Cuando William Harvey publicó su revolucionario libro sobre la circulación de la sangre en 1628, su única recompensa fue una lluvia de críticas e insultos por parte de sus colegas médicos.
La explicación es sencilla. En su Exercitatio Anatomica de Motu Cordis et Sanguinis in Animalibus (Práctica anatómica relativa al movimiento del corazón y la sangre en los animales), Harvey puso en duda nociones que habían sido aceptadas por la profesión médica desde que fueran formuladas por el griego Galeno 1,400 años antes, pese a que cada vez había más indicios de su falsedad.
La explicación de Galeno a uno de los misterios más antiguos de la medicina (la función de la sangre) sugería que el cuerpo producía y consumía constantemente grandes cantidades de dicho humor.
Galeno pensaba que la sangre de las arterias servía para ‘completar’ el caudal transportado por las venas, pasando de unas a otras a través de unos diminutos agujeros que había en el corazón, desde el ventrículo derecho hasta el izquierdo.
Harvey oyó cuestionar por primera vez esta teoría hacia 1600, cuando todavía era un estudiante de medicina.
Tras obtener el título de médico en 1602, regresó a Inglaterra y abrió una consulta en Londres; posteriormente fue nombrado médico especialista en el hospital de San Bartolomé.
Su escepticismo respeto a la hipótesis de Galeno dio lugar a 14 años de investigaciones que desembocaron en una teoría plausible sobre la circulación de la sangre.
En 1616 Harvey hizo públicos los resultados de sus estudios. La sangre, afirmó, pasa del ventrículo izquierdo a los tejidos a través de las arterias, regresa a través de las venas y entra en el ventrículo derecho, continúa desplazándose hasta los pulmones y finalmente llega de nuevo al ventrículo izquierdo del corazón.
La circulación pulmonar de la sangre ya había sido observada a mediados del siglo XVI por el español Miguel Servet.
Harvey siguió realizando experimentos con serpientes y ovejas vivas, así como con cadáveres humanos, para intentar demostrar su hipótesis.
Al diseccionar algunos animales observó que su corazón seguía latiendo después de haber sido extirpado. Este hecho lo convenció de que el corazón era un músculo que se contraía para bombear sangre a través de las venas.
La sangre se mueve constantemente en sentido circular, observó, como consecuencia de los latidos del corazón.
El vulgo pensaba que Harvey estaba chiflado, y todos los médicos estaban en su contra.
Harvey llegó también a la conclusión de que el ventrículo izquierdo del corazón contiene 60 g de sangre y que late a un ritmo de entre 60 y 200 veces por minuto, bombeando 1,8 kg de sangre.
Esto suponía el procesamiento de una cantidad inmensa de sangre, muy superior a la que el cuerpo podía producir a partir de los alimentos y los líquidos ingeridos.
De ello dedujo que el flujo de sangre estaba contenido en un sistema cerrado y se renovaba constantemente, en vez de ser reemplazado.
En un experimento con una serpiente viva, Harvey demostró que la sangre fluye en una dirección; sale del corazón por las arterias y regresa a él a través de las venas.
Ya no cabía duda de que no pasaba directamente de un ventrículo al otro.
Hacia 1628 Harvey había establecido con seguridad cómo funcionaba el corazón y cómo circulaba la sangre. El único misterio que quedaba por resolver era la aparente falta de conexión entre las arterias y las venas.
Los capilares, unos finísimos vasos que proporcionan esa conexión, fueron descubiertos por Marcello Malpighi cuatro años después de la muerte de Harvey.
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