A la joven le dolía la cabeza, y dos días después sufrió vómitos. Tras una visita al hospital, comenzó a tomar pastillas para las náuseas, pero el mareo no se le quitó. Como los vómitos pueden ser señal de un tumor cerebral, en su siguiente visita al hospital le hicieron una tomografía de cerebro (con resultados negativos) y una punción lumbar para descartar meningitis.
Al cabo de dos días Olivia empezó a ver borroso y a batallar para levantarse de la cama. Aunque no sabían cuál era la causa, los médicos le recetaron antibióticos por si los síntomas se debían a una infección, y después la llevaron a la unidad de terapia intensiva para vigilar su evolución. A la mañana siguiente Olivia no veía nada y sufría parálisis desde el cuello hasta los pies.
“Estaba completamente despierta, consciente y muy asustada”, cuenta el neurólogo Anthony Traboulsee, a quien se recurrió luego de que una prueba de resonancia magnética reveló signos de inflamación y daños en el tallo encefálico y en la médula espinal de Olivia.
Otros médicos creían que tenía encefalomielitis diseminada aguda (EMDA), una breve pero intensa inflamación en esa zona causada por una infección bacteriana o viral.
Sin embargo, la EMDA es más común en niños y con frecuencia se confunde con la esclerosis múltiple, que a su vez se confunde con la neuromielitis óptica (NMO). Traboulsee sospechó que esta última enfermedad era la que aquejaba a Olivia.
Al igual que la esclerosis múltiple, la NMO es una enfermedad inflamatoria recurrente que se produce cuando el sistema inmunitario de la persona ataca las células de su sistema nervioso central. Afecta los nervios ópticos, la médula espinal y en algunos casos el cerebro.
Se cataloga como padecimiento raro; en Canadá, por ejemplo, unas 100,000 personas tienen esclerosis múltiple, y sólo unas 1,000 padecen NMO.
“La NMO es más agresiva que la esclerosis múltiple, como si un incendio se extendiera por el sistema nervioso”, señala Traboulsee.
La NMO produce síntomas como espasmos musculares, debilidad o parálisis, ceguera, vómitos, ataques de hipo y pérdida de control de la vejiga o de los intestinos debido al daño en la médula espinal.
Traboulsee envió una muestra de sangre de Olivia al único laboratorio de Canadá equipado para diagnosticar la NMO, pero no esperó las dos semanas previstas para recibir el resultado. Sin tratamiento —que idealmente debe empezar menos de 48 horas después de la aparición de los síntomas—, la mayoría de los aquejados de NMO acaban por necesitar cuidados permanentes.
El doctor ordenó que le hicieran de inmediato un intercambio de plasma (plasmaféresis) a la paciente para reducir la inflamación. Uno o dos días después, Olivia ya distinguía los objetos y podía mover los dedos de manos y pies. Unas sesiones de quimioterapia que le prescribió Traboulsee le permitieron tener una recuperación rápida y notable.
“El intercambio de plasma elimina los detonadores de la enfermedad, pero la quimioterapia extingue el fuego al destruir las células inmunitarias anormales que hacen que se produzcan los anticuerpos destructivos”, explica el neurólogo.
Tras una semana de recibir la terapia combinada, Olivia recuperó la visión y pudo volver a caminar. Hoy día sigue un tratamiento preventivo que tendrá que mantener de por vida, y dos veces al día toma azatioprina, un inmunosupresor. La NMO no tiene cura y, sin tratamiento, las probabilidades de recurrencia son del 100 por ciento.
“Como sucede con todos los padecimientos raros, la clave es el tratamiento oportuno y los cuidados preventivos para que los pacientes puedan llevar una vida normal”, señala el doctor Traboulsee.
Sin embargo, no todos los médicos conocen todas las enfermedades raras. “Como la NMO con frecuencia se diagnostica erróneamente y puede agravarse en muy poco tiempo, los pacientes a veces son declarados incurables. Nosotros podemos acudir en su auxilio y devolverlos a la vida”, concluye el neurólogo.