La falta de sueño es un problema que surge cuando no dormimos lo suficiente o cuando la calidad de nuestro descanso es deficiente. Este trastorno no solo afecta nuestro estado de ánimo, memoria y niveles de energía, sino que también puede tener un impacto significativo en nuestra salud, contribuyendo a la inflamación en el cuerpo.
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Investigaciones recientes han revelado que la privación del sueño está relacionada con marcadores de inflamación. Esto incluye un aumento en ciertas moléculas inflamatorias, como las citocinas, la interleucina-6 y la proteína C-reactiva. Este último es un indicador clave de inflamación, que se encuentra elevado en personas con un mayor riesgo de enfermedades cardíacas y diabetes.
Cuando te despiertas por la mañana, ¿te sientes descansado y listo para empezar, o aturdido y de mal humor? Para muchas personas, la segunda situación es muy común.
Si bien estos signos de inflamación podrían atribuirse a otros factores (por ejemplo, estrés, tabaquismo u obesidad), sugieren que la falta de sueño desempeña un papel en el proceso inflamatorio.
La inflamación es la respuesta natural del cuerpo a las enfermedades y las lesiones; suele ser una respuesta temporal y funciona como un mecanismo de defensa eficaz. Pero cuando la inflamación no cede, puede contribuir al desarrollo de enfermedades cardíacas, diabetes, accidentes cerebrovasculares, cáncer y enfermedad de Alzheimer.
La asociación entre la falta de sueño y los marcadores de inflamación podría ayudar a explicar por qué las personas que duermen mal corren riesgo de sufrir enfermedades cardiovasculares, presión arterial alta y diabetes, entre otras enfermedades crónicas.
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Una teoría se centra en los vasos sanguíneos. Durante el sueño, la presión arterial baja y los vasos sanguíneos se relajan. Cuando se restringe el sueño, la presión arterial no disminuye como debería, lo que podría desencadenar células en las paredes de los vasos sanguíneos que activan la inflamación.
La falta de sueño también podría alterar el sistema de respuesta al estrés del cuerpo.
Además, la falta de sueño interfiere en el funcionamiento normal del sistema de limpieza del cerebro, denominado sistema glinfático (que no debe confundirse con el sistema linfático del resto del cuerpo). En las fases más profundas del sueño, el líquido cefalorraquídeo recorre el cerebro y arrastra la proteína beta-amiloide vinculada al daño de las células cerebrales. Sin una buena noche de sueño, este proceso de limpieza es menos exhaustivo, lo que permite que la proteína se acumule y que se desarrolle una inflamación. Entonces, se establece un círculo vicioso.
La acumulación de beta-amiloide en el lóbulo frontal del cerebro comienza a perjudicar el sueño más profundo, de ondas lentas, no REM. Este daño hace que sea más difícil tanto dormir como retener y consolidar recuerdos.
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Una sola noche de falta de sueño puede mantener los niveles de beta-amiloide más altos de lo normal.
El problema no es tanto una sola noche de sueño deficiente, que se puede compensar, sino un patrón acumulativo de pérdida de sueño, que conduce a una disminución de la integridad estructural, el tamaño y la función de regiones del cerebro como el tálamo y el hipocampo, que son especialmente vulnerables a los daños durante las primeras etapas de la enfermedad de Alzheimer.
