Flota en formaldehído en un envase de 11 litros resguardado en el Centro Médico de la Universidad Baylor, en Dallas, Texas. Es uno más de los cientos de corazones humanos.
Cuando regresa al hospital para su consulta con el cardiólogo, Bell lo visita. ¿Por qué? Porque en Baylor el experto en ventas y mercadotecnia, ahora jubilado, puede hacer lo que nadie más: sostener su corazón con las manos.
“Ese primer encuentro fue muy emotivo”, cuenta Bell, quien reside en Fort Worth. “Y ni siquiera podría explicar por qué”.
Bell es parte de un grupo de más de 70 receptores de trasplantes que participan en el programa De Corazón a Corazón, organizado por Baylor. El doctor William C. Roberts, especialista en anatomía patológica del corazón y director ejecutivo del Instituto de Cardiología de Baylor, lo inició en 2014.
Este hospital es el único que propicia tales “reencuentros”. “Quizá el 99.5 por ciento de los hospitales los desechan después de enviar el informe”, señala Roberts. “Nosotros los conservamos”.
Se utilizan para futuras investigaciones; se les hacen análisis anatomopatológicos, se compara su evolución con distintas enfermedades y otros estudios de largo plazo.
El programa De Corazón a Corazón se concretó casi por azar. Aprovechando el montón de órganos almacenados en el hospital, Roberts empezó a permitir a uno que otro paciente curioso reencontrarse con su viejo motor. Pero descubrió que las visitas podían convertirse en experiencias didácticas.
“Muchos de los pacientes presentan sobrepeso, y les muestro la grasa del corazón”, explica. “El de algunas personas tiene tanta que flota en los recipientes”.
Pero hay otra lección más profunda, casi existencial. “Trato de hacerle ver a estas personas lo afortunadas que son. Pocos reciben un trasplante”, señala. Se estima que 6 millones de estadounidenses viven con cardiopatías. Al año, sólo entre 2,000 y 3,000 podrán recibir un corazón.
Bell había sido cardiópata durante casi 25 años. El primer susto culminaría con una revascularización quirúrgica triple a sus 50 años. Luego, en marzo de 2014, se sometería a un trasplante para corregir la insuficiencia cardiaca congestiva que le impedía a
su corazón llevar sangre oxigenada al resto del cuerpo.
Durante la convalecencia, preguntó si podía ver un video de la cirugía. ¡Cuál sería su sorpresa al recibir la noticia de que podía contemplar el corazón en vivo y a todo color!
Recuerda haberlo tomado con cuidado para ponerlo junto a su pecho, casi a la misma altura donde había estado 12 días antes. Tenía algunos cortes por la cirugía y los estudios posteriores.
Pensó que sería un corazón de color rojo vivo, como los del Día de San Valentín. Sin embargo, la carne lucía gris y pálida. El órgano entero estaba cubierto de tejido adiposo amarillo, o sea, de grasa.
Le mostraron las venas y arterias originales que se habrían colocado durante la revascularización quirúrgica de 1993. Notó cómo esos dos puentes habían estado llevando a cabo el trabajo de un tercero que no había funcionado bien desde el principio.
Su familia también tuvo la oportunidad de ver el corazón. La experiencia causó un fuerte impacto en su hijo, quien juró adoptar un estilo de vida más saludable. La reacción de Bell fue parecida. Hoy día se ejercita tanto como le es posible a su edad y lleva una dieta casi vegetariana. Poder sostener su corazón le permitió cerrar un ciclo.
“Fue causa de mucho dolor y sufrimiento”, aclara. “Supongo que necesitaba verlo por última vez y decirle: ‘Oye, te gané’”.
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