Aparte de los que somos alérgicos a la introspección, ¿quién no se ha preguntado si alguna extravagancia suya es normal o señal de locura? En mi caso, el momento de hacerme ese cuestionamiento ocurrió hace varios años, cuando me encontraba en el baño de mujeres de un centro de convenciones desenvolviendo con ansias un pescado ahumado.
No deseo revelar los detalles de ese episodio, excepto señalar que el pescado no me sirvió para resolver el dilema que tenía en la cabeza en ese entonces, así que lo envolví otra vez y regresé a mi asiento en la conferencia como si nada hubiera ocurrido.
De algo estoy segura: ninguno de nosotros es tan cuerdo como aparenta serlo, pero nadie puede decir tampoco que cada cosa extraña que hacemos es una prueba irrefutable de locura.
De hecho, muchas de nuestras manías demuestran que somos sólo eso, maniacos, y no que nos falte un tornillo y deban encerrarnos en una institución mental.
Empecemos por leer las cartas que aparecen a continuación, enviadas por lectores como tú, las cuales fueron analizadas por nuestro equipo de psiquiatras, psicólogos y otros terapeutas. ¡Tal vez te reconozcas en alguna de ellas!
Últimamente, después de leer un nombre inusual o difícil de pronunciar, como Leymah Gbowee, leishmaniasis o Antananarivo, no me lo puedo sacar de la cabeza por varios días, e incluso semanas.
Me repito el nombre en silencio, lo deletreo a menudo y hasta llego a levantarme a la mitad de la noche con esa palabra resonando en mi cabeza. ¿Acaso me está fallando el cerebro?
En opinión de nuestros expertos, al parecer se trata de una obsesión menor: por algún motivo, tu cerebro se ve obligado a repetir esas palabras.
“Pero, en sí mismas, las obsesiones no son anormales”, dice el psiquiatra Franklin Schneier. A menos que esa obsesión te quite más de una hora cada día o interfiera mucho en tus actividades, Schneier la considera “una molestia, pero nada serio”.
Para detener la obsesión, acéptala. “Admite simplemente que la tienes”, recomienda el experto. “No es algo terrible, sino sólo una peculiaridad tuya; si, por el contrario, insistes en agobiarte y te dices: ‘¡Ay, Dios, otra vez me está pasando lo mismo! ¡Tengo que dejar de pensar en esa palabra!’, no te servirá de nada”.
Si la estrategia de la aceptación no te funciona, entonces prueba un método más agresivo, sugiere Schneier: dedica 10 minutos de tu tiempo todos los días a repetir mil veces la palabra que te obsesiona, hasta que finalmente te hartes de ella.
Como seguramente ya te aprendiste de memoria esas palabras, puedes obtener un beneficio extra.
Tus amigos o invitados se asombrarán de tu erudición si les cuentas que tuviste un sueño en el que Leymah Gbowee (una de las ganadoras del Nobel de la Paz) contraía leishmaniasis (una enfermedad) en Antananarivo (la capital de Madagascar). Así que, como ves, tu obsesión tiene un lado positivo.
En ocasiones, cuando tomo una siesta, tengo sueños extraños, y me despierto pensando que son cosas reales. Sólo después de unos segundos, cuando me despabilo, me doy cuenta de que estaba soñando. ¿Son chifladuras mías?
¡Lo único raro en ti es que eres de las pocas personas que pueden darse el lujo ¡de tomar una siesta! El consenso unánime de nuestro equipo de expertos es que no estás loco.
Todos tenemos sueños extraños, así que es normal que al despertar te sientas confundido o desorientado por unos instantes, sobre todo si estás en un lugar no habitual, como un hotel (o en un cráter de Marte haciendo la tarea de química).
La confusión “es normal porque dura sólo unos segundos”, dice la psicóloga Margaret J. King, directora del Centro de Estudios y Análisis Culturales de Filadelfia, quien estudia el comportamiento de diversos grupos étnicos para determinar qué conductas son universales y cuáles no.
“Lo que no sería normal es seguir creyendo que lo ocurrido en el sueño es real”, señala. Ése no es tu caso, así que relájate.
Tengo 50 años y ya me está costando trabajo recordar los nombres, incluso los de personas que han sido mis colegas durante años. Hace poco dejé mi auto en el estacionamiento del trabajo, y al final del día no recordaba dónde lo había dejado. ¿Debería preocuparme?
Puedes estar tranquilo. Dices que te estás volviendo olvidadizo, pero eso es normal y previsible para la edad que tienes, afirma el psicólogo Alan Hilfer, director de psicología del Centro Médico Maimonides, en Nueva York.
“Es por eso que las personas, a partir de los 50 años, empiezan a llamar ‘amigo’, ‘campeón’ o ‘querido’ a todo el mundo”, explica.
Que se te olviden las cosas no es señal de senilidad inminente, asegura Hilfer, a menos que no puedas recordar dónde dejaste un zapato y luego lo encuentres dentro del refrigerador. Si algo así llega a sucederte, tendrás que consultar a un neurólogo.
Y tampoco te preocupes por no recordar dónde dejaste estacionado el coche: eso es algo tan normal, que es un chiste común en los programas de televisión.
Si no recuerdas ningún programa de la tele, entonces sí tendrás que acudir a una de esas personas que usan bata blanca y se cuelgan un estetoscopio al cuello.
Cuando hay personas comiendo, no soporto el ruido de los tenedores y las cucharas al tocar los platos y los tazones. Me dan escalofríos, náuseas y dolor de cabeza. También me enferma el ruido de las personas que mastican con la boca abierta. ¿Hay algo malo en mí?
Es comprensible que te irriten esos ruidos porque a todos nos molestan en ocasiones. Quizá te preguntes por qué hay gente que come con la boca abierta. Pero es evidente que eres extremadamente sensible a molestias menores, dice la psicóloga Pauline Wallin.
“Te comprendo, porque yo también soy muy sensible a ciertos sonidos”, comenta. “Por ejemplo, la voz aguda de algunas actrices me irrita tanto, que corro a apagar la televisión cuando las oigo”.
En opinión de Archelle Georgiou, médica internista de Minneapolis, tal vez padezcas un trastorno poco común llamado misofonía.
Se trata de una aversión intensa a ciertos sonidos, como los que emiten los silbatos de trenes, los instrumentos musicales y las personas (al respirar o comer, por ejemplo). Según el grupo de apoyo británico Misophonia UK, las personas misofónicas suelen sentir un deseo abrumador de “escapar de todo lugar donde hay ruido”.
Intenta no pensar en lo que te irrita, sugiere Wallin. Concéntrate en otra cosa tanto como puedas cuando estés comiendo con amigos: la música de fondo, lo que se ve tras las ventanas y, por supuesto, el tema de la conversación.
De esta manera te acostumbrarás poco a poco a los sonidos y te sentirás menos incómoda.
En cierta ocasión leí que cuando uno presiona el botón o jala la manija del escusado para desaguarlo, millones de gérmenes patógenos salen volando, así que ahora sólo hago eso después de bajar la tapa. Pero como la mayoría de los escusados de los baños públicos no tienen tapa, me voy de allí sin jalar la manija. ¿Es de locos este comportamiento?
Es cierto que al tirar de la manija del escusado se lanzan microbios al aire, pero obsesionarte con la idea de que puedan entrar a tu cuerpo no significa que seas un demente; más bien, estás muy mal informado.
Deberías saber que nuestro cuerpo está diseñado para mantener a raya todos esos gérmenes. De hecho, en nuestro organismo hay 10 veces más células bacterianas que células humanas.
“Las personas estamos expuestas a bacterias y virus todo el día”, dice el osteópata Jeffrey Tipton, especialista en medicina preventiva de Cerritos, California. “Cuando hay microbios presentes en tu entorno, tu cuerpo los identifica y destruye; no deja de funcionar por el hecho de que te encuentres en un baño público”.
La psicóloga Pauline Wallin te sugiere observar lo que ocurre en los baños públicos. “Nunca vemos personas que se desmayen en los pasillos de los cines o los aeropuertos después de haber usado el baño”, dice.
Pero si ninguno de estos argumentos te tranquiliza, la próxima vez que vayas a usar un escusado público intenta esto: entra al baño, haz lo que tengas que hacer y, por favor, ¡tira de la manija! Te sentirás perfectamente normal y, además, permitirás que el resto de los mortales también pueda utilizar el baño después de ti.
No había ido a casa de mi mamá en casi un año, así que al bajar al sótano me sorprendió ver los tubos de cartón vacíos de decenas de rollos de papel de cocina. Al preguntarle para qué los quería, me respondió: “No me gusta tirarlos a la basura”. ¿Debería preocuparme por ella?
¿Has oído hablar de los acumuladores compulsivos? Nuestros expertos creen que es probable que tu mamá se esté convirtiendo justo en eso.
La acumulación excesiva de cosas es común en los adultos mayores, pero esto no significa que tu mamá acabará guardando huesos de pollo en la tina del baño. Algunos especialistas suponen que es una manera en que los adultos mayores niegan el envejecimiento: los objetos permanecen, el cuerpo no.
Si tu mamá no puede darte una buena razón de por qué está guardando todos esos tubos en el sótano, lo más probable es que ni ella misma sepa el motivo. Una posibilidad es que se sienta asustada y le parezca mal tirar los tubos a la basura.
La acumulación compulsiva se convierte en un problema real cuando empieza a interferir las actividades normales del día. Si tu mamá aún recibe visitas y su colección no estorba, está bien. Pero, ¿cómo evitar que las cosas se salgan de control?
La psicóloga Margery Segal trata a los acumuladores compulsivos de la misma manera que a quienes padecen el trastorno obsesivocompulsivo: los expone poco a poco a lo que más temen hasta reducir su miedo.
Así que prueba eso: si tu mamá entra en pánico al sugerirle que tire todos los tubos de cartón, propónle que sólo se deshaga de uno. Si acepta hacerlo, sugiérele luego que tire dos o tres más. La idea es que vea que el mundo no se termina por echar a la basura sus amados tubos de cartón.
Cuando voy a cruzar un puente en mi auto, se me acelera el pulso, me mareo y me da pánico. El temor de caer y morirme hace que la situación me resulte insoportable. ¿Estoy enloqueciendo?
Lo que describes parece ser un ataque de ansiedad, señala el psicoterapeuta Jonathan Alpert. Es una forma leve de un ataque de pánico, y puede provocar palpitaciones, náuseas, mareo y sensación de muerte inminente.
Tu cuerpo reacciona así porque percibe un peligro potencial. “Alguien que tiene un verdadero ataque de pánico no se atreve a cruzar el puente. No lo resiste; se da vuelta y busca otra vía”. explica el psicólogo Hilfer.
Quizá te anime saber que muchas personas que tienen ataques de ansiedad jamás llegan a experimentar un verdadero ataque de pánico. La próxima vez que sientas ansiedad, usa esta vieja técnica para calmarte: toma aire.
Cuando sientas que se te acelera el pulso, respira profundamente, contén el aliento tres o cuatro segundos y exhala; luego repite el procedimiento hasta que te tranquilices.
También puedes probar el método de visualización de Hilfer: imagina que conduces por un túnel largo y lleno de puertas. A tu derecha está la puerta donde guardas la ansiedad; pasa junto a ella y no voltees.
Con pacientes que tienen el mismo temor que tú, Hilfer ha usado también esta otra técnica: “Hago una grabación para el auto de la persona con su música favorita, y le pido que la ponga y cante antes de cruzar el puente”. Esa distracción es suficiente para que la persona atraviese el puente y siga su camino. También hay fármacos para calmar la ansiedad, pero para eso necesitas acudir a tu médico.
Evito tomar agua o refresco con hielo cuando como, ya que en una ocasión leí que las bebidas heladas congelan la grasa de los alimentos en el estómago. Sólo bebo café o té con las comidas. Tampoco como frutas y verduras en la misma comida, pues leí que eso provoca desequilibrio en los ácidos gástricos. ¿Estoy mal de la cabeza?
Lo único que tienes que hacer es preguntarle a un médico cómo funciona realmente tu aparato digestivo; te explicará que tus órganos internos calientan a 37 °C todo lo que comes, así que olvídate del “congelamiento” de la grasa de los alimentos.
Tampoco es cierto que ocurra un desequilibrio en los ácidos gástricos. “Sin importar los alimentos que consumas, tu estómago hará su trabajo como debe”, dice el doctor Tipton.
Este órgano constantemente ajusta la secreción de ácidos para mantener un equilibrio del pH, y aunque algunos alimentos —o una combinación de ellos— pueden provocar indigestión, ese efecto depende del organismo de cada persona, señala el especialista. No es algo que ocurra automáticamente por consumir frutas y verduras en una misma comida.
Hay una lección que debes aprender: no creas en todo lo que lees, con excepción, desde luego, de lo que estás leyendo aquí.
A menudo me imagino que soy una actriz o una cantante famosa, y que en la reunión de ex alumnos me reciben con aplausos y aclamaciones. Sin embargo, tengo un trabajo ordinario y no sé actuar ni cantar. ¿Estoy delirando?
¿No te has dado cuenta de que la mitad de las películas tratan sobre un estudiante común y corriente que se convierte en un líder, en un gran deportista o en un superhéroe que aprende a bailar y a cantar, lucha contra alienígenas, salva al planeta y gana un Premio Nobel? En otras palabras, un joven ordinario que termina convertido en un ser extraordinario.
Ser estudiante y fantasear son dos cosas que van unidas. “El bachillerato es un periodo de prueba”, dice el hipnoterapeuta Danny Jackson.
“Es un lugar donde buscamos la aceptación de los demás, así que si nos reunimos con nuestros ex compañeros 10 o 15 años después, queremos mostrarles que tuvimos éxito”. Soñar despierto es uno de los grandes placeres de la vida, y generalmente es más divertido que la reunión de ex alumnos.
Ahora bien, si temes asistir a la reunión porque piensas que no lograste grandes objetivos, considera acudir a un psicoterapeuta.
Cuando estoy con mis familiares o amigos y alguien cuenta una anécdota graciosa o un chiste, me río hasta llorar. No me siento triste, pero las lágrimas fluyen sin cesar. No conozco a nadie a quien le ocurra lo mismo. ¿Por qué me sucede algo tan incómodo?
“Eres completamente normal”, afirma la doctora Georgiou. “Llorar no es por fuerza una señal de tristeza; a veces indica una emoción intensa y profunda que puede ser desencadenada por el estrés, el sufrimiento, la alegría y, en el caso de algunas personas, el orgasmo”.
Si te llega a pasar esto último, déjale algo muy en claro a tu pareja: que si te ve llorar después de hacer el amor, ¡no es por tristeza, decepción, ni por la risa!
Si te avergüenza llorar en público, intenta prepararte para no reaccionar así. Imagina que no soltarás lágrimas cada vez que te rías.
“Sin embargo, piensa que es formidable que seas una persona tan emotiva y que siente la vida con tanta intensidad”, señala Georgiou. “¡Ésa eres tú!” Así que disfruta tus emociones al máximo.
Hace poco mi hijo adolescente me dijo que siempre ha pensado que debió haber nacido en el cuerpo de una niña, y no en el de un niño. ¿Cambiará de opinión más adelante, cuando se haga adulto?
“No es excepcional que los niños pequeños expresen el deseo de querer ser del sexo opuesto”, dice el psicólogo Alan Hilfer, “pero cuando un adolescente habla acerca de esto, es probable que esté lidiando con sus sentimientos, y hay que ayudarlo a esclarecerlos”. El experto aconseja que lleves a tu hijo a consultar a un psicoterapeuta especializado en dilemas de identidad sexual.
Que un muchacho exprese el deseo de haber sido mujer y no varón no debe confundirse con lo que Hilfer denomina “pánico homosexual”.
Muchos adolescentes lo experimentan, y ocurre cuando un muchacho se da cuenta de que admira a otro —por ejemplo, al capitán del equipo de basquetbol de su escuela— y se pregunta si es señal de algo más.
“A muchos adolescentes varones les preocupa la posibilidad de ser homosexuales”, señala el experto. “Eso es completamente normal; todos los adolescentes están tratando de averiguar quiénes son.
Sin embargo, que un muchacho piense o diga que debió haber nacido niña, y no niño, es un asunto más complejo. Eso les ocurre a muchos chicos que no se identifican plenamente con las pautas convencionales del género masculino o femenino en función del sexo genético o físico, y es importante ayudarlos”.
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