El médico le diagnosticó una infección general, y la puso en tratamiento con antibióticos por ocho semanas. Tara notó mejoría en el dedo, pero el adormecimiento no desapareció; se convirtió en un dolor que aumentó a lo largo de los tres meses siguientes, dificultándole caminar.
También sufría accesos esporádicos de dolor abdominal punzante que duraban unos segundos.
Casi cuatro meses después, estaba tan debilitada por el dolor y el adormecimiento, que acudió a urgencias tres veces en una semana. En la tercera visita, una ecografía reveló que uno de sus riñones había dejado de funcionar, pero uno de los médicos no estaba convencido de que ése fuera el único problema.
Cuando falla un riñón, se suele tener dolor de espalda, y a Tara lo que le dolía era el centro del abdomen.
El médico acudió al Hospital Público Grey Nuns de Edmonton para hablar con la doctora Heather Cox. “Él me dijo que Tara no tenía pulso en el pie, sus dedos estaban azulados y no sentía la pierna”, refiere Cox.
Tara llegó al hospital por la noche, y Cox ordenó una angiotomografía. El resultado alarmó a la doctora.
“La arteria del riñón dañado estaba obstruida por completo”, dice, “al igual que la arteria que irriga la pierna derecha, desde el ombligo hasta el tobillo”. También había obstrucciones en la pierna izquierda.
Cox descubrió la causa del dolor abdominal de la paciente: dos de las tres arterias que irrigan los intestinos estaban obstruidas o dañadas.
Tara tenía vasculitis, trastorno que consiste en la inflamación y cicatrización recurrentes de los vasos sanguíneos y que puede llegar a ensanchar las paredes arteriales hasta cerrarlas. Es una enfermedad rara, con una tasa de mortalidad de cerca de 10 por ciento, explica Cox.
La solución era realizar una derivación de los vasos cicatrizados, pero la vasculitis tiene un elevado índice de recurrencia. Un reumatólogo le recetó esteroides a Tara para reducir la inflamación, y un vasodilatador para abrir arterias y capilares.
Dos días después, Cox conectó un vaso sanguíneo artificial a los vasos en mejor estado que pudo encontrar en las piernas de la paciente para derivar más secciones dañadas.
La operación duró cinco horas. Cuando Tara despertó, ya no sentía dolor. Aún tenía adormecido el tercer dedo del pie derecho (el enrojecimiento, confundido al principio con una infección, era síntoma de una gangrena incipiente; la circulación se restableció tras la intervención), pero ya sentía la pierna otra vez.
Volvió a caminar a los 10 días. No obstante, debido al daño que habían sufrido los vasos sanguíneos de los intestinos, seguía teniendo dificultades para digerir la comida.
Tara regresó a casa al cabo de un mes, pero cuando dejó de tomar los esteroides, volvió a sentir adormecida la pierna derecha. De nuevo en el hospital, una tomografía mostró que la inflamación había reaparecido y la derivación estaba bloqueada.
Aunque Cox le sugirió otra intervención, a la paciente le preocupaba el riesgo de infección y los problemas digestivos. “La operación puede llegar a paralizar los intestinos porque el organismo se centra en sanar otros órganos”, explica la médica.
A Tara le preocupaba también pasar por otra operación sin garantía definitiva de conservar la pierna.
Optó porque le amputaran la pierna por debajo de la rodilla y le colocaran una prótesis. Tendrá que tomar esteroides y antihipertensivos por el resto de sus días para mantener los vasos sanguíneos sin obstrucciones y permitir que la sangre llegue a todos los órganos.
“Ya había sufrido mucho y quería seguir con su vida”, afirma Cox. “Fue una decisión difícil, pero muy valiente”.
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