Cuando aún estaba en sus 20, Markus Stier, periodista especializado en automóviles, empezó a sufrir de ardor en el pecho unas dos veces al mes. En lugar de acudir a consulta, decidió soportarlo por años.
Su novia de aquel entonces, que trabajaba en una farmacia, le recomendó tomar antiácidos, y aunque de alguna manera le ayudaron, Stier no estaba seguro de haber encontrado la verdadera causa del problema.
“Mi pareja creía que el dolor se originaba en el estómago, pero yo lo dudaba: la molestia siempre venía de más arriba”, comenta Stier, de 51 años. “A veces me escocía tanto que sentía el tórax a punto de estallar”.
Hace unos 15 años, Stier finalmente visitó al médico. Como ya se había hecho a la idea de que todo el malestar provenía del estómago, el diagnóstico lo tomó por sorpresa: reflujo gastroesofágico, es decir, inflamación del esófago, conducto que comunica la boca con el estómago.
“Aún recuerdo las palabras del gastroenterólogo: ‘la parte interna del estómago está bien; en el segmento inferior del esófago, en cambio, parece haber un incendio’”, dice Stier.
El especialista le dio una prescripción para atenuar la inflamación. También modificó su dieta: no más dulces, chocolates, refrescos, licores, jugos ni cafés.
Muchos se han resignado a vivir con el lacerante suplicio que provoca la acidez (o agruras). La molestia suele ser signo del reflujo gastroesofágico, trastorno que ocasiona que el jugo gástrico regrese al esófago, ya que el músculo encargado de separar ambas estructuras permanece abierto.
Unas cuantas horas son suficientes para que el malestar se esfume; por eso no se le suele considerar algo grave.
“Es bastante normal experimentar tales episodios una vez al mes, sobre todo tras comer demasiado o beber alcohol”, afirma Daniel Sifrim, profesor de fisiología gastrointestinal en la Barts and the London School of Medicine and Dentistry, de la Universidad Queen Mary.
“Hablamos de una enfermedad cuando los síntomas se manifiestan más de una vez por semana, menoscaban la calidad de vida o producen complicaciones”.
Las agruras recurrentes podrían indicar reflujo, una causa potencial de lesiones del delicado revestimiento del esófago debido al constante ascenso del ácido gástrico. Hasta 25 por ciento de los europeos padece este mal. El tormento puede ser tan intenso que los pacientes creen estar sufriendo un infarto.
“Las personas cuentan: ‘Un fuerte dolor en el pecho me despertó, fui al hospital de inmediato porque pensé que era un infarto, aunque me hicieron pruebas y todo estaba bien’”, refiere Laurence Lovat, catedrático de gastroenterología en la University College de Londres. “Al final, el diagnóstico era reflujo gastroesofágico”.
Si bien esta condición no es tan grave como un infarto, tiene que ser tratado; de lo contrario, puede degenerar. A algunos les da tos crónica, otros resienten al deglutir alimentos, pues el diámetro del esófago se reduce debido a la aparición de cicatrices. Incluso puede terminar en síndrome de Barrett, un trastorno que podría dar pie al cáncer esofágico.
“En 1 de cada 10 casos de reflujo, la mucosa que protege al esófago adopta las características típicas del síndrome de Barrett”, señala Lovat. “La probabilidad de que las células afectadas se vuelvan cancerígenas es de 10 por ciento. Si no padeces síndrome de Barrett, es casi imposible que desarrolles cáncer de esófago”.
He aquí algunas recomendaciones para minimizar los efectos del reflujo gastroesofágico o hasta para evitarlo por completo.
Hay tratamientos para atenuar los síntomas de este mal e impedir su avance. ¿Padeces reflujo crónico? “Deberías ir al médico si las molestias afectan tu vida; por ejemplo, si no puedes dormir por el dolor o en caso de que dependas de fármacos de venta libre”, afirma Amritpal Hungin, profesor del Instituto de Salud y Sociedad de la Universidad de Newcastle.
Quizá te hagan una endoscopia (introducir una cámara acoplada a un tubo largo con objeto de observar los órganos interiores) para determinar si el esófago está inflamado o lesionado. De ser así, te recetarán fármacos y te recomendarán modificar hábitos para paliar las incomodidades.
“Si el dolor es tan intenso que te orilla a buscar ayuda, sigue las instrucciones del médico y recupérate por completo”, sugiere Lovat. “Luego, aprovecha la oportunidad para mejorar tu estilo de vida.
Para mí, las medidas más importantes son: suspender la ingesta de alimentos y bebidas al menos dos o tres horas antes de acostarse; hacer comidas pequeñas en vez de grandes comilonas, y evitar los platillos muy grasosos”.
Este factor es determinante. Con sobrepeso u obesidad, el músculo que separa el esófago del estómago no alcanza a sellar la división entre dichas estructuras y, entonces, el jugo gástrico regresa al primero.
“Esto le pasa, sobre todo, a los hombres de vientre abultado”, explica Mark van Berge Henegouwen, catedrático de cirugía gastrointestinal en la Universidad de Ámsterdam. “El exceso de presión al interior del abdomen exacerba el problema”.
El perímetro abdominal del europeo promedio ha incrementado, así como la prevalencia del reflujo.
“Una de las principales razones por las que se ha elevado la incidencia del trastorno es el incremento en los valores de índice de masa corporal (IMC) de la población”, comenta Asle Medhus, jefe del Departamento de Gastroenterología del Hospital Universitario de Oslo. “Y por difícil que resulte, el tratamiento ideal es adelgazar”.
Jayne Feld, de 49 años, reportera de educación y estilo de vida, sufre acidez al subir de peso; esta desaparece cuando lo pierde.
“Si la báscula marca 75 kilos, estoy expuesta”, asevera Feld. “Es un gran llamado de atención que para mí se traduce en ‘hora de bajar de peso’”.
Hasta unos cuantos gramos pueden marcar la diferencia. “Incluso entre pacientes sin obesidad, quitarle 2 puntos al IMC ayuda a paliar este cuadro”, asegura Sifrim.
Algunas personas sienten acidez al consumir chocolate, cítricos, menta, alcohol o café. Si ya identificaste lo que te hace mal, elúdelo.
“Si sabes que ciertos alimentos te causan agruras, evitarlos está en tus manos”, apunta Sifrim. “O te abstienes de comer el producto o tomas medicamento. En mi opinión, lo mejor es esquivarlos siempre que sea posible”.
Algunos recurren a antiácidos de venta libre o alginatos (remedios a base de algas marinas) para aliviar los episodios esporádicos de acidez. El reflujo amerita algo más potente: medicamentos de prescripción. Muchos pacientes mejoran al usarlos por ocho semanas, otros los toman durante años para mantener los síntomas a raya.
Son dos los compuestos más socorridos para combatir la afección: antagonistas H2 e inhibidores de la bomba de protones (IBP). Ambos reducen la cantidad de ácido producida en el estómago.
“La evidencia es abrumadora: los IBP son mejores que los antagonistas H2 si de aliviar el reflujo se trata”, indica Lovat. El tratamiento de ocho semanas con estos últimos resuelve el problema en 50 por ciento de los casos; en el mismo periodo, los primeros tienen un 80 por ciento de efectividad. “Una diferencia considerable”, agrega.
Como los IBP son más eficaces, los médicos los recetan más; incluso a largo plazo. Y aunque de vez en cuando se publican artículos que aseguran que su uso prolongado eleva el riesgo de infarto, demencia, lesión renal o cáncer gástrico, para los expertos estos no son contundentes: son inocuos y no hay razón para descartarlos si en verdad se les necesita.
“El debate sobre los efectos adversos por el uso prolongado de IBP es añejo”, explica Medhus. “El fármaco ha estado en el mercado por más de tres décadas, y millones de pacientes lo han consumido por periodos largos. Hemos descubierto que muchas de las inquietudes sobre sus contraindicaciones carecen de sustento”.
“El inconveniente con esos estudios es que analizan enormes cantidades de información”, precisa Hungin. “No establecen relaciones de causa y efecto”.
Miriam Pilgrim, instructora de yoga de 45 años, mantiene el reflujo bajo control con antagonistas de H2, aunque en 2009, el gastroenterólogo le recetó IBP. No obstante, como Miriam se embarazó meses después, el médico optó por el compuesto que usa desde entonces. Los hábitos saludables también repercuten.
“Hacer yoga, ayuda”, afirma Pilgrim. “El chocolate agrava el problema”.
A sus 84 años, Claude Barruyer, auxiliar jubilada de odontología, utiliza IBP cuando se agudizan los síntomas del reflujo. Tras décadas de soportar el dolor estoicamente, Barruyer se animó a ir a consulta hace cinco años.
“Prefiero sanar sin medicamentos, pero mi yerno me convenció de preguntar sobre los IBP”, comparte Barruyer, quien tomó el compuesto y lo suspendió al cesar las molestias.
Para el abogado Ian Sirota, de 52 años, la única manera de hallar alivio es mediante el uso indefinido de IBP. Fue en 2007, tras un fallido reposo farmacológico, que decidió no abandonar el medicamento. “Las agruras volvieron en cuestión de días, así que reanudé el tratamiento de inmediato”, relata Sirota.
“Cuando no lo tomaba, solía despertar al menos una o dos veces a la semana con dolores terribles. El jugo gástrico me inundaba la garganta. El ardor duraba días, pero eso se acabó”.
Si has tomado el medicamento contra el reflujo por mucho tiempo, evalúa con el médico la posibilidad de suspenderlo; no siempre es necesario continuar ingiriéndolo de modo indefinido. El uso de cualquier compuesto farmacológico a largo plazo conlleva el riesgo de padecer efectos adversos. Evitar fármacos innecesarios previene problemas potenciales.
A algunos especialistas de la salud les preocupa que no todos los pacientes que consumen IBP padezcan reflujo gastroesofágico, puesto que la mejoría con su uso prolongado no es la regla.
“La acidez, indigestión y regurgitación no son por fuerza atribuibles a dicha enfermedad”, señala Hungin. “Y pese a que en esos casos recetamos IBP, la tasa de éxito no es tan elevada como se piensa. Según mis cálculos, la mitad de los pacientes que atendemos no mejoran solo con el medicamento”.
Aunque Markus Stier no toma IBP a diario, sí recurre a él cuando el problema se agudiza. “No me gusta tomar fármacos con frecuencia; me hace sentir mayor de lo que soy”, admite Stier.
“Sin embargo, sé que me acompañarán toda la vida. Y para ser honestos, el tratamiento me cambió la vida. Ahora basta con tomar un comprimido y esperar 30 minutos para cambiar horas de tortura por una buena dosis de paz y tranquilidad”.
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