¿Cómo realizan los oculistas un examen de la vista y qué pueden ver?
Un oculista puede darse una idea del estado de salud de una persona con sólo mirarle los ojos, puede calcularle la edad e incluso identificar los primeros signos de una enfermedad.
Un oculista puede darse una idea del estado de salud de una persona con sólo mirarle los ojos, y mediante un examen más minucioso puede calcularle la edad e incluso identificar los primeros signos de una enfermedad que afecte otra parte del organismo, como un tumor cerebral o la diabetes.
Esto es posible gracias a que los ojos son los únicos órganos del cuerpo donde pueden verse con claridad los vasos sanguíneos y la terminación de un nervio (el óptico) sin recurrir a la cirugía, y donde se revelan hasta los cambios más leves del estado de salud.
La principal tarea del oculista es evaluar con precisión el buen funcionamiento de los ojos, prescribir anteojos o lentes de contacto y remitir al paciente a un especialista en caso de detectar alguna afección más grave.
El punto de partida del examen de la vista sigue siendo el conocido tablero de optotipos ideado hace más de 120 años por el oftalmólogo holandés Hermann Snellen, y que le sirve al oculista para tener una idea aproximada de la agudeza visual del paciente.
Las letras o figuras del tablero están dispuestas deliberadamente para confundir: por ejemplo, letras parecidas como la P y la F aparecen juntas para averiguar si el paciente es capaz o no de distinguirlas.
A continuación el paciente es sometido a otras pruebas, que pueden ser tan sencillas como seguir con la vista un jeto en movimiento.
El oculista mide la fuerza de los músculos oculares y evalúa el adecuado funcionamiento coordinado de los ojos; también revisa la acción refleja de las pupilas que se dilaten o contraigan según la intensidad de la luz a que estén expuestas y que el campo visual sea el óptimo.
Varias de esas pruebas son efectuadas con un pesado armazón metálico semejante a unas gafas que se ajusta a la medida exacta de los ojos del paciente, y en el que el oculista va colocando diferentes combinaciones de lentes; suelen usarse unas 200, cada una de las cuales tiene una función o potencia diferente, así que se pueden formar miles de combinaciones hasta encontrar la más adecuada para una persona.
El oculista complementa el examen observando cada ojo con un pequeño aparato llamado retinoscopio, que hace pasar un haz de luz a través de la pupila hasta la retina, situada en el fondo del globo ocular.
En la retina hay unas células receptoras que convierten las ondas de luz en impulsos nerviosos; estos forman un patrón de luz a medida que el aparato recorre el ojo, lo cual permite al oculista tener una idea de su forma.
Miopía, hipermetropía, astigmatismo y cataratas
Un globo ocular demasiado oblongo es señal casi segura de miopía, y uno demasiado esférico lo es de hipermetropía.
Si la córnea, la membrana transparente del frente del ojo, es demasiado plana, la vista se distorsiona (astigmatismo), y si el haz no llega a la retina, es probable que haya alguna obstrucción (una catarata, por ejemplo).
En esta etapa el oculista tiene ya una idea clara del estado de los ojos del paciente, pero necesita examinar más a fondo el interior de cada ojo para identificar otros defectos.
Para ello se vale del oftalmoscopio, otro instrumento que permite iluminar el interior del ojo con un fino haz de luz a través de la pupila. Combinado con una serie de lentes que se ajustan haciendo girar una ruedita del aparato, el haz de luz permite examinar diferentes partes del globo ocular.
Si el ojo está sano, el oculista verá un círculo anaranjado o rosa pálido, surcado por una maraña de tejido nervioso y vasos sanguíneos; también podrá detectar si se está acumulando demasiado liquido dentro de un ojo, lo que puede convertirse en glaucoma.
Para conocer la magnitud de dicha acumulación, el oculista medirá con un tonómetro la presión del globo ocular. Este aparato se apoya ligeramente en el ojo y da la medida de la presión en milímetros de mercurio.
Otro tipo de tonómetro arroja un poco de aire al ojo, y la velocidad con que rebota el aire indica el grado de presión.
El glaucoma se puede detectar oportunamente observando el ojo con un microscopio especial que amplifica hasta 50 veces la imagen y que cuenta con una lámpara que emite un fino haz de luz a través de una hendidura.
Este instrumento se usa para examinar la superficie anterior del ojo, donde puede apreciarse con claridad el ángulo entre el iris y la córnea, ya que es allí donde se manifiestan los primeros signos del trastorno.
Además, el oculista puede identificar hasta las escoriaciones más pequeñas causadas quizá por el roce continuo de los lentes de contacto, viejas cicatrices y cualquier lesión de la córnea, del iris o del cristalino provocada por un cuerpo extraño.