Categorías: Humor

Así es la vida: Mi padre y hermana discuten constantemente

Con el ritmo por dentro

Si me has visto esperar con impaciencia en una fila, entonces me has visto bailar en un concierto.

@sammyrhodes

Mi padre y mi hermana discuten constantemente porque ella suele comer a todas horas. Un día oí esta conversación entre ellos:

—Ay, papá, tiene sentido que coma todo el día —dijo mi hermana en su defensa—. Es una necesidad básica. ¡Soy un ser vivo!

—No, hija —replicó mi padre, muy serio—, tú no eres un ser vivo: eres un ser muerto… ¡de hambre!

Karla de la Torre, México

Me he mantenido soltero durante tanto tiempo, que mis amigos me obligaron a inscribirme en un sitio web de citas. Creé un perfil en uno llamado Un montón de peces, que, por supuesto, hace alusión al popular dicho “Hay muchos peces en el mar”. Lo que el sitio no advierte es que ¡todos esos peces han sido devueltos al mar! Se trata de cientos de solterones a los que nadie quiere, y ahora estoy nadando junto a ellos… en un inmenso mar de soledad.

Trevor Boris, comediante

En una ocasión, una amiga mía me telefoneó sumamente alterada.

—¡Acabo de ver un ratón en la cocina! ¡Qué asco! ¡Es tan repugnante! —exclamó.

—¿Y qué piensas hacer? —le pregunté, preocupada.

—Aún no lo sé, pero lo que puedo asegurarte es que ¡jamás volveré a comer nada que haya caído al suelo!

Kirsten Lauth, Estados Unidos

Cuando iba en primer grado de secundaria llevaba una materia llamada Formación cívica y ética, en la que solíamos hablar sobre nuestros logros y aspiraciones.

Cierta vez, en una de las clases, el maestro nos dijo:

—A ver, cuéntenme, ¿qué han creado ustedes hasta el día de hoy?

Varios alumnos contestaron cosas como “Un 10 en matemáticas” o “Un promedio de 9”. Pero no faltó el compañero sumamente honesto que respondió: “¡Puros problemas!”

Betsy Dueñas, Ciudad de México

Una vez fuimos a un mercado de productores locales y le pedimos a la chica que atendía un puesto de tomates que nos diera siete kilos.

—Lo siento, pero no puedo vender más de cinco kilos —dijo.

—¿Por qué? —repuse, intrigada.

—Es que esta báscula sólo marca hasta ese número.

Kerri Ingle, Estados Unidos

La primera vez que mi madre viajó en avión estaba hecha un manojo de nervios. Durante el despegue, el rugido de los motores la calmó un poco, pues concluyó que estaban funcionando correctamente. Pero cuando el avión se niveló, los motores lo hicieron también y dejaron de hacer ruido. Sujetándose con fuerza de los apoyabrazos del asiento, mi madre preguntó a voz en cuello: “Qué, ¿nos detuvimos?”

Samantha Earls, Estados Unidos

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