La rabia es una emoción legítima, funcional y profundamente humana. Pero cuando no sabemos manejarla, puede convertirse en un riesgo para nuestra salud mental, física y nuestras relaciones. Aprender a gestionar la ira no significa eliminarla, sino entenderla, canalizarla y expresarla con inteligencia emocional.
[Puedes leer: Por qué controlar tu enojo puede ayudarte a vivir más tiempo]
En contextos familiares, laborales o personales, muchas personas lidian con el enojo de formas extremas: lo reprimen o lo explotan. Ambas conductas pueden ser dañinas. Quienes lo reprimen, se desconectan de sus propios límites y acumulan tensión que luego se manifiesta como ansiedad, insomnio o problemas de salud. Por otro lado, quienes estallan sin filtros suelen sentirse culpables o aislados después de haber gritado o herido a alguien.
¿Qué pasa en el cerebro cuando sentimos ira?
Según la neurociencia, la ira es una respuesta rápida del sistema nervioso central ante una amenaza percibida. La neurocientífica española Nazareth Castellanos, de la Universidad Complutense de Madrid, explica que “hay veces que el cerebro responde y otras en que reacciona. Lo ideal es responder con conciencia, pero muchas veces reaccionamos de forma impulsiva”.
Cuando algo nos enfurece, se activa la amígdala cerebral, responsable de las emociones intensas. Luego intervienen el hipocampo y la corteza frontal, que ayudan a interpretar la situación y decidir cómo actuar. En esta fase también se liberan sustancias como la noradrenalina, dopamina y glutamato, mientras bajan los niveles de serotonina, lo que acelera el ritmo cardíaco, eleva la presión arterial y bloquea temporalmente la parte lógica del cerebro.
Eduardo Calixto, neurofisiólogo de la UNAM, señala que si esta activación se mantiene más de cuatro horas, se vuelve perjudicial. Aumenta el cortisol, se altera el metabolismo de la glucosa y se genera un estado de tensión constante.
¿Cómo aprender a gestionar la ira?
La clave no está en eliminar el enojo, sino en aprender a identificarlo, comprenderlo y expresarlo de manera adecuada. La psicóloga Cecilia Cores, especialista en salud emocional, señala que con acompañamiento profesional, por ejemplo mediante terapia cognitivo-conductual, es posible transformar esta emoción en una aliada.
Este enfoque terapéutico ayuda a modificar los pensamientos y comportamientos que intensifican la ira, enseñando a responder de forma más consciente. También es importante desarrollar habilidades como la respiración profunda, el autocuidado, y aprender a poner límites sin agredir ni ceder.
[Quizás te interese: ¿Por qué el hambre afecta tu humor?]
Enseñar a los niños desde pequeños a reconocer su enojo, nombrarlo y canalizarlo es una de las herramientas más poderosas para que crezcan emocionalmente equilibrados. Si aprenden que enojarse no está mal, pero que sí importa cómo lo expresan, tendrán más recursos para relacionarse sanamente.
La ira también tiene un mensaje
La ira no es un enemigo. Nos informa que algo nos duele, nos molesta o necesita cambiar. Escuchar ese mensaje con atención, sin reprimirlo ni desbordarse, puede marcar la diferencia entre vivir en tensión o construir un bienestar duradero.