La construcción de la catedral de Chartres, en el noroeste de Francia, fue casi un milagro obrado más por simple voluntad que con ayuda de unos planos arquitectónicos formales. Construida entre los siglos XII y XIII, la catedral es un soberbio ejemplo de arquitectura gótica pura y merece ser considerada como la más bella del mundo.
El edificio se inspiró en la abadía de Saint Denis de París, la primera catedral gótica de Europa. Durante la celebración de una misa en la abadía, en junio de 1144, el Obispo de Chartres, Geoffrey de Lèves, quedó tan impresionado por sus amplias ventanas, sus altísimas bóvedas y sus arbotantes que decidió transformar la catedral de Chartres, de estilo románico, en un templo gótico.
La remodelación fue posible gracias a la contribución de los habitantes de Chartres, ricos y pobres por igual. Se realizaron colectas en la iglesia y se recibieron donativos espontáneos. La primera fase del proyecto fue la construcción de tres enormes pórticos, ricamente decorados, en la fachada oeste de la estructura anterior. Las obras comenzaron en 1145, pero la construcción del edificio principal se retrasó otros 50 años.
Un incendio destruyó gran parte de la ciudad y la catedral original, dejando sólo intacta la nueva fachada. El fuego se interpretó no como un desastre sino como una señal de Dios, que animaba a construir una nueva obra maestra en su nombre.
Se desconoce la identidad del maestro de obras que diseñó la catedral de Chartres. Tampoco existen dibujos o planos del edificio, quizá porque el pergamino, el medio que precedió al papel, tenía un precio prohibitivo. Los constructores dibujaban sus planos en el suelo de piedra y los carpinteros los copiaban en plantillas de madera. Éstas, a su vez, eran usadas por los tallistas para cortar cada piedra. Los canteros marcan las piedras para indicar su lugar de origen y los constructores empleaban un sistema de marcas similar.
Cada obrero hacía su marca en la piedra que tallaba, lo que permitía una fácil identificación de su trabajo. El maestro de obras podía ver así cuántas piedras había tallado cada obrero y cómo las había tallado, decidiendo el salario en consecuencia. Las marcas eran simples triángulos, flechas o uves cruzadas y pasaban de padres a hijos, pues la construcción de la catedral se prolongó por espacio de varias generaciones.
En los pilares del crucero sur aún pueden verse algunas de estas marcas. Sin embargo, muchas de las mejores piedras ?talladas por los canteros más diestros? carecen de marcas, porque estos hombres eran contratados para realizar esta tarea en particular: no necesitaban marcar su trabajo.
La reconstrucción de la catedral fue posible gracias a la devoción y entrega de toda una comunidad. La gente de la ciudad transportaba voluntariamente los bloques de piedra desde las canteras de Berchéresl?Evêque, a 8 km de Chartres, con el fin de ahorrarse los desorbitados precios del transporte.
La mayor dificultad de una construcción gótica era su techumbre abovedada. Constaba de arcos y, a diferencia de iglesias anteriores, carecía de riostras internas. En primer lugar se construía un falso techo de madera, sobre el que se colocaban las piedras unidas con argamasa. Para izar los bloques de piedra hasta el tejado se usaba un sistema de tornos y una gigantesca rueda de molino, accionada por un grupo de hombres instalados en su interior.
Una vez colocadas las claves ?las piezas centrales del extremo superior de cada arco?, las bóvedas resultaban estables y se desmontaba el falso techo de madera. Pero un tejado abovedado, sin soportes internos, descargaba un peso enorme sobre los muros, de manera que era preciso construir sólidos contrafuertes para resistir el empuje de la bóveda.
Los contrafuertes de Chartres son arbotantes: arcos de apoyo que se proyectan desde un soporte vertical. Gracias a los contrafuertes, que soportaban el empuje de la bóveda, fue posible reducir notablemente el grosor de los muros y abrir en ellos amplios ventanales. Esto había sido impensable hasta entonces, pues los huecos en los muros debilitaban peligrosamente la estructura del edificio.
A diferencia de las iglesias románicas, los interiores de las catedrales góticas están inundados de luz y color. En ningún otro lugar es esto tan evidente como en la catedral de Chartres, cuyas vidrieras figuran entre las más exquisitas del mundo. Los tres grandes rosetones destacan por la complejidad de su diseño y para crear cada uno de ellos fueron necesarios 6 maestros vidrieros que trabajaron durante tres años. Los benefactores de la catedral han quedado inmortalizados en las vidrieras.
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