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Adicción a los fármacos

Con Óscar García, la vida había sido generosa. Tenía un buen trabajo, una familia feliz y la posibilidad de dedicar todo el tiempo a las actividades que más lo apasionan: el deporte y el baile, pasatiempos que jamás imaginó lo llevarían a vivir lo que él mismo define como la peor etapa de su existencia.

La dedicación de tantas y tantas horas al ejercicio le produjo una lesión en el cuarto y quinto discos de la columna. Padecía terribles dolores, situación que lo llevó a tomar fármacos fuertes.

“El médico me recetó un analgésico con nalbufina, el cual me aliviaba el dolor y me relajaba, pero después lo abandoné porque me sometieron a una operación para corregir el problema en la espalda”, recuerda Óscar.

Sin embargo, lo que tendría que haber sido la solución a su problema, se convirtió en el principio de su calvario. “En la cirugía hubo negligencia médica; me cortaron los nervios que dan movimiento a las piernas, y quedé inválido, así que tuve que iniciar una terapia de rehabilitación sumamente dolorosa”, dice Óscar, de 52 años de edad.

Los médicos le recetaron un segundo analgésico, igual de potente que el anterior —buprenorfina—, pero a diferencia del otro, éste no lo aletargaba. Su enganche con la sustancia empezó cuando el terapeuta que continuaría con el tratamiento le indicó que no era necesario que lo siguiera consumiendo, y aunque Óscar lo aceptó, no dejó la dosis que él mismo se impuso: de 9 a 12 ampolletas diarias, que según él le ayudaban a recuperar el movimiento de las extremidades.

“No había dinero que alcanzara para cubrir mi adicción, y empecé a perder mis bienes, al punto de que tuve que dormir sobre un colchón de hule espuma. Llegué a pesar 40 kilos y perdí el entusiasmo que antes me caracterizaba; yo era muy sociable, y de pronto ya no quería saber de nadie.

Me daba vergüenza ponerme camisas de manga corta porque tenía los brazos destrozados por las inyecciones. Finalmente, con el apoyo de mi hermana Rosa y dos amigos más, decidí que tenía que acceder a tomar un tratamiento para abandonar lo que cuesta tanto trabajo reconocer: la adicción a los fármacos”.

Quienes tienen la mala fortuna de volverse adictos a las drogas legales, entre las que se cuentan los medicamentos, inician de una manera hasta cierto punto involuntaria, pues como explica la psicóloga Mariana Gutiérrez Lara, de la Facultad de Psicología de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), su principal objetivo es aliviar un dolor.

Sin embargo, cuando dejan de lado el control médico, les resulta sencillo alterar las dosis para lograr bienestar, al grado de depender absolutamente de ellos. Y, al igual que Óscar, infinidad de personas ni siquiera se dan cuenta de que son adictas.

En México, el consumo de medicamentos sin prescripción médica no es alarmante. Se calcula que va del dos al cinco por ciento del total de la población que reconoce haber consumido drogas, según datos de la Encuesta Nacional de Adicciones 2008.

No obstante, se advierte como un problema creciente que amenaza notablemente más a los hombres que a las mujeres. Otro dato relevante es que ambos grupos prefieren los tranquilizantes, y en segundo lugar las anfetaminas.

“El aumento que se ha registrado responde a la facilidad con que se tiene acceso en México a cualquier tipo de fármaco”, explica Leticia Echeverría San Vicente, experta en conductas adictivas de la UNAM. El 27 de mayo de este año, México oficializó el decreto con el que restringe la venta de antibióticos y la condiciona a la presentación de una receta médica.

El riesgo de experimentar

Los fármacos con efectos estimulantes, tranquilizantes, analgésicos o bien aquellos que ayudan a conciliar el sueño, representan una alternativa para el tratamiento de cuadros de depresión, de ansiedad o dolor; sin embargo, su naturaleza exige la vigilancia de un médico y, en algunos casos, incluso se requiere la intervención de un terapeuta psicológico.

“Las drogas médicas tienen dos características: crean tolerancia y, conforme pasa el tiempo, dejan de tener el mismo efecto de alivio que producían en un principio; la consecuencia es que el paciente incrementa la cantidad en busca del bienestar original. Así inicia el proceso de adicción”, explica Leticia Echeverría.

Por otro lado, si se dejan de tomar o se reduce la dosis, se presenta un síndrome de abstinencia que genera síntomas como agitación, hiperactividad y ansiedad, eventos que impulsan a ingerir una mayor cantidad de sustancia, agrega.

Y esta situación se agudiza cuando las personas toman numerosos medicamentos diferentes, ya sea deliberada o inadvertidamente. Estas sustancias pueden interactuar y producir graves efectos colaterales, incluso la muerte.

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