El aguacate pertenece al reino vegetal, que cuenta con una asombrosa gama de frutas que, en su gran mayoría, ofrecen lo mismo: dulzura. Las frutas seducen a los animales con acarameladas promesas y los convencen para que coman sus pulpas y esparzan sus semillas.
Esta propuesta es atractiva con justa razón: ingerir carbohidratos simples es la forma más rápida en la que cualquier criatura en movimiento puede obtener la dosis de energía que requiere.
Pero el aguacate es el bicho raro que ofrenda sus encantos no con azúcar, sino con una grasa rica y cremosa.
Si bien los lípidos del aguacate alguna vez fueron parias alimentarios, son los que, en buena medida, lo han transformado en un aliado de la salud: lo ponen en trozos en casi todas las ensaladas y lo machacan al preparar guacamole como si todos los días fueran el domingo del Supertazón.
Cada una de las piezas del aguacate brindan hasta 30 gramos de grasa, 20 de los cuales son monoinsaturados y aumentan el colesterol “bueno” (lipoproteína de alta densidad) a la vez que reducen el riesgo de cardiopatía. También es muy bueno cuando de controlar el peso se trata, ya que tiene fibra y sacia el hambre.
Investigadores hallaron recientemente que los mayores de 50 años que comieron un aguacate al día durante 6 meses mejoraron (sí, ¡mejoraron!) su cognición. Esto es cortesía de un pigmento, llamado luteína, que posee.
También lo encontrarás, y en mayores cantidades, en las hortalizas; no obstante, gracias a su grasa monoinsaturada, lo absorberás y se transportará al cerebro con mayor facilidad. Si quisieras gozar del mismo efecto con las hojas, tendrías que bañarlas con aceite de oliva.
Cuando los expertos en salud comenzaron a ponderar los lípidos buenos, el aguacate se convirtió en un objeto de deseo. En 1985, los estadounidenses comían 181 toneladas de aguacate por semana; se estima que en 2019 rebasaron las 2,200.
En otros países el aguacate ha sido muy popular durante décadas: en Brasil lo mezclan con leche condensada, crema y jugo de limón; en Indonesia lo licúan con jarabe de chocolate, mientras que en Marruecos lo hacen con leche, azúcar y agua de azahar.
Pero por mucho que los humanos amemos el aguacate, no somos la primera especie en atesorar su nutritiva pulpa. Hace milenios, en el sur de México y en América Central, de donde viene, existieron animales con sistemas digestivos lo suficientemente grandes como para procesar y después dispersar su gran semilla.
Se trata de la llamada megafauna: perezosos cuya talla podía alcanzar los 3 metros; gliptodontinos, criaturas parecidas a los armadillos, del tamaño de un auto compacto, y los gonfotéridos, primos del elefante con colmillos gigantescos.
Los historiadores y botánicos no saben exactamente cuál de ellos se alimentaba de el aguacate, pero todos habrían sido capaces de echarlo a sus bocas como cacahuates y después defecar su hueso muy lejos para que brotaran nuevos árboles. De no haber desperdigado mi semilla descomunal y rara, el espeso regalo escarlata no habría sido más que un suspiro en la historia de los frutos dulces.
Ahora adelantemos el tiempo, a hace unos 13,000 años, cuando aparecieron los humanos y cazaron a los colosales clientes del aguacate hasta extinguirlos. Si las personas no hubieran decidido que les encantaban las dosis de grasa vegetal, eso también habría significado su desaparición.
Aunque el aparato digestivo humano no puede con la semilla del aguacate, las manos sí, y de este modo fue capaz de colonizar más terrenos: gracias al pulgar oponible del Homo sapiens que lo comía y lanzaba sus embriones (la semilla) por doquier.
Floreció en cientos de variedades, las cuales hoy en día crecen de Sudáfrica a Nueva Zelanda y de California a Indonesia. Algunas de ellas son del tamaño del huevo de una gallina; su cáscara es tan delgada que puede comerse junto con la pulpa, como si se tratara de una manzana.
Otras son tan grandes como un balón de futbol americano. Algunas más, como la Hass (que supone la mayoría del mercado estadounidense), se vuelven negras y rugosas por fuera cuando están maduras; otras, en cambio, se tornan verdes y lisas.
Por suerte para los agricultores que lo transportan a todo Estados Unidos desde California y México, el aguacate sigue madurando una vez cosechado y, por lo tanto, su distribución es sencilla.
Si lo compras antes de que haya alcanzado su punto, puedes ponerlo dentro de una bolsa de papel unos cuantos días a fin de acelerar el proceso, pues desprende un gas llamado etileno que le ayuda a llegar a la madurez. Meter, además, una manzana o un plátano —que también producen la sustancia— en la bolsa, aumenta la eficacia de la medida.
¿Quieres saber si ya es posible consumirlo? Presiona su recubrimiento suavemente; si cede, quizá ya lo puedes comer o meter en el refrigerador, donde su añejamiento se frenará.
Ha habido una avalancha de “manos de aguacate”, que es lo que sucede cuando los bien intencionados artífices del guacamole golpean el hueso del aguacate con su cuchillo con la esperanza de retirarlo, pero, en vez de eso, terminan con el filo en la palma.
El personal médico de urgencias reporta un incremento de tales incidentes y suplica extremar precauciones al manipular el aguacate. Hagan caso, por favor. La reputación que ha ganado con su sabor y sus propiedades beneficiosas se mancha cuando “muerde” la mano que le da de comer.
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