Marido espléndido
Esto ocurrió en unas vacaciones. Estaba haciendo fila en un cajero automático, y mi esposa esperaba detrás de mí… o eso creí. Apenas retiré el dinero, me di media vuelta, extendí un billete y dije:
—Ten, cariño, ¡para que te compres lo que quieras!
Por desgracia, quien estaba detrás de mí no era mi esposa, sino un perfecto desconocido. ¡Jamás olvidaré la expresión de su cara!
D. A. Scott, Reino Unido
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Cuando fui a devolver un libro de recetas a la biblioteca, la encargada notó señales de que algunas páginas se habían mojado con agua y me exigió que pagara por el daño. Estuve de acuerdo, pero como en ese momento no llevaba dinero, le prometí que pagaría la próxima vez que visitara la biblioteca.
Al día siguiente, cuando fui allí a pagar, había otra encargada. La mujer pasó mi tarjeta de usuario por el lector automático, y en la pantalla apareció mi cuenta. En la sección de notas decía: “El usuario dijo que pagará la próxima vez que venga, pero dudo mucho que lo haga”.
Neil Harrison, Canadá
Cierta vez, cuando cursaba el primer año de bachillerato, la maestra de literatura dio una explicación sobre el género de la autobiografía. Al terminar la clase, para reforzar lo aprendido, nos dejó como tarea que escribiéramos nuestra autobiografía. Entonces uno de mis compañeros, que evidentemente no había puesto atención, alzó la mano y preguntó:
—¿Que hagamos una autobiografía de quién?
Alan Gómez, México
Gran parte de los 92 años que vivió mi suegro los pasó en un rancho. Por esta razón, los avances de la modernidad le fueron ajenos siempre. Cierta vez tuvimos que pedirles a él y a mi suegra que cuidaran a nuestra hija pequeña, y mi esposa preparó una maleta con ropa, leche y algunos productos de limpieza, entre ellos unas toallitas húmedas. Al sacar las toallitas de la maleta, mi suegro pensó que se habían mojado por descuido, así que las colgó en el tendedero de su casa, con la esperanza de poder utilizarlas cuando estuvieran secas.
Cuando fuimos a recoger a la niña nos dimos cuenta de lo que había ocurrido, y tras explicarle a mi suegro el uso de las toallitas húmedas, todos reímos a carcajadas.
Luis Javier Mercado, México
Más humor con estas Malas señales
Vivo en una ciudad pequeña cuya diminuta biblioteca funciona medio tiempo. Un día que pasé por ahí y estaba abierta, decidí entrar y leer algo. Detrás de mí entró una mujer jubilada que rondaba los 90 años. Las voluntarias encargadas de la biblioteca, todas ellas adultas mayores, evidentemente la conocían, y le preguntaron cómo estaba.
—No muy bien —respondió ella—. Ordené un vibrador por correo y llegará la semana que entra, así que fui a la estación de bomberos a pedir que envíen un joven a mi casa para que pruebe el aparato y se cerciore de que funcione bien.
Casi tiré los libros que llevaba en las manos por la impresión. Cuando la anciana se fue, una de las encargadas notó que me había sonrojado, y se apresuró a decir:
—Creo que merece usted una explicación. Ada tiene una sordera muy marcada, así que necesita una alarma especial que vibra en vez de sonar en caso de que haya humo en su casa, y esas alarmas sólo pueden instalarlas los bomberos.
¡Di un suspiro de alivio!
Marita Berndt, Reino Unido