El embalsamador entregaba una lista de precios a la familia del difunto, y le mostraba una serie de modelos de momia entre los que elegir. Se ofrecían diversos tratamientos. El más sencillo y el más barato exigía sólo un par de días y consistía en un lavado interno del cadáver con un sencillo purgativo, a base de sal, casia y senna.
Algo más cara era la inyección de aceite de cedro en el vientre: previamente, el embalsamador cerraba los orificios corporales con tejidos, que retiraba al cabo de unos días para permitir el drenaje del aceite corrosivo, junto con los intestinos y otros órganos licuados.
El tipo de momificación más complejo y caro ocupaba 70 días. En primer lugar, se hacía un corte lateral en el abdomen del difunto y se extraían el hígado, los pulmones, el estómago y los intestinos, dejando el corazón y los riñones.
A continuación se limpiaba el interior del cuerpo y se rellenaba con resinas aromáticas y natrón, un compuesto salino similar a la sosa, que se usaba como agente secante. Luego se enterraba el cuerpo en natrón y se dejaba secar durante 40 días.
Entretanto se limpiaban los órganos extraídos del cuerpo, se secaban con natrón, se cubrían con resinas fundidas y se introducían en recipientes de madera, piedra o cerámica decorados y con sus tapones tallados con la forma de cuatro semidioses egipcios, encargados de custodiar los órganos corporales.
Cuando el cuerpo se secaba por completo, se retiraba el relleno y se introducía bajo la piel arena y arcilla, para tensar la carne arrugada. A continuación se rellenaba el cuerpo con lino sumergido en resina y bolsas de mirra, canela y serrín, y se untaba con diversas resinas fundidas.
Ayudado por dos empleados, que le pasaban las largas tiras de lino sumergidas en conservantes de olor dulce, el embalsamador envolvía el cuerpo. Para proteger el alma del difunto, introducía amuletos mágicos y joyas entre capa y capa, y cubría el cuerpo con un sudario.
La momia estaba lista para su viaje al mundo de los muertos. Los embalsamadores introducían el cuerpo en un ataúd que se colocaba a su vez sobre un lecho, para la celebración de la ceremonia funeraria. Antes del entierro se inscribían versos rituales en el ataúd, para proteger aún más el viaje del espíritu, y se introducían junto al cuerpo alimentos, ropas, joyas y utensilios, que el difunto usaría en su vida futura. Finalmente se colocaban junto al ataúd los recipientes que contenían los órganos corporales.
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