Nacido en 1402, desde temprana edad Nezahualcóyotl peleó al lado de su padre para defender el reino de Texcoco de los ataques del insaciable Maxtlatón. Siendo un adolescente vivió momentos de angustia pues le tocó presenciar la muerte de su padre Ixtlixóchitl, lo que dejó una profunda impresión en su espíritu sensible y refinado. Tanto en sabiduría como en valentía destacaba el príncipe, quien gustaba de la compañía de sacerdotes y sabios.
Cuando subió al trono en 1431 ya había alcanzado victorias contra Azcapotzalco y Coatlichán para recuperar posesiones paternas. Igualmente supo establecer vínculos con los parientes maternos, de tal forma que a los dos años se estableció en la capital, Texcoco, y se convirtió en valioso consejero de Tenochtitlán.
Inició luego una época de prosperidad y bonanza para los texcocanos, que habría de durar casi 40 años. En ellos, Nezahualcóyotl se distinguió como gobernante justo y sensato, arquitecto de buen gusto y muy acertado, y sabio conocedor de las cosas divinas.
Su pueblo y sus vasallos disfrutaban las ventajas del Rey poeta y se sometían con agrado. Convergían en él las tradiciones de los chichimecas venidos del norte y los conocimientos de los toltecas. Su gran refinamiento lo llevó a embellecer la ciudad y los jardines, y a organizar obras de agua y saneamiento para las poblaciones en torno al Lago de Texcoco, incluida la Gran Tenochtitlán.
Este magnífico personaje tuvo, sin embargo, un destino adverso en lo que a mujeres se refiere, y ello lo rodeó en sus últimos años de una gran tristeza. Aunque en general poco se sabe de la vida privada de los antiguos mexicanos, ciertos capítulos de la intimidad de Nezahualcóyotl han trascendido por las desgracias que ocasionaron los amores a un corazón tan prudente.
Ya avanzado de edad, pese a que vivía rodeado de una treintena de concubinas y más de un centenar de hijos e hijas, el Rey no había elegido aún a la esposa legítima que habría de darle un descendiente para el trono.
Preocupados, los emperadores aztecas le habían enviado 25 doncellas nobles, mismas que había devuelto sin más: tan augusto personaje esperaba una mujer a su altura.
Pensó encontrarla en los Señoríos de Huejutla y Coatlichán, de donde procedían las esposas de sus antepasados. De entre ellas hubo una muy de su gusto, que por ser aún pequeña, confió a su hermano mayor para que la criara y adoctrinara hasta que fuera doncella y pudieran celebrarse las bodas.
Pero el destino adverso se impuso y, cuando envió por ella, su sorpresa fue mayúscula al enterarse de que su propio sobrino, ignorante del pacto entre los hermanos, la había desposado por sus muchas virtudes.
Las frustradas bodas sumieron a Nezahualcóyotl en una gran tristeza, pues en verdad había amado a la doncella de Coatlichán.
Para disipar la melancolía de su fracaso, el Rey se hizo al hábito de dar largos paseos. En uno de ellos llegó hasta el pueblo de Tepexpan y salió a recibirlo el cacique Cuacuauhtzin, también poeta, quien decidió honrar al augusto Rey con una gran comida.
Para mayor homenaje dispuso que lo atendiera Azcalxochitzin, la noble azteca que el Señor de Tepexpan criaba para casarse con ella cuando tuviera edad.
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