Quizá no sea una de tus más preciadas posesiones, pero la cerilla (término médico: cerumen) tiene una razón de existir: forma parte del sistema natural de defensa corporal.
Todo comienza en el conducto auditivo externo, donde ciertas glándulas especiales la secretan para limpiar y proteger el oído. Atrapa polvo y suciedad procedentes del exterior e impide que las bacterias proliferen. Gracias, en parte, a los movimientos que haces al masticar o hablar, la cera vieja sale del oído. Al desplazarse, arrastra microbios y otras partículas extrañas y deja espacio para formaciones frescas de la sustancia.
En condiciones normales, no necesitamos intervenir en el proceso, solo debemos dejar que ocurra. Si notas esta secreción en la oreja, puedes limpiarla con un paño.
No intentes eliminarla desde el interior. Y que no te seduzca la tentadora silueta cilíndrica de los hisopos. “No introduzcas ningún cuerpo extraño en tus oídos. Lo único que lograrás, en el mejor de los casos, será hundir el cerumen todavía más o, peor aún, irritar piel delicada”, señala Shakeel Saeed, profesor de otología y otoneurología en el Instituto del Oído del University College London, del Reino Unido.
Incluso corres el riesgo de perforar la membrana del tímpano o dislocar los huesos del oído interno.
La cerilla podría bloquear el conducto auditivo externo si las glándulas responsables la producen en exceso y el cuerpo no logra deshacerse del material adicional de manera eficaz, o si tú, al tratar de retirarlo, lo llevas más al fondo.
Entre los síntomas de obstrucción se encuentran el dolor, zumbidos, pérdida de agudeza auditiva, mareos y hasta tos: el exceso de cera podría llegar a presionar los nervios encargados de desencadenar este reflejo.
Los médicos tienen instrumentos y métodos especializados para retirar los tapones de cerumen sin lastimar. Su capacitación es, por mucho, mejor que la nuestra. Pero esa no es la única razón por la que debes acudir a consulta. También existe la posibilidad de que dicha secreción no sea la causa de los síntomas. Las molestias podrían deberse a una infección, a la pérdida de agudeza auditiva por la edad o a una lesión por fluctuaciones de la presión atmosférica, entre muchas otras situaciones.
Si los oídos se te tapan a menudo, el médico puede enseñarte métodos de limpieza o recetarte gotas para ablandar el cerumen. Hay fórmulas comerciales disponibles; sin embargo, los aceites de oliva o minerales son igualmente eficaces.
Si utilizas un auxiliar auditivo y el dispositivo exacerba el problema, intenta “quitártelo varias veces al día por espacio de una hora, más o menos, para ver si mejora la situación”, como sugiere Saeed.
Descubre por qué no debes quedarte sentado más de lo necesario.
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