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Bacterias buenas, salud buena

Billones de estos microorganismos viven en nosotros sin que nos demos cuenta, y nos protegen de toda clase  de enfermedades.

En los últimos 20 años mi hija Kate ha padecido eccema. A lo largo de ese tiempo hemos luchado por encontrar un remedio: además de aplicarse diversos ungüentos recetados por su médico, ella toma un antihistamínico diario, evita todo alimento del cual sospeche que le desencadena los síntomas, e ingiere ácidos grasos omega 3. A pesar de estas medidas, en ocasiones el eccema hace que la piel se le agriete, despelleje y sangre, e incluso llega a infectarse. Sin embargo, ya lleva un año sin presentar un solo síntoma; ha utilizado su inhalador antiasmático en una sola ocasión, y no las decenas de veces que eran antes. ¿A qué se debe esta mejoría? Creemos que es un efecto de los probióticos: bacterias benignas. Desde el otoño de 2012, Kate empezó a tomar una dosis diaria de 10,000 millones de células bacterianas activas —cepas vivas de lactobacilos y bifidobacterias—, en cápsulas que compra en la farmacia más cercana a nuestra casa.

Mientras el gran jurado científico sigue debatiendo sobre la eficacia de los probióticos para tratar el eccema y el asma, algunos estudios recientes hacen concebir esperanzas. Kate quería probarlo todo. “No tenía nada que perder”, dice, “y ahora estoy totalmente convencida de que debo mi mejoría a los probióticos”.

Comenzó a tomar probióticos todos los días porque estaba yo preparando este artículo acerca de los estudios más recientes sobre la relación tan estrecha y esencial de los seres humanos con las bacterias y otros microorganismos benignos que viven en nosotros y de nosotros.

Estos organismos unicelulares habitan en nuestros intestinos, piel, boca, nariz y aparato reproductivo. Incluso son 10 veces más numerosos que las células de nuestro cuerpo (comprenden unos 10 billones en total) y apenas ahora estamos descubriendo que no podemos vivir sin ellos.

Esto constituye un cambio notable de la percepción que hemos tenido de las bacterias en los últimos 150 años. Para algunos expertos, el cambio es casi revolucionario. “Estamos aprendiendo cosas sobre el cuerpo humano de las que no sabíamos nada en absoluto”, dice Dusko Ehrlich, director de investigación del Instituto Nacional de Investigación Agronómica (INRA, por sus siglas en francés), con sede en París, una de las principales instituciones del mundo que se dedican a estudiar el papel que cumple el microbioma en la salud humana.

Hasta hace poco, la opinión prevaleciente entre los científicos era que las bacterias que viven en nosotros pueden causar enfermedades, o, en el mejor de los casos, no nos aportan beneficios. Entre el público general, muchos pensábamos que podíamos destruir esas bacterias lavándonos el cuerpo con estropajo y jabón desinfectante.

En los últimos 10 años, sin embargo, los científicos han descubierto que los probióticos realizan numerosas tareas esenciales para nuestra salud y supervivencia. “Estas bacterias fabrican vitaminas, extraen los nutrientes de los alimentos, fortalecen nuestro sistema inmunitario, se comunican con el cerebro y, probablemente, realizan muchas otras actividades benéficas de las que aún no sabemos nada”, explica el doctor Fergus Shanahan, profesor de medicina en la University College Cork de Irlanda, y uno de los principales investigadores del microbioma.

Remontarnos 150 años atrás nos ayudará a entender mejor la enorme importancia para nuestra salud que puede tener el mayor conocimiento de las bacterias benignas. Desde mediados del siglo XIX, los científicos iniciaron la revolución de la medicina al formular y comprobar la teoría microbiana de la enfermedad. Ésta plantea que ciertas bacterias y virus dañinos son la causa de muchos padecimientos peligrosos e incluso mortales, como la tuberculosis, la fiebre tifoidea, el cólera, la peste bubónica, la viruela y la poliomielitis.

Este conocimiento llevó a la creación de los antibióticos, a mejores prácticas de higiene, al control de infecciones hospitalarias, a la adopción de políticas de salud pública y a campañas de vacunación. Condujo también a que las personas, sobre todo en las naciones más desarrolladas, desinfectaran, esterilizaran y lavaran todo con fervor, y utilizaran antibióticos para aliviar infecciones de garganta, dolores de oídos y otros padecimientos comunes.

Entonces, hace unos 10 años, sucedió algo inesperado: los científicos descubrieron que los humanos no tenemos suficientes genes en nuestro código genético para hacer funcionar nuestro cuerpo. “El hecho simple es que los genes que heredamos de nuestros padres no contienen información suficiente para que nos desarrollemos”, dice Shanahan.

 

Conoce el artículo completo en Selecciones de septiembre, 2013

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