Las nubes comienzan a formarse cuando, en alguna zona inestable de la atmósfera, se desarrolla una fuerte corriente ascendente de aire caliente y húmedo.
La humedad se condensa a medida que las nubes en formación alcanzan alturas de 12,000 o más metros. En ese momento ya está cayendo lluvia, nieve o incluso granizo dentro de la nube, en tal cantidad que crea poderosas corrientes descendentes de aire frío desde las alturas.
No mucho después, los relámpagos iluminan los cielos, los truenos retumban en las montañas y el campo se empapa de agua, como consecuencia del enfrentamiento de las corrientes ascendentes y descendentes dentro de la nube.
Las masas descendentes terminan por imponerse y sofocan las corrientes ascendentes, cálidas y húmedas.
Tiempo después la lluvia se suaviza, el viento cesa y la tormenta termina con la misma brusquedad con que comenzó.
En el agitado interior de una nube tempestuosa se acumulan poderosas cargas eléctricas. No se puede explicar exactamente cómo ocurre, pero se sabe que en lo alto de la nube se va formando una carga positiva, mientras que en su base se concentra una carga negativa. Esta carga negativa, a su vez, es atraída hacia la tierra, que tiene carga positiva.
Como el aire es un buen aislante evita durante cierto tiempo el flujo eléctrico que tiende a igualar las dos cargas. Cuando al fin se acumula suficiente tensión, se produce un rayo en dos fases.
Primero se origina una serie de débiles descargas ‘guías’ que zigzaguean hacia abajo desde la nube; al mismo tiempo surgen del suelo corrientes eléctricas que al encontrarse con las anteriores establecen un contacto eléctrico entre el cielo y la tierra.
Por esa vía asciende una poderosa corriente eléctrica que llega a la nube. Esta segunda ‘descarga de rebote’ es la que produce el resplandor del rayo.
A pesar del viejo proverbio que afirma lo contrario, lo cierto es que un rayo cae en el mismo lugar no una, sino varias veces.
Cada uno de los rayos que vemos, en realidad, es una sucesión de descargas de ida y vuelta que recorren el mismo camino a través de la atmósfera; pero estas descargas se suceden con tal rapidez que las percibimos como si fuera un solo rayo.
El viejo proverbio ni siquiera es cierto a plazo más largo. La carga eléctrica de la tierra en la zona situada debajo de una tormenta se va concentrando en los objetos más elevados y hace que éstos atraigan la descarga guía.
Por eso los árboles y los edificios más altos suelen ser alcanzados con frecuencia por los rayos. Sobre el Empire State Building de Nueva York suelen caer numerosos rayos en el curso de una misma tormenta.
Fuente: Los porqués de la naturaleza
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