufres un cansancio que persiste más de una semana y tienes además otros síntomas, como aumento de peso, estreñimiento y metabolismo lento (un aletargamiento general), pide al médico que te mande hacer un perfil de función tiroidea”, aconseja la doctora Kristien Boelaert, endocrinóloga de la Universidad de Birmingham, en el Reino Unido.
“La fatiga es el síntoma más común de hipotiroidIsmo, que sin tratamiento no hace más que empeorar”.
“En la primavera de 2012, cuando tenía 41 años, empecé a sentirme rendido. Sólo quería estar acostado”, dice Kjell Mathiassen, administrador de un hospital en Sandnes, Noruega.
No lo podía creer. Siempre había sido deportista y le gustaba mantenerse activo en compañía de sus dos hijos, pero de repente apenas podía levantarse del sofá para sacar a pasear al perro.
Cuando acudió al médico, éste le aconsejó relajarse, tomar la vida con más calma. No le mandó hacer análisis de sangre.
Todo el verano su fatiga fue en aumento, y luego empezó a subir de peso y a sofocarse al realizar esfuerzos físicos.
“Estaba harto y frustrado”, dice. “En septiembre de ese año fui al hospital y me hice una química sanguínea completa”.
Este análisis y una tomografía posterior revelaron que padecía una grave afección cardiaca. “Estaba destrozado”, recuerda.
Le dijeron que tenía el corazón agrandado (señal de un esfuerzo excesivo del órgano) y que funcionaba apenas al 13 por ciento de su capacidad. Ésa era la causa de la fatiga.
Le recetaron fármacos; al cabo de dos meses su corazón ya funcionaba al 50 por ciento, un grado aceptable, y no había razón para que no pudiera llevar una vida normal.
“La fatiga es un síntoma distintivo de la insuficiencia cardiaca”, señala Kenneth Dickstein, profesor de medicina en la Universidad de Bergen, Noruega, y fundador del sitio web internacional heartfailurematters.org.
“Los pacientes suelen llamar fatiga a su incapacidad para realizar tareas normales o a su intolerancia al ejercicio. Esos síntomas pueden conducir a un diagnóstico de insuficiencia cardiaca, así que es esencial hacerse pruebas para confirmarlo”-
Kjell ha vuelto a llevar una vida plena. “Esto me enseñó lo importante que es hacer caso a los trastornos de salud”, dice. “No estoy preparado para dejar a mi familia todavía”.
Sabine Badge, mujer de 52 años que dirigía un jardín de niños en Hattingen, Alemania, tenía fuerzas de sobra para interesar a sus jóvenes alumnos en aprender; sin embargo, en el otoño de 2002 empezó a sufrir un dolor muscular inexplicable y una fatiga extrema.
“De pronto me sentía exhausta sin ninguna razón”, cuenta. “A veces también tenía síntomas parecidos a los de la gripe”.
Pasó más de un año acudiendo a distintos médicos y sometiéndose a diversas pruebas, entre ellas análisis completos de sangre y orina, de función tiroidea y de diagnóstico de la enfermedad de Lyme, con lo que se descartaron varios padecimientos posibles, hasta que a finales de 2003 le diagnosticaron el síndrome de fatiga crónica (SFC).
“El SFC es muy difícil de diagnosticar porque no disponemos de un examen específico para ello y los enfermos presentan síntomas muy diversos”, dice Carmen Scheibenbogen, profesora de inmunología y vicepresidenta del Instituto de Inmunología Médica del Hospital Charité, en Berlín.
Sabine, por ejemplo, también padece fibromialgia e hipersensibilidad a múltiples sustancias químicas.
“Parte del problema es que muchos médicos no están familiarizados con el SFC, y su causa aún se desconoce”, explica la experta. “En la mayoría de los casos se inicia como una reacción a diversas infecciones”.
A Sabine la tratan desde hace seis años con medicina ortomolecular, que consiste en el uso de dosis altas de vitaminas, minerales y hormonas.
Todos los días toma vitaminas B12 y C, magnesio y ácidos grasos omega 3, y le aplican inyecciones intravenosas de acetilcisteína y glutatión.
“Me siento mejor, pero los síntomas nunca desaparecen por completo”, dice Sabine, hoy de 64 años y jubilada. “Me integré a un grupo de autoayuda de SFC donde compartimos información sobre medicinas y tratamientos nuevos. Me ayuda mucho”.
Hace unos 10 años Hanna Lilius, asistente administrativa de investigación de 46 años de edad, de Pirkanmaa, Finlandia, empezó a sentir melancolía.
Poco a poco la acometieron otros síntomas: lloraba mucho, tenía olvidos, se exasperaba con su familia y estaba rendida todo el tiempo.
“Hasta los problemas leves me parecían insuperables”, cuenta. La fatiga y demás síntomas acabaron por afectar su vida laboral y familiar.
Cuando un médico le diagnosticó depresión, en 2013, ella se sorprendió. “No sabía que el cansancio fuera síntoma de depresión”, dice.
Desde entonces hasta la primavera de 2014, consultó a un psicólogo y a un psiquiatra como parte de un tratamiento personalizado para sus necesidades, y a veces faltaba al trabajo. También le recetaron antidepresivos.
“Finalmente, gracias a la atención profesional y a los medicamentos, en noviembre de 2014 pude volver al trabajo”, cuenta Hanna. “Ahora me siento mucho mejor”.
“La depresión es siempre un trastorno polifacético que se manifiesta con síntomas variables”, dice Seppo Hietanen, psiquiatra del Centro Médico Mehiläinen, en Helsinki. “Uno de sus insidiosos síntomas es la fatiga. Por fortuna disponemos del tratamiento individualizado, que permite a los pacientes reintegrarse al trabajo y seguir llevando una vida normal”.
“La primera vez que me sentí muy cansado, hace ya más de 20 años, me preo-cupé mucho, como es lógico si se considera que soy conductor de autobús en la ciudad de Gotemburgo”, dice Meir Ivgi, hombre sueco de 55 años.
“Cada vez que empezaba a quedarme dormido sentía que me asfixiaba, lo que me llenaba de pavor y volvía a despertarme. Acudí a muchos médicos de distintas especialidades, pero ninguno fue capaz de darme una solución”.
En 1994 le extirparon las amígdalas, lo cual le alivió el trastorno durante un año, pero al cabo de ese tiempo sus síntomas reaparecieron.
Tres años después lo remitieron a una clínica de apnea del sueño, donde pasó una noche bajo observación. El diagnóstico resultó positivo: Meir padecía apnea obstructiva.
Como explica el especialista Jan Hedner, del Hospital Sahlgrenska, asociado a la Universidad de Gotemburgo: “Cuando una persona aquejada de apnea duerme, su garganta se relaja y se colapsa periódicamente, lo que produce episodios de hipoxia que hacen imposible conciliar un sueño profundo y reparador”.
Sin embargo, en ese momento no se consideró que la apnea de Meir fuera lo suficientemente seria para hacerlo usar una mascarilla respiratoria, dispositivo que aumenta la presión del aire en la garganta para que no se colapse al inhalar durante el sueño.
“La fatiga constante tuvo enormes repercusiones en mi vida. Me hacía dormir cada vez más tiempo, pero no por eso descansaba mejor”, recuerda Meir. “Con el paso del tiempo el padecimiento empeoró”.
Por fin, hace unos siete años, Meir supo que el Hospital Sahlgrenska iba a realizar un estudio sobre la apnea del sueño. Solicitó participar en él y fue así como finalmente pudo probar una mascarilla respiratoria, que ahora usa todas las noches.
“Duermo mil veces mejor que antes”, dice. “Mi calidad de vida también mejoró, y ya no me da miedo quedarme dormido al volante”.
Hace ocho años Larry Rainey y su esposa, Elaine, vendieron la casa que tenían en un suburbio de Toronto, Canadá, y se mudaron en definitiva a su casa de campo cerca de Minden, en Ontario.
Maestro de primaria jubilado de 62 años, Larry es feliz en su “finca rústica”, rodeado de alces y ciervos, abedules, robles y arces. A Elaine también le encanta vivir allí.
Sin embargo, en noviembre de 2013 Larry empezó a sentirse cansado sin motivo aparente. “Subir un tramo de escaleras me dejaba sin aliento”, recuerda. “Subir una pendiente me era prácticamente imposible”.
La fatiga no le permitió cortar leña para el invierno ni hacer las incontables tareas necesarias para mantener la casa en buen estado.
En abril de 2014, cuando se sometió a pruebas preliminares para una intervención quirúrgica por una lesión del hombro, los análisis de sangre revelaron que padecía anemia ferropénica: su cuerpo carecía del hierro necesario para producir hemoglobina, la proteína de los glóbulos rojos que transporta el oxígeno a todo el cuerpo.
Sucesivos estudios indicaron que tenía pólipos sangrantes en el estómago, la causa más probable de la deficiencia de hierro. Hubo que aplazar la operación hasta que se pudiera restituirle el nivel normal de hierro.
Le hicieron tres transfusiones del mineral antes de la intervención, a finales de junio de 2014. Por consejo del médico también empezó a tomar complementos orales de hierro y vitamina B12, y a comer más alimentos ricos en el mineral.
“Hay más de 100 tipos de anemia”, señala Marianne de Bretan-Berg, enfermera y coordinadora del Programa de Administración de Sangre de Pacientes en el Centro de Salud Regional Southlake, en Ontario.
“La insuficiencia de hierro puede producir síntomas como fatiga”.
Larry sintió que recobraba la vitalidad en cuanto le restituyeron el nivel normal de hierro en la sangre. “He sentido un aumento de energía notable”, dice. “Ya no tengo dificultad para salir a pasear al campo”.
A Marie Christine Dubois, enfermera francesa de 54 años, le parecía que se había pasado la vida cansada y que nunca le habían sabido decir por qué.
“De niña me gustaban los deportes, pero siempre me cansaba más que los demás”, dice. “Cuando tenía 11 años quedaba tan rendida al terminar cada semana de clases, que dedicaba el sábado y el domingo a descansar”.
También padecía malestares estomacales y diarrea. Cuando tenía alrededor de 18 años su médico familiar pensó que la fatiga podía deberse a anemia y le prescribió tabletas de hierro, que no hicieron sino empeorar sus molestias de estómago.
Como entre los 20 y los 29 años de edad padeció trastornos inmunitarios, su incapacitante cansancio se atribuyó a ellos, y más tarde al estrés.
A ningún médico se le ocurrió que la causa podía ser su dieta de alimentos frescos y rústicos, que incluía pan francés.
En esa época la intolerancia al gluten (también llamada enfermedad celiaca, o celiaquía), una alteración autoinmune producida por una reacción del intestino delgado al gluten, era desconocida.
En 2001, cuando tenía 41 años, Marie Christine consultó a un médico del hospital donde trabajaba. Éste mandó hacerle una sencilla prueba de diagnóstico de intolerancia al gluten. Algunos pacientes tienen síntomas parecidos a los de la enfermedad celiaca, pero las pruebas resultan negativas.
En tal caso es posible que se padezca hipersensibilidad al gluten, un trastorno distinto que no daña el intestino delgado como la celiaquía. La prueba de Marie Christine fue positiva: padece la enfermedad.
“Desde entonces todo empezó a tener sentido”, cuenta. “En mi diario de salud consta que cuando era bebé tuve un acceso de diarrea la primera vez que me dieron de comer cereales. Era evidente que había sido intolerante al gluten desde que nací”.
“La fatiga es uno de los síntomas más comunes de la intolerancia al gluten”, comenta la doctora Anneli Ivarsson, profesora adjunta en la Universidad de Umeå, Suecia.
“Si sufres de fatiga y falta de energía, acude a un médico para que te mande hacer la prueba de diagnóstico. No evites el gluten por propia iniciativa; busca siempre el consejo de un profesional de la salud. La enfermedad celiaca dura toda la vida, y la eliminación del gluten debe ser gradual”.
“He adoptado muchos cambios en mi alimentación, pero llevo una vida normal”, señala Marie Christine. “Todavía como una porción pequeña de pan todos los días. El pan francés es demasiado bueno para renunciar a él por completo”.
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