¿Cómo se enseña a los perros a detectar explosivos?
Es difícil concebir una herramienta más genial que la nariz de los perros para olfatear el peligro en lugares públicos o en contenedores.
Es difícil concebir una herramienta más genial que la nariz de un perro para olfatear el peligro en lugares públicos.
Cuando conocí a Merry, una joven perra labrador, ella se limpiaba las fosas nasales con nueve o diez respiros cortos antes de olfatear una hilera de equipaje en un hangar de Hartford, Connecticut. Ésta es la Universidad de los Perros de Detección, en donde la empresa de seguridad MSA Security entrena a los perros conocidos en el mundo de la seguridad como Canes Detectores de Explosivos (CDE).
En el campus de MSA, el equipaje incluye tarimas embaladas, recortes en forma de autos y bloques de concreto. Obviamente, no es necesario enseñarles cómo oler a los perros, pero sí dónde hacerlo; por ejemplo, en las costuras de las maletas o bajo la tarima, donde se asientan los vapores que son más pesados que el aire.
Dentro del oculto mundo de la educación de los canes de detección, MSA es una academia de élite. Empezó en 1987 con algunos animales y ahora cuenta con 160 equipos que se envían a ciudades grandes en Estados Unidos. Cada perro trabaja con un solo manejador durante ocho o nueve años. MSA también provee CDE para “una agencia gubernamental denominada con tres iniciales, que los usa en las zonas de conflicto en Medio Oriente”.
En sentido estricto, el perro no huele la bomba. Disgrega el olor en sus componentes y selecciona las sustancias químicas prohibidas que ha sido entrenado para detectar.
Zane Roberts, entrenador canino y subdirector de programas de MSA, hace una analogía gastronómica: “Cuando entras a la cocina y alguien está preparando salsa para espagueti, tu olfato dice: ‘salsa para espagueti’. La nariz de un perro es diferente; por instinto dice: ‘tomate, ajo, romero, cebolla, orégano’”. El manejador anuncia la salsa de espagueti o, en este caso, la bomba.
Los canes de MSA empiezan a construir su vocabulario de olores sospechosos entrenando con hileras de más de 100 latas idénticas acomodadas en una cuadrícula. Los ingredientes de las familias de sustancias químicas básicas usadas en los explosivos se colocan en los contenedores al azar.
Merry recorre la hilera con entusiasmo, moviendo la cola con energía y tirando ligeramente de su correa. Así se divierten estos perros. Bufar, bufar, oler. Bufar, bufar, bufar, oler. De pronto, Merry se sienta. A los CDE se les enseña a reaccionar así cuando encuentran lo que buscan. Nadie quiere que golpeteen y rasquen un objeto que podría explotar.
“Buen perro”, dice Roberts con una cantaleta melosa, mientras saca de una bolsa en su cinturón una croqueta: el salario de un animal trabajador. A los manejadores nuevos con frecuencia les cuesta trabajo hablarles así a los animales. “Los perros no hablan inglés”, comenta Roberts, “así que la única forma de comunicarse con ellos es mediante gestos e inflexiones en el tono de la voz. Pero logra que un ex policía de 1.80 metros de estatura les hable como a un bebé”.
Los perros llegan a MSA cuando tienen entre un año y año y medio de edad. Casi todos asisten a un kínder canino peculiar llamado Cachorros tras las Rejas: un programa sin fines de lucro en el que se entrenan lazarillos para los invidentes, aunque también tiene el fin de que los presos aprendan de ellos. Un recluso escribió esto en su bitácora de entrenamiento: “Mi perro me ha enseñado qué es lo que importa de verdad: el amor, la honestidad, la entrega y la perseverancia”.
Tras el ataque terrorista a las Torres Gemelas en 2001, los Cachorros tras las Rejas entraron a la guerra. Desde entonces, este programa ha tenido 528 egresados, la mayoría de ellos CDE.
Sería muy difícil concebir una mejor máquina para detectar olores que un perro.
Su nariz abarca desde las fosas nasales hasta la parte posterior de la garganta, lo que le da un área olfativa 40 veces mayor que la de un humano. El 35 por ciento del cerebro de los canes está dedicado a las operaciones olfativas, mientras que el cerebro humano sólo asigna el 5 por ciento de sus recursos a tales tareas.
Cuando el aire entra a sus narices, toma dos vías separadas: una para respirar y otra para oler. Y cuando exhalan, el aire sale por una serie de aberturas a los lados de la nariz sin perturbar su capacidad olfativa. La ventaja es que esto les permite oler de manera continua durante varios ciclos de respiración. Un estudio noruego descubrió que los perros de caza podían oler en un flujo de aire ininterrumpido durante 40 segundos.
En su libro En la mente de un perro, Alexandra Horowitz, psicóloga de la Barnard College, dice que mientras un ser humano podría oler una cucharada de azúcar en una taza de café, estos animales serían capaces de detectarla en un millón de galones de agua (equivalente a casi dos albercas olímpicas).
Otras especies, como ratas, ratones y chacales, tienen un olfato casi tan bueno como el de los perros. Pero donde éstos despuntan en la competencia de detección de bombas es en la actitud. “Ningún otro animal está tan bien preparado para hacer lo que necesitamos que haga”, señala Paul Waggoner, codirector de Ciencias de Desempeño Canino de la Universidad de Auburn. “Quieren complacernos”.
En la actualidad, los CDE están en todas partes: bancos, aeropuertos, trenes, oficinas de correos, estadios deportivos. No hay una cifra precisa de cuántos están trabajando hoy día. Hace algunos años, una sucursal del banco Midtown Manhattan empezó a usar dos perros para revisar cada paquete que entraba y salía del edificio.
“Las personas aman a los perros”, comenta un oficial de seguridad del banco. “En cambio, se ponen nerviosas frente a un oficial con chaleco antibalas y un rifle M16. Es lógico”.
Conversé con los manejadores y entrenadores de los CDE, esperando encontrar la historia de un perro heroico que hubiera salvado a muchas personas. Sin embargo, resulta que no hay uno. Bueno, quizá uno. En marzo de 1972, una llamada anónima amenazó con hacer volar varios aviones de la aerolínea TWA si no entregaban 2 millones de dólares. Todos los vuelos fueron cancelados, y a los aviones que se hallaban en el aire se les pidió regresar a tierra; entre ellos estaba el vuelo 7, que iba de Nueva York a Los Ángeles.
Por pura casualidad, un pastor alemán llamado Brandy se encontraba en el Aeropuerto Internacional John F. Kennedy para una exhibición como parte de un proyecto de investigación financiado por el Ejército. Al llevarlo al vuelo 7, Brandy se dirigió a un portafolios lleno del explosivo C-4.
En el mundo de los CDE, a nadie le preocupa que sea rara la ocasión en que los canes encuentren una bomba activa. Para empezar, hay bastante evidencia de que estos animales cumplen con su función. Casi todas las personas con las que charlé tenían anécdotas de perros que se sentaban junto a un oficial de policía que había disparado un arma o manipulado material para confección de bombas.
Por otra parte, nadie quiere que encuentren bombas porque eso significa que hay alguien que las está colocando. Gran parte de la misión de estos animales es la disuasión. Aun a 100 dólares o más la hora, un CDE es una manera barata de lograr que las amenazas vacías paralicen a las instituciones financieras, la principal clientela de MSA.
En donde los CDE han mostrado su temple es en el campo de batalla. Antes de asumir la vicepresidencia de operaciones de MSA, Joe Atherall comandaba la Compañía C del Segundo Batallón de Reconocimiento de Artillería Ligera de los Marines en la provincia de Al Anbar en Irak. La unidad contaba con tres CDE.
Atherall recuerda que “un día nuestros servicios de inteligencia nos dirigieron a una escuela, pero no encontramos nada. Después hicimos traer a los CDE. El edificio estaba rodeado por desagües franceses y los perros empezaron a olfatearlos. Al abrirlos encontramos un gran arsenal de bombas caseras, pequeñas armas de fuego y morteros, junto con cordón de detonación y otro material explosivo. “El cordón de detonación es el silbato de los olores para los CDE, aunque tenga una presión de vapor prácticamente imperceptible.
“Me enamoré de esos perros”, comenta Atherall. “Salvaron vidas”.
¿Habrá guerreros más apasionados que estos animales? Ellos trabajan por amor, por ser elogiados, por la comida, pero, sobre todo, por lo divertido que les resulta. Mike Wynn, director de entrenamiento canino de MSA, comenta: “para ellos se trata de un juego. Los mejores son los más juguetones”.
Esto no significa que los perros disfruten la guerra. En 2007, los veterinarios del Ejército notaron que algunos animales mostraban signos de trastorno por estrés postraumático.
“Nos topamos con ejemplares que son demasiado sensibles a escenas o sonidos, o que están demasiado alertas, como los humanos después de un accidente vial”, refiere Walter Burghardt, del Daniel E. Holland Military Working Dog Hospital, en la Base de la Fuerza Aérea Lackland, en Texas, quien dice que, si se detecta a tiempo, la mitad de los perros afectados puede regresar al servicio. “El resto tiene que buscar otra forma de ganarse la vida”.
Debido al desgaste emocional de los canes, los científicos han estado intentando construir una máquina que pueda oler más que ellos. En el Pacific Northwest National Laboratory se trabaja con tecnología de ionización para lograr “ver” los vapores del mismo modo que los perros; la misma tecnología básica utilizada por los oficiales de seguridad de un aeropuerto, aunque mucho más sensible.
Por otro lado, Robert Ewing, un científico investigador, comenta que los perros han estado haciendo este trabajo durante años. “No sé si podrán ser reemplazados algún día”.