El arqueólogo británico Arthur Evans no salía de su asombro al ver las numerosas tablillas de arcilla que su equipo iba desenterrando en Cnossos (Creta), en 1899. Estaban inscritas en unos caracteres extraños que Evans denominó escritura ‘lineal’.
Esas tablillas, pertenecientes a la civilización minoica (siglos XVIXII aC), aún no han rendido todos sus secretos: la escritura lineal A no se ha logrado descrifrar por completo hasta hoy, en tanto que la B no se descifraría hasta 50 años después de ser descubierta.
Con el tiempo se fueron desenterrando en Creta y en el resto de Grecia millares de tablillas semejantes. Todas eran listas de objetos de la vida cotidiana. Estaban escritas con unos 90 símbolos, que representaban sílabas en lugar de letras.
Comparando los símbolos con otros similares hallados en Chipre, los estudiosos dedujeron que algunos símbolos correspondían a determinados sonidos.
¿La respuesta estaba en las asas?
El eminente arquitecto británico Michael Ventris quedó fascinado por estas antiguas lenguas. Cuando comenzó a estudiarlas, Ventris pensó que estaban relacionadas con la lengua de los etruscos, hasta que, en 1952, el análisis de una tablilla que se había hallado en Pilos, en el Peloponeso, le hizo cambiar completamente de opinión.
En esa tablilla se repetían varios grupos de símbolos, que correspondían a diversos topónimos griegos, y había además una serie de dibujos de recipientes y vasijas, cada uno con su nombre. Ventris descifró la palabra tiripode ?que era prácticamente igual que el término griego tripodes o ‘trípode’? junto a un caldero de tres pies.
Después descifró los nombres de diversas vasijas, clasificadas por el número de asas: «sin asas», «de tres asas» y «de cuatro asas», y observó que esos términos también estaban muy relacionados con el griego. Una vez establecida esa relación clave, Ventris y sus sucesores se embarcaron en el desciframiento completo de la escritura lineal B.