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Brújulas humanas

Ni los sistemas de navegación satelital pueden superar a los taxistas londinenses en localizar y llegar a cualquier sitio.

Steve Scotland creía conocer Londres como a la palma de su mano. Este londinense nativo llevaba años trabajando como chofer particular y su mundo eran las calles de la ciudad, así que fantaseaba con llegar a demostrar “el Conocimiento”: la exigente prueba de conocimiento de las calles secundarias y puntos de referencia de la capital inglesa que debe aprobar todo aspirante a unirse al exclusivo grupo de taxistas londinenses.

“Era algo que siempre había querido hacer”, afirma. Tras hacerse una revisión médica y enviar una solicitud a Transport for London, la empresa que regula los taxis de Londres, salió a familiarizarse con su ciudad de una forma totalmente nueva. Casi cinco años después, y con más de 16,000 kilómetros recorridos en su motoneta, Steve sigue intentándolo. “No tenía ni idea de lo duro que iba a ser”, dice. “Lo que sabía, o creía saber, no es nada comparado con lo que hace falta para tener el Conocimiento”.

Olvídate de los acertijos y los tests de inteligencia. La prueba del Conocimiento de Londres es una evaluación en tiempo real de habilidades de memoria tan intensa, que altera físicamente el cerebro de las personas que la aprueban. Para pasarla necesitas memorizar los 320 trayectos estándar del Libro Azul, la biblia de los aspirantes a taxistas. Además, debes comprometerte a memorizar 25,000 calles, avenidas, bulevares, glorietas, callejones y pasos a desnivel situados dentro de un radio de 9.7 kilómetros en el centro histórico.

Y hay que aprender la ubicación de unos 100,000 puntos de referencia y de interés: bares, museos, parques, monumentos, estaciones de tren y del metro, hospitales, escuelas, comisarías, edificios de gobierno, embajadas, cementerios, iglesias, teatros, cines y cualquier otro sitio al que un pasajero pida que lo lleven. Un taxista londinense debe calcular, en segundos y sin ver un mapa, la ruta lícita más directa entre dos direcciones en toda el área metropolitana, de 293 kilómetros cuadrados, y describir con precisión el trayecto calle por calle.

Por último, un aspirante tiene que presentar una serie de exámenes orales individuales llamados “comparecencias”, hasta que los examinadores estén convencidos de que realmente posee el Conocimiento. 

Si algún día tomas un taxi en Londres, recuerda esto: el taxista es una brújula humana a toda prueba.

Incluso hoy, en la era del GPS y Google Maps, la navegación satelital, o NavSat, no es rival para un taxista londinense. En mayo de 2014 el periódico The Guardian hizo competir a un taxista y a un conductor equipado con NavSat. Este último tardó 22 minutos en ir de las oficinas del diario, en el barrio King’s Cross, al Big Ben, en Westminster; el taxista hizo el trayecto de vuelta en 18 minutos, tomando una ruta un poco más larga, pero que sabía que sería más rápida.

No es mera cuestión de velocidad, dicen los taxistas. Un conductor que confía en la NavSat no conoce la ciudad. David Styles, taxista londinense desde hace 18 años, cita el ejemplo de un pasajero que va a la Estación Victoria. “Dependiendo de por dónde quiera entrar, es mejor tomar Shakespeare o Hole in the Wall. Muéstrame una NavSat que no sólo sepa eso, sino que actúe en segundos, y compraré acciones de esa empresa”.

Detén uno de los icónicos taxis “negros” de Londres (hoy día pueden ser de cualquier color) y dile al conductor dónde quieres ir; cuando te hayas acomodado en el asiento, él ya habrá calculado la ruta más rápida y directa sin consultar un mapa. ¿Y si no estás muy seguro de adónde quieres ir? Entonces dile que tienes entradas para Los 39 escalones, pero que no recuerdas el nombre del teatro. Con sólo saber el título de la obra, el taxista te llevará al Teatro Criterion, en Piccadilly Circus.

Durante más de 150 años, a los taxistas londinenses se les ha exigido que sean expertos en su ciudad. Tanto los conductores de coches tirados por caballos de la época victoriana como los casi 25,000 taxistas que dan servicio en Londres hoy han tenido que prepararse para la prueba de geografía más rigurosa del mundo.

La serie final de exámenes se conoce como “la norma exigida”, pero los taxistas la llaman “la crisis nerviosa”. En efecto, Steve Scotland habría aprobado su última “comparecencia” si no hubiera dejado a su hipotético pasajero en la acera equivocada frente al Hospital Oftalmológico Moorfields. “Fueron los nervios”, dice. Debido a ello, esta tarde de domingo ha subido de nuevo a su motoneta para dar una vuelta por Great Swan Alley, en el distrito financiero. “Abrieron un nuevo restaurante aquí y quiero grabarlo en mi cabeza, por si acaso”, explica. “Uno nunca sabe lo que le van a preguntar los examinadores”.

Los taxistas londinenses (también hay mujeres en el gremio, pero son menos del dos por ciento del total) provienen de todos los estratos sociales: estudiantes, comerciantes, abogados, maestros. La mayoría se criaron en Londres o en la periferia, pero personas de todo el país (e incluso algunos extranjeros) han aprobado la prueba del Conocimiento. “Yo estudiaba biología, pero me pareció una mejor idea ser taxista, y ahora me encanta este oficio”, dice Osman Jamal Zai, de 24 años, quien dejó la escuela y empezó a estudiar para adquirir el Conocimiento. Aunque los taxistas londinenses son muy reservados en lo tocante a sus ingresos, se calcula que al año ganan entre 30,000 y 35,000 libras esterlinas (de 45,000 a 55,000 dólares), y los que trabajan muchísimas horas, hasta 50,000 libras (75,000 dólares).

Además del dinero, el incentivo para muchos es poder fijar un horario propio y alcanzar un envidiable equilibrio entre el trabajo y la vida privada. Y, a diferencia de lo que ocurre en muchas otras ciudades (como París, que impone un límite estricto al número de taxistas), en Londres cualquier persona que tenga buen carácter puede obtener la licencia de taxista, a condición de que pase la prueba del Conocimiento.

Mientras que los que pueden darse el lujo de dedicar todo el día al entrenamiento pueden completar éste en dos años, la mayoría tiene que combinarlo con sus deberes laborales y familiares, así que no es raro que tarden hasta cinco años en capacitarse. Y sólo un porcentaje pequeño de quienes presentan la prueba del Conocimiento logran pasarla. “De hecho, nadie falla el examen”, dice Styles. “Simplemente, te das por vencido. Uno puede presentar la prueba cuantas veces quiera”. La mayoría de los aspirantes desisten en el primer año, cuando se dan cuenta del enorme compromiso que hay de por medio.

“No hay atajos”, afirma el taxista Alf Townsend, de 79 años, quien pasó la prueba del Conocimiento en 1962 y aún conduce el taxi algunas horas al día. “Si te quedas sentado en casa memorizando mapas y nombres de calles, no hay esperanza de que lo logres. Tienes que salir a la calle, recorrer kilómetros, ver y experimentar todo de primera mano”.

Fue el Rey Carlos I quien, en 1636, sujetó a reglas el servicio de taxis de Londres, el más antiguo del mundo: otorgó un permiso para que 50 coches tirados por caballos prestaran “servicio de alquiler”. Más de dos siglos después, consternado por las quejas de los visitantes de la Gran Exposición de 1851 de que los taxistas londinenses parecían no saber adónde iban, el comisario de policía Richard Mayne impuso como requisito que todo individuo que solicitara una licencia de taxista conociera perfectamente la ciudad.

Se considera que un candidato ha adquirido el Conocimiento cuando domina los 320 trayectos estándar del Libro Azul. El trayecto de 4.7 kilómetros entre la estación Manor House de la Línea Piccadilly del metro y la calle Gibson Square, en el elegante barrio de Islington, es el primero que un aspirante debe memorizar.

“Yo empecé un domingo en la mañana, muy temprano”, cuenta Robert Lordan, un ex maestro de escuela de 33 años. “Había un silencio sepulcral, como si tuviera toda la ciudad para mí. Estaba muy emocionado”. Descubrió que el trayecto era bastante fácil de aprender; lo recorrió varias veces en auto para familiarizarse con cada vuelta y cada cruce. Luego continuó con los dos trayectos siguientes. “Me pasé entre tres y cuatro horas recorriendo cada uno”, afirma.

Un alumno no sólo tiene que memorizar las calles que conectan dos puntos, sino conocer a la perfección las calles secundarias y los puntos de referencia en un radio de 800 metros desde ambos puntos. “El examinador que te pregunta sobre un trayecto nunca te va a decir algo tan directo como ‘Lléveme de la estación Manor House a Gibson Square’”, señala Lordan. “Elegirá siempre alguna dirección que esté a la vuelta de la esquina o a dos calles de distancia”.

El entusiasmo inicial se disipa ante la mareante complejidad de las calles londinenses. “Lo más difícil para mí fueron las intrincadas vías de un solo sentido y los incontables callejones sin salida del norte de Londres, sobre todo en los alrededores de Islington”, cuenta Lordan. “Hacían que me arrancara los cabellos”.

Con el tiempo, la tarea empieza a cobrar sentido. “Es como armar un rompecabezas”, añade. “De repente lo ves: pasas tantas horas en las calles y estudiando el mapa en casa, que la ciudad se te graba en el cerebro”. Un estudio realizado por neurocientíficos de la Universidad Colegio de Londres reveló que los taxistas londinenses tienen una parte del hipocampo —la región del encéfalo que interviene en la orientación espacial— mucho más grande que el resto de los humanos: un efecto de la intensa memorización y búsqueda de trayectos que realizan mientras se preparan para presentar la prueba del Conocimiento.

En efecto, el hipocampo de los taxistas londinenses hace mucho ejercicio. David Greenhalgh, un experto en tecnología de la información de 53 años que pasó los últimos dos combinando su trabajo diario con el recorrido de las calles, repasa al menos 30 trayectos todos los días, ejercicio que se conoce como “recitación”. La recitación de la estación Manor House a Gibson Square incluye 12 vueltas específicas y otras instrucciones.   

Una vez que el aspirante memoriza los 320 trayectos del Libro Azul, debe comenzar los exámenes orales. A los primeros se les llama comparecencias de 56 días, pues se realizan a intervalos de ocho semanas. “El examinador te pide que describas cuatro trayectos”, dice Greenhalgh, quien hasta la fecha ha aprobado dos comparecencias de 56 días. “Cada trayecto vale 10 puntos. Si logras una puntuación perfecta de 40, lo que es sumamente raro, obtienes una calificación AA y avanzas al nivel siguiente”.

A las puntuaciones menores se les otorgan las calificaciones A, B, C o D. Se restan puntos por “vacilación”. Dar una vuelta ilícita se penaliza con un cero. Si la persona obtiene cuatro puntuaciones D o si después de siete intentos los puntos no le alcanzan para avanzar, debe presentar otra vez todos los exámenes de 56 días. Alrededor de 80 por ciento de los aspirantes que se someten a la prueba del Conocimiento por primera vez incurren en ese retroceso.

Los exámenes siguientes, denominados comparecencias de 28 días, se realizan cada cuatro semanas y son muy parecidos a los de 56 días, sólo que la dificultad de las preguntas es aún mayor. Si el aspirante no logra avanzar luego de siete comparecencias, tiene que presentar nuevamente los exámenes de 28 días. Si fracasa dos veces en ellos, debe repetir las comparecencias de 56 días.

A la larga, si la persona persevera, pasa a las comparecencias de 21 días. Para obtener puntos en este nivel hay que hacer básicamente lo mismo, sólo que las preguntas y las expectativas son mucho más exigentes. El escollo final es una entrevista personal para demostrar un buen conocimiento de la periferia londinense. 

Aprobar la prueba del Conocimiento y recibir la insignia verde y dorada de taxista de Londres es muy emotivo. “Se me salieron las lágrimas”, cuenta Lordan. “Muchos de los aspirantes lloran cuando les entregan la insignia porque se han esforzado tanto para conseguirla, que llegar a la meta los abruma”. Lordan lo logró el 22 de diciembre de 2009. Dos noches después, salió a recorrer Londres como taxista por primera vez, al volante de un taxi que había alquilado. Siguiendo una añeja tradición, no les cobró nada a sus primeros clientes, un grupo de turistas sudafricanos.

Lordan y yo nos encontramos frente a un lugar de reunión de taxistas en la plaza Russell Square, uno de los 13 sitios de la ciudad adonde pueden ir a descansar, tomar té y comer un sándwich de tocino. A pocos metros de nosotros está estacionado el flamante taxi negro que Lordan compró hace ocho meses, y en el que ha recorrido ya 22,500 kilómetros.

“Me encanta este trabajo”, señala. “Todos los días aprendo algo nuevo. Como dijo Samuel Johnson, un hombre que está cansado de Londres está cansado de la vida”.

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