Una amenaza importante a su salud fue justo lo que Kaye Newton, de 48 años, necesitaba para empezar su transformación y convertirse en una persona feliz.
Antes de su enfermedad, esta escritora que vive en Nashville, Estados Unidos, se describíaa sí misma como hipocondriaca, siempre preocupada por las amenazas que podrían estar al acecho. Pero en cuanto enfrentó una auténtica adversidad aprendió a ver la vida de otra forma.
“La cirugía me ayudó a darme cuenta de que preocuparme por mi salud no me protege de la enfermedad ni me prepara para un procedimiento”, dice Newton. “Ahora soy más relajada, más feliz y presto mayor atención conscientemente a lo que sucede en este momento”. Su libro, Incision Decisions (“Decisiones incisivas”), trata sobre cómo mantener una actitud positiva tras una intervención médica.
Entre más vivas, mayores probabilidades tendrás de ser feliz. Innumerables investigaciones han demostrado que, en el transcurso de la existencia, dicho estado forma una curva en U: somos más dichosos durante la infancia y la vejez. Los niveles disminuyen constantemente al entrar en la edad adulta y caen a su punto más bajo a la mitad de los 40; al llegar a los 50, empiezan a subir de nuevo.
Considerando el estrés y los cambios importantes entre los 20, 30 y 40 años, la caída es comprensible: trabajar mucho, ser exitoso, casarse, cuidar a los hijos, ahorrar para el futuro.
Pero ¿qué explica el alza en la curva? Después de vivir 45 o 50 años, la experiencia que hemos adquirido nos ayuda a ver las cosas en perspectiva.
“Para cuando cumplimos 60 años o más, la mayoría aprende que la vida tiene tantos bajos como altos”, asevera Lisa F. Carver, profesora de sociología de la Queen’s University en Kingston, Ontario. “El optimismo de la juventud, que podría estar fundado en la ilusión (producto del pensamiento mágico) de que el éxito es inevitable, es reemplazado con la realidad: no todo sale bien. Sin embargo, a esta altura del partido también sabemos que no hay mal que por bien no venga”.
Aprender a ver las vivencias en su justa dimensión podría ayudarte a ser más feliz. Y te conviene serlo: así obtendrás beneficios en tus relaciones, tu trabajo, tu salud y tu actitud, entre otros ámbitos.
¿Tienes parientes o amigos en quienes puedes confiar? Si es así, automáticamente eres más dichoso que quienes no cuentan con nadie para buscar compañía o consejo.
“La satisfacción con las relaciones es el mayor indicador de felicidad que tenemos”, comenta Meik Wiking, director del Instituto de Investigación sobre la Felicidad en Copenhague. “Siempre sale en los datos al respecto: la soledad es uno de los mayores desafíos en Estados Unidos, Europa y muchas otras regiones”.
Las investigaciones muestran que quienes están casados o viven en pareja tienden a ser más felices que los solteros por la sencilla razón de que es menos probable que se sientan solos.
“La gente que puede contar con alguien en momentos de crisis es más feliz que quien no tiene a nadie”, explica John Helliwell, investigador de esta materia, profesor emérito de economía en la Universidad de Columbia Británica, en Vancouver, y asesor del Instituto de Investigación sobre la Felicidad. “Es más factible que los casados puedan acudir a alguien”.
La investigación de Helliwell indica que el matrimonio da un impulso a largo plazo a la felicidad, hasta tal punto que su declive en la mediana edad es menos pronunciado entre los casados. Los más dichosos son quienes consideran que su cónyuge es su mejor amigo. Helliwell es el primero en examinar la relación entre matrimonio y amistad, y sus efectos en la felicidad.
“El hecho de que consideres que tu pareja es tu mejor amigo es otra forma de decir, ‘tengo un matrimonio bastante feliz’”, afirma Helliwell. No es algo que deba extrañarnos: estar con esa persona nos llena de alegría.
Carol Gee, de Atlanta, Georgia, ha estado casada con el mismo hombre durante 44 años.
“Me doy cuenta de que en verdad soy feliz y de que no mantenemos nuestra relación solo porque ya hayamos invertido mucho tiempo en ella”, dice Gee. “No creo poder ser infeliz”.
Los investigadores han analizado los rasgos laborales que conducen a dicho estado y a una mayor satisfacción en la vida. Casi todos prefieren, más que cualquier otra cosa, un buen equilibrio entre lo personal y lo profesional.
“La variedad y aprender cosas nuevas son importantes, pero no tanto como el equilibrio entre la vida personal y profesional”, señala Jan-Emmanuel De Neve, profesor de economía y estrategia en la Facultad de Negocios Saïd de la Universidad de Oxford. “Si sientes que tu trabajo te impide pasar más tiempo con tu familia o pareja; si te preocupan los problemas laborales aun cuando no estás en la oficina, o si terminas tan cansado que no disfrutas otra actividad, el efecto en tu bienestar es descomunal”.
Como se esperaba, la jubilación acerca a tal estado a la mayoría. “Esto se debe a dos factores”, explica De Neve. “Primero, ahora podemos hacer múltiples cosas porque el equilibrio profesional-personal se inclina más hacia este último. Hay mayor tiempo para el esparcimiento. El segundo es que la gente empieza a ajustar sus expectativas, que podrían haber sido demasiado altas cuando empezaron. Aceptas el desenlace de tu vida”.
Si vives lo suficiente, seguramente tendrás padecimientos o incapacidades, pero con la actitud correcta estos escollos no afectarán tu dicha.
“Los participantes del estudio nos han enseñado que envejecer con enfermedades y pérdidas sensibles, son retos que aportan una nueva forma de ver y apreciar la vida”, comenta Carver.
Científicos italianos han detectado que quienes tienen una percepción positiva del envejecimiento son más felices que aquellos con una negativa.
“La percepción positiva no siempre está ligada a una buena salud”, dice la especialista en geriatría de la Universidad de Palermo, Ligia Dominguez, una de las autoras del estudio. “En el ejercicio diario de nuestra profesión, presenciamos ejemplos conmovedores de esta capacidad humana, llamada resiliencia: personas mayores que por su cuenta, o con apoyo familiar o social, mantienen una buena calidad de vida y declaran sentirse bien pese a sus padecimientos”.
El optimismo y la resiliencia podrían ayudarte a ser feliz en la vejez.
“El eslabón entre el optimismo y el envejecimiento positivo podría ser que los adultos mayores optimistas tienen la capacidad de afrontar los tragos amargos de la vida”, explica Carver. “Son resilientes. Se sienten satisfechos con la vida a pesar de las frustraciones y la muerte de seres queridos porque han ajustado sus expectativas y han aceptado que de eventos que se consideran negativos, puede surgir algo positivo”.
Maggie Georgopoulos, de 48 años y originaria de Glasgow, ha tenido una vida agitada, con distintos empleos por todo el mundo; no obstante, ha encontrado la felicidad en ese trajín.
“Mi felicidad viene de dentro”, afirma Georgopoulos. “Como he creado el camino hacia la vida que quiero llevar, no me altero cuando las cosas salen mal porque sé que de lo malo puede surgir lo bueno”.
Si quieres que el resto de tus días estén llenos de dicha, los investigadores recomiendan lo siguiente:
Tal vez no puedas controlar lo que te sucede, pero sí cómo reaccionas.
“Se puede desarrollar el hábito de ver el lado positivo de las cosas”, explica Dominguez. “Muchos se quejan de no ser felices; sin embargo, no hacen nada al respecto”.
Ser más optimista es un buen primer paso.
“Empieza por reconocer los pensamientos negativos en cuanto surgen y cuestiónalos”, recomienda la especialista. “Por ejemplo: ¿La situación es tan grave?, ¿hay otra forma de abordarla?, ¿qué me deja esta experiencia para el futuro?”.
Tras décadas de matrimonio, muchas parejas se han habituado tanto el uno al otro, que ya no se tratan bien. Esto podría producir tensión y desdicha, y afectar los niveles diarios de felicidad.
“No es justo tratar a tu pareja con tanto rigor como te tratas a ti”, dice Helliwell. “Pregúntate si te comportarías así con un amigo. Hacer lo mismo con tu pareja implicaría no darlo por sentado y ser más positivo”.
Si estás más frágil y sin tanta movilidad como antes, agradece estar bien mentalmente, pues hay muchos que sufren demencia y pérdida de memoria.
“Este es un gran ejemplo de una persona positiva y optimista: aprecia aquello que tiene en vez de concentrarse en lo que no tiene”, explica Dominguez. “Ser agradecido es parte de cultivar una actitud positiva. Buscar oportunidades para disfrutar los pequeños placeres de la vida, enfocarse en lo positivo, sin revivir sombras del pasado o pensamientos negativos que podrían arruinar el momento”.
Después de jubilarte, tu vida cobrará más sentido y tendrás más motivos para estar en contacto con otras personas si haces trabajo voluntario en tu comunidad.
“Hacerlo es provechoso”, asevera Wiking, “sobre todo si ha llegado el momento de dejar atrás tu empleo; de esa manera tu identidad no solo estará vinculada con tu profesión”.
Busca una causa u organización con la que te identifiques y averigua cómo puedes ayudar.
“Creo que los voluntarios piensan que su labor beneficia a los demás, pero ignoran lo que ellos ganan”, dice Wiking. “Es una forma de hacer nuevos amigos. Además, quizá ayude a las personas a agradecer lo que tienen, pues ciertas obras de caridad te permiten conocer a quienes tienen menos”.
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