Lauren McLean había escalado en roca muchas veces, así que nadie podía imaginar que iba a vivir un drama en una excursión…

Sus pies chocaron primero contra la roca, golpeándola con fuerza; luego su cuerpo hizo impacto de lado, y ella quedó apoyada en una cornisa muy estrecha. La cuerda atada a su cintura se tensó casi al instante, pero Lauren se aferró a un reborde por si volvía a soltarse. La caída fue tan repentina que no tuvo tiempo de asustarse; ahora, trataba de dominar el pánico que la invadía.

Nueve metros por encima de ella se encontraba la saliente de la que había caído, y 275 metros abajo estaba el fondo del Cañón de la Muerte, un paso entre montañas cubierto de pinos, matorrales y rocas del tamaño de una casa. Ya se le estaban hinchando los tobillos, y las hormigas le trepaban por las piernas. Cuando trató de sacudírselas, sintió un ramalazo de dolor en la espina dorsal. Se preguntó si también se habría fracturado la columna. Las nubes se oscurecieron aún más, y entonces empezó a llover.

 

Una vida activa

Lauren creció en un suburbio de Portland, Oregon. Cuando estudiaba el bachillerato era la estrella del equipo de carreras de esquí de su escuela, y en las vacaciones hacía senderismo, pescaba y montaba a caballo en la finca de su familia en Canadá. En la universidad empezó a practicar la escalada en roca. Tras graduarse, pasó algunos meses viajando de mochilera por Alaska, y luego aceptó un trabajo de verano como guía de excursiones juveniles en Wilderness Ventures, una empresa de aventuras al aire libre con sede en Wyoming.

Durante una visita a un sitio de escalada en el desierto de Oregon con un grupo de adolescentes, Lauren, de 25 años, conoció al respetado escalador y periodista de deportes extremos Michael Ybarra. Este hombre de 44 años descubrió el alpinismo cuando tenía unos 30, mientras trabajaba como reportero para el Wall Street Journal, y desde entonces se había dedicado a practicarlo. Viajaba constantemente en busca de retos de habilidad y resistencia, y siempre estaba listo para escalar con algún otro apasionado de las montañas.

Lauren le comentó a Michael que, cuando terminara su contrato, pensaba ir a escalar a la cordillera Teton, en Wyoming.

—Reunámonos allí y escalemos juntos —le propuso él.

 

Una escalada difícil 

En agosto de 2011, Lauren y Dana Ries, otra guía de Wilderness Ventures, viajaron al Parque Nacional Grand Teton para reunirse con Michael. Lauren tenía mucha más experiencia que su amiga; sin embargo, ambas estaban ansiosas por aprender de Michael, quien había guiado escaladas técnicamente complejas en muchos lugares, como el Himalaya y los Andes. El trío pasó tres días escalando paredes rocosas difíciles, y en las noches se alojaban en las cabañas de un club alpino. El cuarto día tomaron una ruta llamada “Snaz”, que empieza en la cara sur de una formación conocida como “Pilar de la Catedral”.

Partieron al amanecer, y caminaron a través del Cañón de la Muerte (llamado así por un explorador que de-sapareció en ese lugar en 1899) hasta llegar a la base de una pared rocosa. A las 8 de la mañana se colocaron los arneses, se ataron con cuerdas de nailon y comenzaron el ascenso de 548 metros. Escalarían en nueve tramos hasta alcanzar la cima, a 2,926 metros sobre el nivel del mar.

Michael iba al frente, clavando empotradores en fisuras de la pared y ensartando su cuerda en ellos (si un escalador resbala, los empotradores evitan que la caída sea larga). Cuando terminaba de ascender un tramo, Dana y Lauren lo seguían, usando los mismos empotradores. Michael controlaba las cuerdas y las mantenía tensas hasta que ellas se reunían con él. Entonces escalaba el tramo siguiente y el proceso se repetía.

Era un día espléndido, y al principio ascendieron a buen ritmo, pero con el paso de las horas su entusiasmo decreció un poco. Hacia las 4 de la tarde comenzaron a aparecer nubarrones, los cuales parecían reflejar el nuevo estado de ánimo de los escaladores. La cordillera Teton es famosa por la formación repentina de tormentas al final de la tarde.

—Démonos prisa —dijo Michael—, antes de que empiece a llover.

Para recorrer el último tramo, que iniciaba en una cornisa, había dos rutas. Como era su costumbre, Michael eligió la más difícil: tendrían que escalar una saliente de tres metros, aferrándose a ella hasta alcanzar el borde y trepar sobre el voladizo. Por primera vez en todo el día, las jóvenes oyeron a Michael jadear por el esfuerzo.

—Si a él le cuesta trabajo, a nosotras nos va a parecer un tormento —le dijo Dana a Lauren, preocupada.

Una vez que Michael se encaramó sobre la saliente, Dana trató de seguirlo, pero resbaló y quedó colgada de la cuerda, a 275 metros del fondo del cañón. Las chicas pidieron ayuda a gritos a su compañero, pero el viento apagó sus voces. No muy lejos restallaban relámpagos. Las jóvenes sabían que serían blanco de los rayos si la tormenta se acercaba.

Lauren se soltó de la roca y quedó colgando junto a Dana.

—¿Por qué no intentas subir usando mi cuerda? —le dijo—. Cuando llegues arriba dile a Michael que me baje para alcanzar de nuevo la cornisa.

Sujetándose de la cuerda de su amiga, Dana logró trepar hasta la saliente, situada varios metros por encima de sus cabezas.

—Te veré pronto —le gritó a Lauren al pasar sobre el voladizo.

 

La caída

Michael esperaba sentado en una roca ancha, cerca de la saliente, a la cual se había atado para asegurar las cuerdas de sus compañeras. Le sorprendió al ver a Dana llegar sola, y cuando ésta le informó sobre la situación de Lauren, se mostró preocupado.

—Tenemos que sacarla de allí antes de que el viento cambie de dirección —señaló con el rostro tenso.

 

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