La presión arterial –la fuerza que ejerce la sangre sobre las paredes de las arterias– es la que mantiene a la sangre circulando. Mientras las variaciones de la presión permanezcan dentro de ciertos límites, las arterias podrán soportarlas perfectamente.
Pero si una presión alta (hipertensión) o baja (hipotensión) son persistentes, pueden afectar seriamente la salud. Además, indican que existe un problema subyacente que las ha provocado.
Los médicos miden la presión arterial en dos fases del ciclo cardiaco. La primera, llamada presión sistólica, es la fuerza máxima que ejerce la sangre sobre las paredes arteriales cuando el ventrículo izquierdo se contrae y bombea el líquido hacia esos vasos.
La presión diastólica es la más baja y corresponde al intervalo entre dos latidos, cuando el corazón está relajado y llenándose de sangre Estas dos lecturas se anotan en forma de una fracción con la presión sistólica en el numerador y la diastólica en el denominador.
Para obtener estos datos se envuelve el brazo del paciente con un manguito inflable de tela suave que está unido a un instrumento que mide la presión (esfigmomanómetro), y se bombea aire dentro del manguito hasta que la presión que ejerce sobre el brazo sea suficiente para detener el flujo de sangre en la arteria principal de esa región.
Después se pone el estetoscopio sobre la arteria, justo por debajo del manguito, y se va soltando el aire hasta que se oiga de nuevo el pulso.
En ese momento la presión del aire en el manguito es ligeramente menor que la de la sangre y la cifra que marca la escala del esfigmomanómetro corresponde a la presión sistólica o máxima.
Se sigue dejando escapar el aire hasta que ya no se oiga el pulso y se toma la lectura del aparato en ese instante, lo que indica la presión diastólica o mínima.
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