Así es la vida: compras en la ferretería con mi esposo
Hace algunos años, cuando la cacería de zorros todavía era legal en el Reino Unido, mientras conducía yo por un camino secundario...
Amplio surtido
Mi esposo y yo estábamos de compras en la ferretería, y un empleado nos preguntó:
—¿Puedo ayudarles a encontrar alguna cosa, señores?
—Sí, mi juventud mal aprovechada —le dijo mi esposo en son de broma.
La respuesta del dependiente no fue menos graciosa:
—Tenemos eso en la parte de atrás de la tienda, entre la paz mundial y la probabilidad de ganarse la lotería.
Leslie McRobie, Australia
Hace algunos años, cuando la cacería de zorros todavía era legal en el Reino Unido, mientras conducía yo por un camino secundario vi que un enorme grupo de cazadores y sus perros se dirigía hacia mí.
Me detuve unos momentos para cederles el paso, y luego reanudé mi camino. Mi sorpresa fue mayúscula cuando, casi en seguida, vi a un zorro trotando muy tranquilo… ¡detrás del grupo de cazadores!
Stephen Ramsden, Reino Unido
Hace poco hice un viaje en avión y me tocó sentarme junto a una mujer joven. Como me encanta el papel de seductor, le pregunté:
—Disculpe, ¿la aerolínea les cobra más a las mujeres por ir sentadas al lado de hombres guapos?
—Sí —me contestó—, ¡pero yo no estaba dispuesta a pagar más!
Glen Phenix, Canadá
Había sido una Navidad muy estresante, pues algunos de nuestros hijos mayores vinieron a casa con sus parejas a pasar unos días con nosotros. Cierto día, al salir todos de paseo, nos detuvimos para ponerle gasolina al auto. Mientras mi esposa llenaba el tanque, le escribí esta nota detrás de una de mis tarjetas de presentación: “Añoro poder estar tú y yo solos otra vez”.
Ella leyó la nota en silencio, y después me susurro al oído:
—Yo también. Al cabo de unas semanas tuve una cita de trabajo con el director de una empresa. Cuando llegué a su oficina, sin darme cuenta le entregué la misma tarjeta a su recepcionista.
B. M., Reino Unido
Luego de que mi esposo y yo les compramos una casa vieja a dos hermanas mayores, empezó a preocuparme que no tuviera aislamiento, y se lo dije a mi marido.
—Si esas señoras pudieron vivir aquí tantos años, ¡nosotros también! —exclamó tajante.
Una noche, a principios del invierno, la temperatura bajó mucho, y al otro día vimos que las paredes interiores estaban cubiertas de escarcha. Entonces mi esposo telefoneó a las antiguas dueñas para preguntarles cómo calentaban la casa. Tras colgar la bocina, masculló:
—En los últimos 30 años se han ido a pasar el invierno a Florida.
Linda Dobson, Estados Unidos