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Cartas a una joven desencantada con la democracia

La democracia es un conjunto de reglas que intentan traducir en términos reales algunos valores importantes como la paz, la pluralidad, la libertad, la igualdad; lo hace mal, muy mal, pésimamente mal. Pero hasta ahora, sin esas reglas no han existido más que tiranías, dictaduras, autocracias, totalitarismos, que resultan, por lo menos, mucho peores que la peor de las democracias…

Luis Salazar Carrión* (filósofo e investigador mexicano en el campo de la filosofía política), en una entrevista que le hicieron Sergio Ortiz Leroux y Jesús Carlos Morales para la revista Andamios, enero-abril de 2016.

 

México, D. F., 16 de enero de 2017

Estimada:

Recibí tu carta. Muchas gracias por los buenos deseos. Sabes que son recíprocos. Y entro al asunto que planteas sin rodeos.

Tu carta expresa de manera inmejorable un estado de ánimo muy extendido que, a falta de mejor nombre, llamaría «desencanto con la democracia», con los instrumentos que la hacen posible (partidos, políticos, gobiernos y congresos), y si me apuras, incluso con la política, una actividad necesaria para darle cauce a la vida pública pero de manera inercial vilipendiada, incomprendida, maltratada.

Déjame ir por partes. El repliegue hacia la vida privada, dándole la espalda a los asuntos públicos (como se desprende de tu malestar) siempre será una posibilidad. Millones de personas en el mundo han tomado esa ruta. La distancia en la que transcurren los debates de la política, el laberinto en el que se procesan diferentes iniciativas, pero, sobre todo, el hartazgo con eso que denominamos política hace que muchos se refugien en «los asuntos que les conciernen» directamente y construyan un muro para desatender los temas que incumben a la comunidad (sea barrial, municipal, estatal, nacional e incluso internacional). Es una opción y es legítima. Pero vale la pena subrayar que cuando uno se autoexcluye, serán otros los que tomen las decisiones. No hay escape.

No creo que exista una obligación moral (bueno, de esto no estoy del todo seguro), ni menos política, de participar. Si uno quiere —insisto— puede recluirse en sus asuntos privados. Pero ello hace la vida menos plena, más estrecha, menos interesante. Porque cuando el campo de visión se reduce a «nuestros asuntos» normalmente perdemos buena parte de la riqueza de la vida, que sin duda se encuentra depositada en lo que le sucede, más allá de nuestro estrecho círculo familiar o de amigos o compañeros de trabajo, a los otros.

Hace ya muchos años Albert O. Hirschman* (economista alemán, quien también escribió obras sobre ideología política), discutiendo con algún rat choice (es decir, un representante de esa corriente académica que supone que los individuos solamente orientan su conducta para «maximizar sus utilidades o beneficios»), decía algo que creo hay que tomar en cuenta.

Para quienes estudian los fenómenos sociales a través de la opción racional, que por supuesto puede ser un buen método analítico, mucha gente se abstiene de participar en los asuntos públicos por una simple y sencilla razón: mucho de lo que se puede alcanzar en esa esfera también los beneficiará, pero se ahorran el tiempo y el esfuerzo que demanda cualquier fórmula de participación. Ello, dirían, es lo que explica —y algunos dirían hasta justifica— que existan muchos free riders: beneficiarios que no movieron ni un dedo.

Lo que Hirschman les decía es que la participación porta su propia recompensa. Que el premio no es (o no sólo es) el logro del fin proclamado (un aumento salarial, la construcción de una escuela, la preservación de un área verde, etc.), sino la participación misma, en la cual se entra en contacto con otros, se tejen redes de amistad y solidaridad, se experimenta el gusto por la acción (desde la confección de volantes, cadenas en las redes, hasta las marchas, plantones o huelgas), se vive intensamente, se valoran causas, personas, instituciones.

Es decir, el involucrarse en la vida pública tiene en sí una recompensa: el ser parte de un colectivo, con lo cual la vida se hace más intensa, más interesante. Pero por supuesto, como te decía antes, la participación es opcional. Y si quieres ver los toros desde la barrera, pues adelante. Y si incluso quieres no verlos, estás en tu derecho.

Disculpa, por lo pronto, que no me extienda más, pero tengo que salir. Además, no creas que estoy acostumbrado a mandar cartas. Saludos. Pásala bien.

Lee nuestra selección completa de estas cartas en nuestra edición del mes de junio, disponible en puestos de periódicos y tiendas de autoservicio.

Tomado de Cartas a una joven desencantada con la democracia, de José Woldenberg ©2017 Editorial Sexto Piso, S. A. de C. V. Y ©2017 José Woldenberg. Reproducido con autorización de Editorial Sexto Piso, S. A. de C. V.

Juan Carlos Ramirez

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