Hacía 20 años que Charles Darwin había concebido la teoría de la evolución, pero aún se resistía a publicarla. Cuando el naturalista Alfred Russel Wallace le envió una carta en la que le exponía una teoría muy similar a la suya, Darwin decidió que había llegado el momento de dar a conocer sus ideas.
El origen de las especies por medio de la selección natural, la obra clave de la historia de la biología, salía a la luz un año después, el 24 de noviembre de 1859.
Mientras estudiaba en Cambridge para convertirse en sacerdote, Darwin, aficionado desde pequeño a la historia natural y a la geología, recibió la oferta de embarcarse como naturalista en el bergantín Beagle para efectuar un viaje alrededor del mundo.
Darwin aceptó entusiasmado y, a lo largo de los cinco años siguientes, recorrió las costas de Sudamérica, Australia, Nueva Zelanda y las islas Galápagos, situadas en el Pacífico frente a Ecuador.
Al zarpar en el Beagle, Darwin no tenía motivos para poner en duda que las especies vegetales y animales se habían conservado inmutables desde la Creación, tal como se creía en su época.
Pero cuando regresó a Inglaterra en 1836, las observaciones que había realizado por todo el mundo le habían convencido de que las especies evolucionaban con el paso del tiempo y, a veces, se extinguían. Incluso llegó a dudar de que la Creación fuera un hecho histórico.
Sabiendo que publicar sus ideas le granjearía la enemistad de cuantos aceptaban las enseñanzas bíblicas, decidió tomarse su tiempo y respaldar su teoría de la evolución con la mayor cantidad de datos posibles.
Entre las observaciones realizadas durante su viaje en el Beagle, destacaban las relativas a los fósiles de dinosaurios de Sudamérica y, sobre todo, los estudios sobre la curiosa vida animal de las islas Galápagos, donde abundaban los pinzones, los galápagos y los sinsontes de variedades diferentes.
Además de sus notas de viaje, Darwin también aprovechó el trabajo de otros naturalistas y geólogos para elaborar sus ideas.
Mientras trataba de dar con el mecanismo que explicara los cambios evolutivos, Darwin leyó el Ensayo sobre el principio de la población. En esa obra, publicada en 1838, Thomas Malthus argumentaba que el crecimiento de la población humana estaba controlado por las guerras, las enfermedades y la escasez de recursos alimentarios.
Darwin decidió aplicar ese principio a todo el mundo viviente y llegó a la conclusión de que las especies mejor adaptadas al medio son las que tienen mayores posibilidades de sobrevivir.
Las características que favorecen la adaptación se transmiten de padres a hijos y, a lo largo de las generaciones, las especies van evolucionando lentamente. Las especies peor adaptadas, acaban por extinguirse. Darwin denominó selección natural a este proceso.
El origen de las especies desencadenó el escándalo que Darwin había previsto. Los clérigos censuraban la nueva teoría desde el púlpito. La comunidad científica se dividió en dos bandos encarnizadamente enfrentados: el de los partidarios y el de los detractores de la selección natural.
Pero cuando Darwin falleció, en 1882, su teoría ya gozaba de la aceptación general. Sus restos reposan en la abadía de Westminster.
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