Casos clínicos: Piel amarilla y fatiga
Al pasar frente a un espejo, vio que su rostro estaba amarillento. Además, se había estado sintiendo algo fatigado, por lo que pensó que se resfriaría.
La noche de un viernes de marzo de 2015, Gustav se preparaba para subir al escenario de un auditorio de Hamburgo y unirse a la orquesta cuando, al pasar frente a un espejo, vio que su rostro estaba amarillento. Además, se había estado sintiendo algo fatigado, por lo que pensó que se resfriaría. Una semana después, su piel y esclerótica adquirieron un tono amarillo. Gustav sabía que tenía ictericia, y se dirigió a una clínica de inmediato.
Las enzimas hepáticas de su organismo mostraban niveles elevados y los resultados de los análisis indicaron hepatitis E, afección causada por beber agua contaminada o comer carne de cerdo mal cocida.
En algunos casos se resuelve sola y, efectivamente, tres semanas más tarde la piel de Gustav había vuelto a la normalidad, aunque él continuaba sintiéndose muy cansado. En enero de 2016 la ictericia regresó. Consultó a su médico, quien detectó concentraciones de enzimas hepáticas ligeramente altas; no obstante, el problema volvió a desaparecer tras un par de semanas.
Sin embargo, Gustav aún se sentía débil y al poco tiempo, en la primavera, comenzó a experimentar molestias abdominales leves pero crónicas. La piel se le hizo amarillenta de nuevo en septiembre. Acudió a urgencias del Centro Médico de la Universidad de Hamburgo-Eppendorf, donde los exámenes de sangre revelaron un aumento significativo de las enzimas hepáticas y los marcadores de inflamación.
Gustav fue referido al médico Timur Li-winski, de la Clínica para Enfermedades Hepáticas Autoinmunes YAEL.
“Si hay niveles altos de enzimas hepáticas se deben realizar más estudios, ya que en la mayoría de los casos revelan una enfermedad hepática”, explica Liwinski. Agrega que los trastornos del hígado pueden tener consecuencias graves si no se tratan. En este caso, el médico creía que era hepatitis autoinmune, un cuadro poco común en el que el sistema inmunitario ataca a este órgano. Timur realizó una biopsia y confirmó el diagnóstico.
“Aunque la hepatitis autoinmune es poco frecuente, su prevalencia parece aumentar, sobre todo en Occidente”, señala; ninguna investigación ha podido precisar a qué se debe.
Se registra más en mujeres, pero no está restringida a ningún grupo demográfico o etario. Se cree que la causan una combinación de factores genéticos y ambientales. Es similar a la hepatitis E. Ciertas evidencias sugieren que la predisposición al trastorno es hereditaria.
Diagnosticarla es un desafío: no existe un marcador único o específico de la enfermedad, apunta Liwinski. Además, muchos pacientes no muestran síntoma alguno al principio. La ictericia y la fatiga son los más comunes; algunas personas pueden experimentar dolor abdominal y articular, así como sarpullidos.
Uno de los indicios de que se trata de hepatitis autoinmune es que el paciente parece recuperarse, pero los síntomas regresan repentinamente. Otra señal es el aumento y caída repentina del nivel de enzimas hepáticas. “Si la afección no se trata, suele derivar en cirrosis rápidamente y tiene el potencial de provocar enfermedad hepática terminal en meses; si se atiende de forma adecuada, el paciente puede esperar un buen pronóstico”, afirma el médico.
Por suerte, Gustav lo recibió. Li-winski prescribió un tratamiento con altas dosis de esteroides y azatioprina, un inmunosupresor. En unos días, Gustav experimentó un drástico descenso en las concentraciones de enzimas hepáticas y marcadores de inflamación. La piel también recobró su tono normal.
Por desgracia, la hepatitis autoinmune es incurable; Gustav continuará tomando inmunosupresores y podría necesitar dosis adicionales de corticosteroides. Sin embargo, ya es capaz de ensayar y se siente lo suficientemente bien como para regresar a los escenarios.