Hope Sarfi estaba sentada en su oficina, en Ottawa, cuando supo que había llegado la hora de ir al hospital. Llevaba casi un año sintiéndose mal: estaba ansiosa y exhausta, le ardía el estómago. Sus males parecían empeorar cada mes, y todo debido a las exigencias de su trabajo como analista de negocios. O al menos eso creía.
“Ese día en particular empecé a sudar y sentir que me faltaba el aire”, cuenta Sarfi. “Pensaba ir al hospital en mi auto, pero finalmente le pedí a un colega que me llevara”. Y qué bueno que lo hizo porque estaba sufriendo un infarto de miocardio.
Esto pasó el 10 de febrero de 2014. Hope acababa de celebrar su cumpleaños número 60 y presentaba varios factores de riesgo cardiovascular: tenía sobrepeso, no hacía ejercicio y estaba bajo mucha presión en el trabajo. No obstante, los médicos no señalaron los focos rojos. Cuando Sarfi acudió a consulta para averiguar el porqué de su cansancio y los episodios ocasionales de dificultad respiratoria, el tema de las enfermedades cardiovasculares nunca se tocó. Para su doctor, las molestias podían deberse a cualquier cosa: desde su empleo hasta sus niveles de actividad física.
La falta de diálogo es solo una de las tantas cosas que frustran a Wendy Wray, directora de la Iniciativa por la Salud Cardiovascular Femenina, del Hospital de la Reina Victoria, en Montreal, clínica en la que enfermeras brindan atención personalizada con énfasis en estilos de vida saludables. “El problema es persistente”, señala Wray.
“Según diversos estudios, cuando hombres y mujeres acuden a consulta por separado, pero con los mismos factores de riesgo cardiovascular, la probabilidad de que el médico les hable sobre los síntomas y las medidas para atenuar el peligro se reduce si el paciente es del sexo femenino”.
El hecho de que ellas ignoren que corren riesgo y carezcan de herramientas para reconocer los síntomas tiene mucho que ver con la profunda brecha de género en torno al tema de las cardiopatías, afirma Lisa McDonnell, especialista del Centro Canadiense de Salud Cardiovascular Femenina en Ottawa. Tal vez sea esta desigualdad la razón por la cual ellas tienen peor desenlace clínico que los hombres y un riesgo 47 por ciento mayor de morir en los cinco años posteriores a un infarto de miocardio.
De acuerdo con McDonnell, los factores biológicos —el ciclo reproductivo femenino tiende a alterar los resultados de los exámenes— y el sesgo clínico se conjugan para hacer de la cardiopatía femenina un tema poco estudiado y, por lo tanto, poco diagnosticado y tratado. “Son muchas las causas de esta desigualdad de género: falta de concientización —tanto pública como profesional— con respecto al riesgo coronario en la mujer; desconocimiento sobre el cuadro clínico inicial; deficiencias en los enfoques de diagnóstico y detección, y discrepancias en cuanto al tratamiento basado en hallazgos científicos.
Lo anterior resulta especialmente preocupante al contrastar cifras de las Asociaciones Estadounidenses de Cancerología y Cardiología, respectivamente: mientras que uno de cada 36 fallecimientos femeninos anuales se da por cáncer de mama y uno de cada 100 por cáncer de ovario, las enfermedades cardiovasculares son responsables de uno de cada tres decesos. Esto supera incluso la cifra correspondiente a los hombres: uno de cada cuatro muere por cardiopatía. “No obstante, casi no se habla de esto”, afirma Wray.
Si las mujeres desconocen el riesgo, no pueden hacer mucho al respecto, aun cuando 80 por ciento de los casos puedan prevenirse.
Cuando Sarfi llegó al hospital aquel día, se sorprendió al saber que los médicos deseaban internarla. “No podía creer que me hubiera dado un infarto”, recuerda. No obstante, los resultados de la angiografía (técnica radiológica que permite observar cómo fluye la sangre por las arterias) eran contundentes: su arteria coronaria estaba obstruida en un 90 por ciento. Los médicos programaron una cirugía de revascularización coronaria doble sin perder más tiempo.
Una encuesta hecha en 2014 y publicada en la Canadian Journal of Cardiology reveló que las mujeres no solo subestiman el peligro (aunque 40 por ciento de las participantes eran de alto riesgo, 78 por ciento dijo considerarse de riesgo bajo o moderado), sino que hasta la mitad de ellas no podían identificar los síntomas más importantes de las enfermedades cardiovasculares.
La típica escena hollywoodense en la que un hombre de repente se agarra el pecho y cae de rodillas dramáticamente dista mucho de lo que le pasa a las mujeres víctimas de infarto. Sí, el dolor de pecho se presenta en 60 por ciento de los casos, explica McDonnell, quien dirigió el estudio nacional; no obstante, por lo general ese no es el indicio principal.
Según la experta, las mujeres suelen referir los llamados síntomas atípicos, como cansancio poco común, falta de aliento, dolor de espalda, ansiedad u otros parecidos a los de la gripe e indigestión.
“Esto complica todo porque tanto médicos como pacientes suelen atribuir el problema a algo más”, apunta.
De hecho, un estudio publicado en 2010 en la revista Heart indica que los síntomas de cardiopatía femenina pasan desapercibidos hasta en el 54 por ciento de los casos. “Si el diagnóstico de cardiopatía se descarta erróneamente hasta en la mitad de las ocasiones, no debe sorprendernos que las pacientes tengan peor desenlace clínico”, dice Lisa McDonnell. (Los errores de diagnóstico afectan a un tercio de los hombres).
Como ni se imaginan que corren peligro, las mujeres posponen la ida al hospital. Según la encuesta canadiense sobre conductas de riesgo cardiovascular, hasta 50 por ciento de ellas evita pedir una ambulancia por miedo, vergüenza o no querer molestar a nadie. “Es fundamental recibir atención oportuna”, dice Wray. “Cuanto más pronto atendamos al paciente, mayor porción de músculo cardiaco podemos rescatar”.
El cuadro clínico de la cardiopatía coronaria es diferente para hombres y mujeres. El problema es que, aunque en el caso de ellas la mayor afectación se presenta en las arterias más finas y de menor tamaño (padecimiento conocido como microangiopatía), casi todas las técnicas de diagnóstico están diseñadas para detectar obstrucciones en la arteria coronaria principal. “La angiografía es el estándar de oro para diagnosticar enfermedades cardiovasculares, pero solo sirve para identificar taponamiento de grandes arterias. Las lesiones en los vasos pequeños pasan desapercibidas”, indica Karin Humphries, directora científica del Centro para la Mejora de la Salud Cardiovascular, en Vancouver.
Además, aunque una mujer presente obstrucción arterial, la placa de ateroma causante del problema suele ser más lisa y, por ende, más difícil de visualizar que la de la vasculatura masculina. También es más difícil determinar si ella ha sufrido un infarto de miocardio debido a que el organismo femenino sintetiza menos biomarcador de detección (proteína que se libera en la sangre cuando se pierde músculo cardiaco).
“El riesgo de padecer cardiopatías es siete veces mayor para las mujeres, y sin embargo 70 por ciento de lo que se sabe sobre el padecimiento se basa en estudios llevados a cabo en hombres. Solo 30 por ciento de los ensayos clínicos realizados a la fecha han incluido mujeres”, comenta McDonnell.
Por suerte, existe un procedimiento relativamente nuevo en el que los médicos inyectan un medio de contraste para identificar problemas circulatorios en los vasos pequeños; se puede llevar a cabo al mismo tiempo que la angiografía. Ahora solo falta que esta práctica clínica se adopte a gran escala, señala Humphries.
Sarfi regresó a casa 10 días después de la cirugía. “Esa fue la etapa de mayor angustia. Me sentía segura en el hospital”, comenta.
Ingresó a un programa de rehabilitación, modificó su dieta (más verduras y menos carne, azúcares y sal) e inició una rutina de caminata y yoga. En los dos años posteriores bajó 24 kilos. La recuperación física no fue tan difícil. El reto fue la parte psicológica.
Sarfi se enteró de que existía un grupo de ayuda mutua en el Centro Canadiense de Salud Cardiovascular Femenina, en Ottawa. Aunque al principio no le encantó la idea, empezó a asistir a las reuniones cada dos semanas y continuó así durante seis meses. “El programa me ayudó a dejar atrás el pasado”, afirma. “Platicábamos sobre los medicamentos que estábamos tomando y sobre nuestros miedos y emociones en general”.
Las mujeres destacan por su esfuerzo durante los programas de rehabilitación cardiaca, pero no todas acuden. “Son más los obstáculos que deben sortear para recibir atención médica, como las responsabilidades familiares y domésticas, sobre todo si viven lejos de las clínicas u hospitales”, afirma McDonnell. Además, existen pocos lugares enfocados solo a ellas.
“El modelo tradicional de rehabilitación cardiaca está diseñado para el hombre y se centra en la actividad física”, comenta la experta.
En el Centro Canadiense de Salud Cardiovascular Femenina, las pacientes de nuevo ingreso se unen a pequeños grupos dirigidos por otras mujeres víctimas de infarto que se han recuperado física y mentalmente y han aprendido a sobrellevar la enfermedad. “Ellas tienden a aceptar la ayuda de personas fuera de su red de apoyo inmediata porque no desean convertirse en una carga para sus familias. Esa angustia impacta al proceso de recuperación de manera negativa”, indica McDonnell.
Los programas de apoyo mutuo diseñados para mujeres permiten a las pacientes lidiar con el estrés psicosocial de la dolencia. Después de un infarto, ellas corren un riesgo dos veces mayor que el de los hombres de padecer depresión y ansiedad. Esto puede incrementar la probabilidad de sufrir un segundo incidente hasta en un 50 por ciento. En la rehabilitación las pacientes se enfrentan al hecho de que la enfermedad es incurable, aunque basta con algunos cambios en su estilo de vida para evitar otro accidente.
La buena noticia con respecto a las cardiopatías es que hay muchas cosas bajo nuestro control. Según un estudio publicado en noviembre en la New England Journal of Medicine, incluso la propensión atribuible a factores genéticos, que en ocasiones llegan a duplicar el riesgo, puede modificarse con cambios en el estilo de vida.
El gran reto es informar a las pacientes sobre lo que las pone en peligro, comenta Lisa McDonnell. La obesidad, el tabaquismo, la diabetes, la hipertensión y la hipercolesterolemia elevan el riesgo tanto para hombres como para mujeres; sin embargo, en algunos casos la repercusión es peor para ellas. Las fumadoras corren un riesgo 25 por ciento mayor que los fumadores, y el peligro de desarrollar cardiopatías es siete veces mayor para las diabéticas que para los hombres con el mismo padecimiento.
El estrés marital también puede incidir: investigadores suecos descubrieron que las pacientes con estrés laboral y familiar simultáneos presentan el peor pronóstico y el riesgo más elevado de sufrir tales padecimientos.
Por otro lado, existen factores que no afectan a los hombres, como la menopausia y el embarazo. Casi ninguna mujer sabe que padecer pre-eclampsia (presión arterial elevada) durante el periodo de gestación duplica la probabilidad de desarrollar alguna cardiopatía en los cinco a 15 años posteriores al puerperio.
“El malestar desaparece tras el parto y las pacientes se van a casa; nadie les informa sobre el riesgo cardiovascular”.
La experta se ha integrado a un proyecto para mujeres que han dado a luz, en Ottawa. Como parte de este, los obstetras informan a las madres sobre los focos rojos y las canalizan al Centro Canadiense de Salud Cardiovascular Femenina para que participen en programas de prevención durante un año. “La iniciativa ha reducido el riesgo de las participantes en un 45 por ciento. Ahora estamos capacitando equipos adicionales para replicar el programa en Alberta”, explica.
Una vez que las mujeres cuentan con la información necesaria, el siguiente paso es acudir a consulta, comenta Wray. “No hay que esperar a que el médico toque el tema. Infórmate sobre tu presión arterial, concentraciones de colesterol, índice de masa corporal, actividades físicas recomendables y nivel de esfuerzo sugerido. De igual manera, si presentas cualquier síntoma, no dudes en pedir ayuda. “¿Y qué si te envían a casa?”, cuestiona Wray. “Por lo menos tendrás la tranquilidad de que todo está bien”.
Aunque Sarfi no ha vuelto a experimentar ninguno de los antiguos síntomas, ahora sabe que debe pedir ayuda de inmediato en caso de malestar. Aún se mantiene en contacto con sus amigos del grupo de ayuda mutua y se reúnen en ocasiones. “Mi vida ahora es muy diferente”, comenta.
“Cuando empecé a asistir a las reuniones, me costaba mucho trabajo enfrentar el hecho de que había sufrido un infarto. Este es el primer año que lidio con mi realidad. Ahora puedo llamarlo por su nombre: padezco una cardiopatía”.
Actualmente se siente mejor y el pronóstico médico es cada vez más alentador, pero hay días en los que la invade el temor de sufrir otro infarto. A pesar de todo, ahora tiene mayor confianza en sí misma y ha adoptado distintos pasatiempos, como jugar golf y andar en bicicleta. “He dejado de usar mi monitor de frecuencia cardiaca porque conozco mejor a mi cuerpo y soy más consciente de cómo debo sentirme al hacer ejercicio”, asegura.
Hope Sarfi se ha involucrado en programas de concientización sobre riesgo cardiovascular, participa en estudios de la enfermedad y el año pasado incluso dictó una conferencia durante la Cumbre sobre Salud Cardiaca Femenina en Ottawa. Planea redoblar esfuerzos una vez que se jubile. “He aprendido mucho y ahora sé cómo cuidar de mi salud. Ya no necesito esperar a que el médico lo haga por mí. Me gustaría ayudar a que otros hagan lo mismo”.
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