Más claro, ni el agua
Acababa de mudarme a un pueblo pequeño, y le pregunté a una señora mayor vecina mía si podía recomendarme una tienda de artículos de jardinería.
—A ver, déjame pensar —dijo—. ¿Conoces Donatelli? Está como a 15 kilómetros de aquí, pasando la tienda de abarrotes, al lado de la oficina de correos.
Respondí que no conocía el sitio, pero que lo buscaría.
—Bueno, doblas a la izquierda en esa tienda —prosiguió ella—. Luego, subes por una cuesta empinada y pasas un vivero. Fuera de él hay una carretilla de madera con flores. Después, verás el letrero del hipódromo. En seguida hay una curva a la derecha que te lleva a un camino de tierra. Al pasar las vías del tren hay una bifurcación. Sigue por ese camino hasta que llegues a un edificio de madera con tres puertas. La tercera conduce a una bodega con un pequeño local adosado que se llama Ferretería de Herman. —Muchas gracias —le dije, algo abrumada por tantas indicaciones—, voy para allá.
—¡Ay, no, querida! —exclamó la señora—. La Ferretería de Herman cerró hace años, así que tendrás que ir al almacén que está en el centro del pueblo. ¡No hay pierde!
Marita Berndt, Reino Unido
Cuando tenía 11 o 12 años, recuerdo que al ver fumar a los adultos me sorprendía el humo que salía de su boca. Un día hubo una fiesta en mi casa y encontré un cigarrillo encendido en un cenicero. No pude resistir la curiosidad, así que lo tomé y salí al patio para intentar fumarlo. Grande fue mi sorpresa al ver que, tras la primera exhalación, seguía saliendo humo de mi boca. Asustado, prometí que jamás volvería a fumar si dejaba de soltar humo, pero no fue hasta que salí a la calle y vi a la gente hablar cuando me percaté de que lo que salía de mi boca realmente era vapor. ¡Estábamos a dos grados bajo cero!
Daniel Pérez, México
Cierta vez, mientras viajaba en autobús, por casualidad oí a una adolescente preguntarle a su mamá qué significaba “amnesia”. Sin pensarlo siquiera, la madre respondió: “Es un estado que permite a una mujer que ha pasado por el tormento del parto considerar tener hijos otra vez”.
Genna Burton, Reino Unido
Hace algunos años, cuando una amiga mía y yo fuimos de vacaciones a Sudáfrica, decidimos visitar un parque de elefantes en un auto alquilado. Antes de llegar, nos detuvimos a almorzar en un restaurante, y cuando volvimos al coche notamos algo raro: estaba perfectamente limpio.
Ambas echamos un vistazo a nuestro alrededor por unos instantes, y luego nos miramos y sonrojamos al darnos cuenta de que ¡estábamos en el auto de otra persona!
Nicole Thorpe, Canadá
Una de mis vecinas llamó a la puerta de mi casa para preguntar si podía prestarle algo donde pudiera enviarle un objeto pequeño y frágil por correo a su hija. En ese momento mi esposo se encontraba en otra habitación, así que le grité:
—Oye, cariño, ¿tienes algún sobre pequeño y grueso para Pauline?
Tras una breve pausa, mi marido respondió a voz en cuello:
—¿Y no cabría ella mejor en una caja grande de cartón?
Ann Bennett, Reino Unido
Hace poco estuve de viaje en París, y en un restaurante vi un cartel con el siguiente letrero:
“Un café: 4 euros. Un café, por favor: 3 euros. Buenos días, un café, por favor: 2 euros”.
¡En todo el mundo habría que recordarle a la gente los buenos modales!
Fiona McGarry, Canadá