Historias de Vida

Su misión es atrapar toda culebra que aparezca sin ser llamada

A Sompop Sridaranop le bastó echar un vistazo al frondoso árbol de mango para entender el motivo de tanto pánico. Enrollada en las ramas más altas había una serpiente pitón birmana de cuatro metros de largo.

Estos enormes ofidios carnívoros habitan en las selvas del sureste de Asia, pero aquel ejemplar se había encaramado sobre una cómoda percha en medio de Bangkok, la capital de Tailandia, y no mostraba la menor intención de marcharse.

Era noviembre de 2011, y en ese momento toda Tailandia hacía grandes esfuerzos para recuperarse de unas inundaciones catastróficas. Al igual que la gente, los reptiles huían a tierras más altas.

Cuando las calles de Bangkok se anegaron, las pitones birmanas, que son excelentes nadadoras, comenzaron a aparecer por todos lados. Fue entonces cuando el teléfono celular de Sompop, con su inconfundible tono de canción navideña, empezó a sonar día y noche.

Y es que, con el tiempo, este hombre de aire diligente y voz suave cobró fama de intrépido y hábil para atrapar toda serpiente que aparecía en la ciudad sin ser llamada. Es un servicio público que presta gratis a quienquiera que se lo pida. En una semana ajetreada, su teléfono suena unas cinco veces al día, pero después de las inundaciones llegó a recibir hasta 30 llamadas diariamente.

Atendía todas las llamadas que podía, incluida ésta, que estuvo a punto de ser la última

Tras estudiar la situación, Sompop se quitó los zapatos y empezó a trepar el árbol. En una mano llevaba una barra larga con un lazo corredizo en la punta. Sabía que la clave para atrapar y manipular una serpiente tan grande consistía en controlar la cabeza, y para eso iba a servirle ese instrumento.

Al llegar a unos cinco metros de altura se acercó despacio a la pitón. Fue mientras le pasaba el lazo por la cabeza cuando las cosas se complicaron. El lazo resbaló hasta la parte media del cuerpo, y Sompop perdió la ventaja del control: la serpiente alzó la cabeza, y de pronto, a unos palmos de la cara, él tenía una pitón enfurecida a la que no podía contener.

Dicen los expertos que las pitones birmanas no son agresivas… a menos que alguien las acorrale, como hizo Sompop en ese momento. En tal caso pueden arremeter con la velocidad de un relámpago, usando como arma unas fuertes mandíbulas erizadas de dientes puntiagudos como agujas.

Nadie lo sabía mejor que Sompop. Tiene las manos y los antebrazos punteados de cicatrices, recuerdos de las pitones reacias que ha capturado.

Enseñando las fauces, la serpiente acometió dos veces. Sompop llevaba un pantalón corto, y los dientes le penetraron los muslos como navajas de afeitar. Irguiendo la cabeza, el ofidio volvió a arremeter, esta vez contra uno de los pies descalzos de Sompop. Le mordió profundamente el arco y el empeine, y lo dejó atenazado.

Los dientes de una pitón son largos y están curvados hacia atrás para sujetar la presa mientras la serpiente la mata comprimiéndola. Si Sompop intentaba liberar el pie sacudiéndolo, podían pasar dos cosas: que se clavara los dientes aún más, o que se soltara, pero desgarrándose la carne.

Colgándose de una rama con una mano, estiró la otra hacia abajo, agarró la serpiente por detrás de la cabeza y apretó. Despacio, a regañadientes, el reptil abrió el hocico lo suficiente para que él sacara el pie.

Luego, sin soltar la cabeza, fue juntando el escamoso cuerpo y empezó a bajar del árbol arrastrando consigo a la furiosa culebra. Cuando por fin llegó al suelo, rápidamente metió al animal en una bolsa y la amarró.

Le sangraba la mordedura del pie y tenía el pantalón ensangrentado por las heridas de los muslos. Los horrorizados circunstantes le llevaron corriendo gasa y alcohol. Con toda calma Sompop se limpió y vendó las heridas, tomó la bolsa con la pitón y partió al siguiente servicio.

Era sólo un día más para el cazador de serpientes de Bangkok

A sus 59 años de edad, con los lentes de montura de alambre que usa, Sompop Sridaranop parece más un contador atribulado que un audaz recolector de culebras. Está convencido de que, si bien los ofidios tienen un lugar en el mundo como los seres humanos, ese lugar no es su ciudad natal.

Por eso lleva la mayor parte de su vida adulta dedicado a apartar una especie de la otra, capturando y rehabilitando las serpientes que aparecen en Bangkok. Lo hace en el tiempo libre que le deja su empleo de mensajero en la Marina tailandesa.

Este insólito pasatiempo comenzó en su juventud, cuando a Sompop lo impresionó un discurso en que la reina Sirikit de Tailandia exhortó a la sociedad a hacer cosas desinteresadas por los demás. Aunque él tenía poca educación formal —dejó la escuela a los 10 años de edad—, estaba convencido de que podía hacer algo.

A los veintitantos años se alistó en la policía como voluntario civil. Una noche acudió al llamado de un domicilio. “Cuando los agentes vieron que el problema era una culebra, me dijeron: ‘Atrápala tú’”, dice riendo. “No quise quedar como un cobarde, así que la capturé”. Desde entonces, siempre que la policía se topaba con una serpiente, lo llamaba.

Sompop se volvió un herpetólogo autodidacto; aprendió los hábitos reproductivos de diversas especies de ofidios, se las ingenió para manipularlos e inventó instrumentos de captura propios. La fama de su heroísmo y habilidad se extendió. Otras dependencias oficiales y hasta zoológicos empezaron a dar el número telefónico de Sompop a quienes sufrían la visita de intrusos viperinos.

Más tarde consiguió un celular —el del timbre navideño— exclusivo para las llamadas de auxilio. Es el único timbre lo bastante fuerte para oírse junto al ruido de su moto, explica. Incluso diseñó una chaqueta con el rótulo “Cazador de serpientes” y su número telefónico bordados en la espalda.

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