Muchos triunfos de la medicina moderna son resultado no de mejores técnicas, sino de mejores medicamentos. El éxito de medicamentos como los antibióticos, que han salvado millones de vidas desde que fueron creados durante la Segunda Guerra Mundial, ha hecho que las compañías farmacéuticas inviertan en la investigación.
Existen cuatro métodos principales. El primero consiste en aislar o imitar compuestos naturales que tengan propiedades medicinales: por ejemplo, la corteza del sauce se ha usado durante siglos para aliviar el dolor, debido a que contiene salicilina. El ácido salicílico, compuesto relacionado con esta sustancia, fue producido por primera vez en 1874 y constituye la base de la aspirina.
El segundo consiste en modificar ligeramente un medicamento para hacerlo más eficaz. Esto en ocasiones puede producir medicamentos con propiedades totalmente inesperadas: por ejemplo, al modificar la estructura química de la sulfanilamida, medicamento antimicrobiano, se produjo toda una variedad de sustancias diuréticas, usadas para tratar enfermedades en las que se acumula líquido en los tejidos (como en la insuficiencia renal).
El tercero consiste en escoger al azar entre los millones de compuestos orgánicos y probarlos en animales para encontrar uno con propiedades útiles.
El cuarto método se basa en estudiar el funcionamiento del cuerpo humano y elaborar medicamentos partiendo de principios científicos; por ejemplo, el conocimiento preciso de cómo se produce el ácido gástrico permitió crear medicamentos que “bloquean” ese proceso y mejorar el tratamiento de las úlceras.
Todos estos métodos han tenido éxito. El primer medicamento sintético fue producido por el bacteriólogo alemán Paul Ehrlich en 1910. Ehrlich buscaba una “bala mágica” que destruyera las bacterias que causan algunas enfermedades, como la tuberculosis, el cólera y la difteria, sin dañar al resto de las células del enfermo.
Comenzó por estudiar los tintes que teñían a las bacterias pero no a otras células, y razonó que si había sustancias químicas que reaccionaban con mayor fuerza con las bacterias que con otras células, también habría sustancias que pudieran matarlas.
Descubrió un tinte, llamado rojo de tripan, que destruía los tripanosomas, causantes de la enfermedad del sueño.
Pero este medicamento no era clínicamente satisfactorio, pues el margen entre una dosis curativa y otra peligrosa era demasiado estrecho. Ehrlich entonces dirigió su atención hacia los compuestos arsenicales y produjo gran número de variedades del rojo de tripan y las probó una por una. En 1909, un alumno de Ehrlich, Sahachiro Hata, encontró que el compuesto 606, que no servía para matar a los tripanosomas, era mortal para la bacteria causante de la sífilis. El compuesto 606, posteriormente denominado Salvarsán, fue el primer medicamento eficaz contra una enfermedad hasta entonces incurable.
El éxito de Ehrlich se basó en suponer en términos generales dónde buscar: en modificar un compuesto para incrementar su eficacia, y en verificar laboriosamente cada compuesto no sólo contra la enfermedad que le interesaba, sino también contra otras. El científico moderno trabaja más o menos así.
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