Bandido, insurgente, realista y hacendado
Las aventuras de Francisco Osorno
De los Llanos de Apan, en el estado de Hidalgo, se enseñoreó Francisco Osorno, un guerrillero que ponía en las batallas en pro de la Independencia el mismo arrojo con el que, en otro tiempo, se había dedicado a asaltar caminos.
En 1790, Osorno había sido procesado en Puebla por diversos delitos. El 30 de agosto de 1811, al frente de una cuadrilla de bandidos, entró en Zacatlán, Puebla. Al grito de “¡Viva la Virgen de Guadalupe y mueran los gachupines!”, atacó a los españoles y se apoderó de sus bienes. Otros pillos tan intrépidos como él estaban en la cárcel de la ciudad, y hacia ella se dirigió para liberarlos; de ese modo pasaron los ex presidiarios a engrosar las filas de Osorno. Después de esa acción, la Junta de Zitácuaro le envió el nombramiento de teniente general.
La insurrección se propagó por los Llanos de Apan, donde tenían posesiones los capitalinos más ricos. Como de allí se surtía pulque, semillas y otros artículos, el virrey envió cuanto antes fuerzas contra los insurrectos. Las encabezaba un capitán cuyo comportamiento hacía que aumentaran los partidarios de Osorno. Además de varios fusilamientos, ese capitán había ordenado incautar los caballos de los habitantes del pueblo: según él, sólo tenían derecho a montar quienes ocuparan puestos públicos. El campesino mexicano no podía aceptar esta orden, así que la necedad de aquel capitán robusteció a los insurgentes.
También el brío y la furia de Osorno, aun tras las derrotas, debilitaba a los realistas y alentaba la insurgencia. En abril de 1812, Osorno atacó Pachuca, en donde se apoderó de una buena cantidad de barras de plata. Así pudo vestir y armar a su ejército, y poner un taller para construir armas en San Miguel, cerca de Zacatlán. Además fortificó el lugar, desde donde hacía incursiones a territorio de Veracruz y a la Sierra de Zacapoaxtla, en Puebla. La región de Apan estaba enteramente en su poder y ya era dueño de las haciendas de pulque, que dejaban muy buenos dividendos. Pero la fortuna no podía sonreírle eternamente.
Capítulos olvidados de la historia