Cierto día mi papá quería ir a cortarse el cabello. Como mi hermano menor solía acompañarlo a todas partes, papá lo llevó con él para que le cortaran el pelo también.
Al llegar a la peluquería, el primer turno fue de mi papá, y mi hermano se quedó viendo muy atento cómo lo hacían. Cuando le tocó al niño, el peluquero le preguntó qué tipo de corte le gustaría.
—Lo quiero exactamente igual que mi papá —respondió el niño sin la menor vacilación—: con un circulito atrás de la cabeza.
Mercedes Franco, México
Emily, la nieta de una amiga, y su amiga Joanne, estaban jugando a que eran dueñas de una cafetería. Incluso se las habían ingeniado para conseguir delantales y hacer unos menús con hojas de papel.
Todo iba bien hasta que la hermana menor de Joanne intentó jugar con ellas. Casi en seguida apareció en la cocina, llorando y quejándose de que las otras niñas le habían dicho que era muy pequeña y no querían que entrara en el dormitorio donde habían instalado la “cafetería”.
Para tranquilizarla, mi amiga le dijo a la pequeña que seguramente estaban bromeando, y la acompañó a la planta alta. Para sorpresa suya, cuando llegó a la habitación se topó con un letrero en la puerta, el cual decía: “Sólo personal autorizado”.
Jennifer Armes, Reino Unido
Una noche, cuando mi hijo tenía cinco años, acompañó a su papá a darle de comer a su mascota, una perra llamada Moka.
Al verlos, la perrita se puso a saltar y a ladrar muy emocionada. El niño, tratando de calmarla, se acercó a ella y con toda seriedad le dijo:
—¡Moka, tranquila! Respira. Inhala despacio y exhala, inhala y exhala…
Natalia Moya, México
Cada vez que mi hijo, de cuatro años, entraba al baño, yo le decía que no debía salir de allí hasta que en su bacinica hubiera “pipí”.
En una ocasión estuvo unos minutos dentro del baño, y luego salió con aire triunfal.
—¡Listo, mamá! —exclamó.
Cuando entré a limpiar, no pude evitar reírme. Había tomado las letras P e I de su alfabeto de juguete y las había metido en la bacinica.
Melissa Howes, Canadá
Durante el funeral de mi madre, mi nieta de cinco años no le quitaba los ojos de encima a la urna que guardaba sus cenizas.
—¿De verdad está mi bisabuela allí dentro? —le preguntó a su mamá.
—Sí, hija.
—¡Qué raro! —repuso la pequeña, muy sorprendida—. Siempre pensé que era más alta.
Lee Rosenow, Estados Unidos
Rivalidad fraternal
Mis dos hijos, Matt, de 17 años, y Mitch, de 11, estaban discutiendo. Entonces alcancé a oír que el mayor le decía al menor:
—Pues aunque fueras hijo único, ¡no serías el consentido de mamá y papá!
Denise Horn, Canadá
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