Alejar a jóvenes de un ambiente de obesidad ayuda a su salud mental
Los adolescentes se encuentran en una etapa de vulnerabilidad ante los insultos por su obesidad y esto puede repercutir en su salud mental.
La prevalencia de obesidad y sobrepeso en personas de cinco a 11 años de edad pasó de 34.8 por ciento en 2006 a 35.6 por ciento en 2018, pero en los adolescentes creció de 34.9 a 35.8 por ciento entre 2012 y 2018, alerta el doctor Gustavo Pacheco López del Departamento de Ciencias de la Salud de la Universidad Autónoma Metropolitana.
En México, igual que se protege a una madre durante la gestación o a los niños en los primeros años de su desarrollo, también debe cuidarse a los adolescentes, quienes se encuentran en una etapa de alta vulnerabilidad ante “los insultos de un ambiente obesogénico que puede repercutir en su salud mental”, advierten especialistas.
El 75 por ciento de los mexicanos tiene obesidad y sobrepeso, lo que representa un problema grave.
El neurodesarrollo de los primates humanos comienza desde el embarazo, continúa en los primeros años e incluso en la segunda década de vida.
“Esa conectividad fina —que depende de una correcta mielinización y una precisa poda sináptica— ocurre en la adolescencia, así que debemos salvaguardar a este sector que está vulnerable a los insultos” de un ambiente obesogénico que se caracteriza por la presencia excesiva de alimentos altamente calóricos y palatables o sabrosos.
En esa etapa, el cerebro está todavía en construcción y, tal como plantea la Organización Mundial de la Salud, es quizá la segunda década de vida “el último momento para modificar trayectorias y tener intervenciones de largo plazo” que impacten en el bienestar de los individuos, sostuvo el director de la División de Ciencias Biológicas y de la Salud de la Unidad Lerma.
Gustavo Pacheco López participa en un grupo científico que estudia la interacción entre alimentos y plasticidad neuronal y cómo aquellos hipercalóricos actúan en etapas sensibles del neurodesarrollo.
Existe una serie de variables que motiva una conducta mal adaptativa: la búsqueda de víveres “que nos producen placer, aunque –en un proceso de memoria y aprendizaje que no está contenido por un entorno propicio– puede generar conductas cercanas a la adicción”.
Por lo que se sabe hasta ahora, el ser humano no evolucionó en un ambiente obesogénico, así que carece –en la mayoría de los casos– de frenos o sistemas homeostáticos que permitan luchar contra él, pues es un ambiente antinatural.
“Es un ambiente creado por el humano que nos tiene contra la pared, pues no hemos generado los sistemas sociales de contención” explica el doctor Pacheco López.
Las enfermedades asociadas al sobrepeso —como la diabetes y la hipertensión— han sido muy estudiadas, pero no ha pasado lo mismo con las afectaciones que los kilos de más pueden acarrear en la parte cognitiva, puntualiza el doctor Daniel Osorio Gómez, investigador del Instituto de Fisiología Celular de la Universidad Nacional Autónoma de México.
Además de factores externos de orden social, cultural y la presencia de alimentos con componentes muy calóricos hay elementos internos como, por ejemplo, el envejecimiento —el cual vuelve al ser humano más susceptible a la acumulación de grasa—, la diferencia del gasto calórico entre sexos y la falta de actividad física.
Se desconoce cómo la obesidad y el sobrepeso afectan las capacidades cognitivas. El incremento de adiposidad parece generar un efecto de inflamación no solo periférica, sino central a nivel neurológico.
Esa condición llevaría al debilitamiento de la barrera encefálica y la alteración en el transporte de insulina… ¿el resultado? un daño cognitivo importante y, en casos graves, es causante de Alzheimer.
Hasta ahora estudios en modelos animales revelaron “que aquellos sujetos con una obesidad alta son más proclives al deterioro cognitivo. El inconveniente es que niños y jóvenes tienen acceso a un sinnúmero de productos hipercalóricos cuando se encuentran en una etapa sustancial de su neurodesarrollo”.
“Esperamos en estudios preclínicos que el daño cognitivo que pueda haber en adolescentes sea reversible a partir de estrategias de cambio” en la conducta y las cuales deberían enfocarse en las etapas sensibles: niñez o juventud para disminuir tal posibilidad, finalizó la doctora Kioko Guzmán Ramos, investigadora del Departamento de Ciencias de la Salud de la Unidad Lerma.