Debemos entender que las diferencias no tienen que hacernos infelices
Los vínculos estrechos enriquecen nuestra vida, pero a menudo nos equivocamos en la forma de buscarlos. Hay que cultivar las relaciones interpersonales.
Los estudios indican que quienes disfrutan de lazos estrechos con amigos y familiares y aceptan las diferencias son más felices, sufren menos trastornos de salud y tienen mayor capacidad para afrontar situaciones adversas y salir fortalecidos de ellas.
En cuanto a sugerencias para relacionarse, conviene tomar con reserva las ideas aceptadas. Nosotros seleccionamos la información disponible, consultamos especialistas en la materia y llegamos a estas lecciones esenciales que se apartan de las opiniones generalizadas:
Nos sigue tentando pensar que podemos corregir los defectos que vemos en nuestra pareja, amigos, padres e hijos adultos. Hace décadas, el musical Guys and Dolls (“Ellos y ellas”) satirizó esta idea con la canción Marry the man today and change his ways tomorrow (“Cásate con él hoy y cambia su manera de ser mañana”).
El ego suele convencernos de que estamos en lo correcto, pero tratar de “corregir” al otro muchas veces resulta contraproducente, advierte el psicólogo Paul Coleman, autor del libro We Need to Talk: Tough Conversations with Your Spouse (“Tenemos que hablar: conversaciones difíciles con tu cónyuge”).
“Presupone que estamos mejor informados acerca de lo que es más conveniente”, explica. La otra persona podría sentirse descalificada y ofenderse.
¿Una estrategia más saludable? “Busca la solución en tu interior”, aconseja Eli Finkel, psicólogo de la Universidad Northwestern, en Evanston, Illinois. Si tu pareja odia las reuniones concurridas, asiste solo a la siguiente para que ella no tenga que entablar conversaciones forzadas ni tú tengas que irte temprano.
O bien, si tu hijo no quiere ingresar a la universidad, demuéstrale entusiasmo por la actividad que haya decidido emprender en vez de presionarlo para que elija una escuela superior.
Esto supone reconocer que es imposible estar de acuerdo en todo. “Conviene que le dejes en claro que tienen diferencias inconciliables, pero que tienen que aprender a convivir a pesar de ellas”, añade Coleman.
Los padres que no dejan a sus hijos ni a sol ni a sombra exasperan tanto a maestros como a especialistas en desarrollo humano. Son los que corren a los columpios a arreglar injusticias o diferencias, y envían sin cesar mensajes electrónicos a la escuela.
“Ante la gran desconfianza en las instituciones sociales, la gente se siente obligada a sobreproteger”, explica Hara Estroff Marano, autora del libro A Nation of Wimps (“Un país de débiles”).
“Los padres tampoco creen en el deseo de los niños de ser competentes ni aceptan que la naturaleza influya en su desarrollo”.
La compulsión de intervenir aumenta si los padres ven a sus hijos como quienes han de cumplir sus sueños, dice David Elkind, psicólogo infantil jubilado de la Universidad Tufts y autor de The Power of Play (“El poder del juego”). Sin embargo, intervenir sin cesar para proteger del estrés a los niños puede dañarlos a la larga.
Michelle Givertz, profesora de ciencias de la comunicación en la Universidad Estatal de California en Chico, ha realizado estudios con cientos de jóvenes y sus padres, y ha observado que la sobreprotección produce niños (y más adelante adultos) propensos a la depresión, sin ambiciones y sin capacidad para alcanzar metas.
La intromisión paterna también puede distorsionar la percepción del merecimiento personal, añade la profesora.
Los niños acostumbrados a obtener todo lo que necesitan sin esfuerzo alguno quizá piensen: Me lo merezco todo, pero soy incapaz de lograr lo que quiero.
Es mejor dejar que los niños se lleven decepciones ocasionales, y que resuelvan solos sus problemas siempre que sea posible, infundiéndoles la seguridad de que sus sentimientos son escuchados (aunque seas tú quien les niegue un gusto) y que cuentan con tu apoyo moral.
Confía en su capacidad para vencer obstáculos. “Nuestra tarea es ayudar a los niños a volverse autosuficientes”, concluye Givertz.
La clave para una relación de pareja feliz y sana consiste en elegir a alguien muy parecido a ti, cuyas opiniones y hábitos coincidan con los tuyos. Los estudios subrayan una y otra vez la importancia de compartir valores, rasgos de personalidad, posición económica y religión, así como de la cercanía en edad.
Glenn Wilson, psicólogo y profesor en el Gresham College de Londres, elaboró un cuestionario de compatibilidad que comprende estilo de vida, ideas políticas, crianza de los hijos, moral y finanzas, y lo aplicó a parejas.
Las que dieron respuestas similares tendían más a mostrarse satisfechas. No obstante, advierte: “Cuando las parejas se parecen demasiado, la relación puede resultar fraternal: muy predecible y sin grandes novedades”.
Entonces, ¿cuál es el justo medio? Busca una pareja en cuyas pasiones existan diferencias de las tuyas lo suficiente para ampliar tu experiencia, pero con quien coincidas en los aspectos fundamentales: cómo expresar afecto, qué constituye una vida moral y cómo educar a los niños.