En una casa que se ubica sobre una calle sin pavimentar de Ojo Seco, tranquila y costumbrista ranchería de Guanajuato, viven unas mujeres tenaces, obstinadas y perseverantes; herederas de tradiciones ancestrales que bajo ninguna circunstancia permitirán se pierdan en el olvido.
Hace no mucho eran amas de casa. Dedicaban sus días a labores domésticas y del campo, pero un día decidieron capitalizar dos facetas distintas: la de artesanas, que llevan en la sangre, y la de rescatadoras culturales ante el desinterés de las nuevas generaciones por los ritos de sus ancestros.
Y fue así como Ojo Seco se convirtió en una trinchera desde la cual luchan a través de talleres vivenciales por hacer que sus tradiciones, casi abandonadas, persistan. Los talleres tienen lugar en un terreno con una casa construida cuatro décadas atrás. Es un sitio sencillo, aunque lleno de colores, olores y sabores.
Sobre el piso de tierra se erige una cocina tradicional equipada con un comal de leña, molcajetes con salsas de chile negro y chile verde, o de “dedo”, un gran recipiente de vidrio lleno de agua de limón con chía y chaya, una planta que, afirman los locales, previene la osteoporosis por su alta concentración de calcio. “Si se te secan hasta los cactus, prueba con la chaya”, bromea Jinna Herrera Martínez, tal vez la principal impulsora de estos talleres vivenciales, aludiendo a la resistencia de la especie.
Lienzos de maíz
En lo que fue la aldea otomí llamada Nat-Tha-Hi, Martín Enríquez de Almansa, el cuarto virrey de la Nueva España, permitió la fundación de lo que hoy es Celaya. En ese antiguo asentamiento nacieron las tortillas ceremoniales, únicas en su preparación y significado: son una forma de comunicación a través del maíz y llevan un sello acorde al evento para el que se destinen. Se usan al celebrar cumpleaños o las fiestas patronales como la de San Antonio de Padua, que la comunidad de Ojo Seco festejó el pasado 13 de junio.
El sello es tallado en una tabla de mezquite, árbol representativo de Celaya que ofrece una madera muy dura y resistente, e imprime un relieve a la tortilla. Esta matriz se entinta de antemano con pigmentos extraídos del muitle —una planta medicinal—, la grana cochinilla, el betabel o la jamaica. Aquí puedes crear las tuyas, así que no pierdas detalle del procedimiento para hacerlo.
Cuando tengas tu ración de tortillas podrás desayunar. Huevos, frijoles, salsas, queso, café o té de limón. Todos los ingredientes pertenecen a la región. Finaliza la comilona con un chocolate regional, un pan recién traído del municipio de Tamayo y la historia del traje regional de Celaya contada por Jinna, quien lo usa con orgullo.
Historia para vestir
El atuendo es de origen español y se compone de blusa y falda. No obstante, debajo de esta última prenda se utilizan otras cuatro: un fondo de algodón; una pieza llamada combinación, bellamente bordada con punto de cruz; la bayeta, una falda roja plisada creada con, por lo menos, 5 metros de paño de lana, cuya elaboración es un reto: las mujeres la confeccionan a ratos, así que invierten en ella hasta un año y alrededor de 3,000 pesos. Por último, la cuarta capa: un delantal, pieza que actualmente solo se usa en algunas comunidades apartadas.
El traje se completa con una blusa blanca con manga de holanes y, como reza una canción del cantautor Cri Cri, con un rebozo de bolita, prenda representativa de México que, al igual que el conjunto, está en peligro de desaparecer en la localidad puesto que las nuevas generaciones ya no lo quieren usar, según la percepción de Jinna.
“El rebozo sirve para cubrirse del Sol, para sentarse en el piso, para cargar al niño y hasta la leña, mientras que una blusa nomás sirve para untársela en el cuerpo”, afirma la artesana en un tono jovial.
Otro elemento distintivo de las celayenses era usar una larga melena, que debía caer por debajo del rebozo. “Las mujeres no cortaban su cabello porque decían que la Virgen nunca lo hizo”, explica Herrera Martínez.
Al conjunto lo acompañan dos hermosos adornos: una peineta y los aretes de dos comales —exclusivos de la región—, que pueden ser de oro o de plata y que, según la cantidad de picos, aumentan su valor. Un par de estos con 25 picos, por ejemplo, puede ser valuado en 17,000 pesos.
Artesano, ardua profesión
Con los españoles llegó el telar de pedal a México, un instrumento para convertir hilo en tela. El de nuestra anfitriona tiene 60 años de antigüedad y ni un solo clavo; por su diseño, solo requiere ser ensamblado.
En él se elaboran manteles, cobijas, gabanes y cotorinas, prenda parecida a un saco pero sin mangas. Según la complejidad de la pieza, es posible producir desde una diaria o una al mes. Cuando contemples a detalle el telar de pedal, quedarás sorprendido por su complejidad. Si eres osado, podrás operarlo; aunque si prefieres intentar con algo menos complejo, elige el telar de cintura, instrumento usado por los indígenas desde antes de la llegada de los españoles.
Un rebozo se completa en dos jornadas de siete horas; si bien parece poco tiempo, los artesanos trabajan en posturas muy incómodas. “Nos cansamos de estar arrodilladas, así que nos sentamos o nos paramos”, revela Jinna. El producto será vendido en 350 pesos. “Le ganamos unos 30 o 40 pesos porque el hilo es caro. Intentamos subir los precios, pero la gente desconoce el procedimiento y piensa que es muy alto”, lamenta Jinna, quien aprendió a usar el instrumento a los 12 años.
Esta artesana confía en que una vez que la gente atestigüe la dificultad que conlleva confeccionar las piezas, valorará más sus mercancías.
En este taller vivencial también conocerás el telar rectangular con el que se teje empleando la técnica persa. En él se hacen tapetes anudados a mano, artesanías que solo se crean en tres regiones de México, quizá porque cada uno de estos requiere alrededor de 25,000 nudos hechos a mano.
Juguetes que se niegan a desaparecer
Celaya brilla no solo por sus textiles, sino también por sus juguetes tradicionales que requieren de lámina, cartón, madera o trapo como materias primas, piezas que han colocado al municipio como el principal productor de dichos artículos de Guanajuato.
La técnica de la fabricación de los muñecos de trapo tiene más de 100 años. Sus caritas son bordadas a mano y su cabello se hace a la antigua usanza, con medias viejas deshiladas, pues en ese entonces las abuelas no tenían hilos. En caso de que el cabello tenga que ser canoso, mezclan pelo de borregos blancos y negros.
“Un día, en Querétaro, una muchacha empezó a llorar cuando vio a uno de los muñequitos; nosotros nos asustamos. Al poco tiempo, ella nos dijo que se parecía mucho a su papá”, recuerda una Jinna orgullosa.
Además de ser expresivas, las figuras están articuladas con un armazón de alambre, así que puedes colocarlas en distintas posturas. Sirenas coloridas, muñecas con el traje típico de Celaya, Popocatépetl cargando a Iztaccíhuatl y la muñeca más pequeña de Guanajuato, que mide apenas unos cinco centímetros, son algunos de los modelos que fabrican.
Si quieres intentar competir con los artesanos celayenses que en 2018 ganaron el primer lugar estatal en la categoría de mejores muñecos, puedes realizar tu propio juguete de trapo. Y no te preocupes si no te queda bien, pues Jinna te sacará de apuros mientras te presume que, además, se han hecho con los primeros lugares en los últimos seis años.
Un dulce tesoro
Dicen que el virrey José de Iturrigaray guardaba en sus habitaciones una dotación de cajas de madera con este manjar. También cuentan que recién creada, esta golosina únicamente se ofrecía en las fastuosas fiestas de encumbrados personajes de la Nueva España y que, en una de las empresas más antiguas que la elabora, la señorita de la casa era quien recibía la receta como si de un tesoro familiar se tratara.
Sí, adivinaste: hablamos de la cajeta de Celaya, uno de los postres que más reconocimiento ha dado a México en el mundo.
Aunque el espeso dulce se elabora en otros sitios, el elemento que marca la diferencia en la cajeta de Celaya es el sabor único que la leche de cabra adquiere por los pastos de ese municipio con los que se alimentan los animales, explica José Antonio Martínez Álvarez en su libro Historia de la cajeta de Celaya: Crónica y testimonios.
La cajeta apareció desde el primer siglo de la conquista española en México y, poco a poco, se popularizó. En las instalaciones de La Tradicional de Salgado, empresa que produce este prodigio y sus derivados, y que opera desde 1860 en Celaya, presenciarás el proceso artesanal que ahí siguen desde su fundación.
Manjar artesanal
Si existe algún método perfectamente resguardado de la industrialización tecnológica es aquel con el que se hace la cajeta. Fuego, peroles de cobre traídos desde Santa Clara del Cobre, Michoacán, pala de madera, leche de cabra y azúcar: eso es todo lo que se necesita para crear semejante delicia que, dicen, fue alabada por el emperador Maximiliano de Habsburgo.
Para la presentación envinada, explica Pedro Emiliano, jefe de producción de La Tradicional de Salgado, se agrega canela y, después de tres horas y media en el fuego, alcohol de caña, mientras que la quemada necesita del doble de tiempo para adquirir su color oscuro y ese sabor intenso.
Una vez que la cajeta está lista, inicia el vaciado en tarros de cristal que se llenan hasta el tope y, tras ser tapados, se colocan boca abajo para generar un alto vacío natural. Pero tal proceso es moderno, pues antes se vertía en cajetes, cajas redondas de madera de donde esta golosina tomó su nombre.
La cajeta de Celaya fue declarada “El postre del Bicentenario Mexicano” en 2010 y actualmente existe una amplia gama de productos y platillos derivados de este dulce, como obleas, caramelos chiclosos, helados, cremas de mezcal y un riquísimo lechón en salsa gravy de cajeta.
¿Te hace falta algún otro pretexto para ir a pasear por esta ciudad? Estamos seguros de que no.