Anders Wilhelmson creía tener una solución revolucionaria para el mayor problema de sanidad del mundo. Pero, ¿lograría que lo escucharan?
Todas las mañanas Rose y sus cuatro hijos hacían fila para usar un baño público de paga en el barrio pobre de Kiberia, en Nairobi, Kenia. La mujer no permitía que los niños usaran la fosa séptica que había cerca de su casa porque siempre estaba llena de heces. Tenía miedo de que los chicos pudieran caer dentro de la fosa, pero lo que más le preocupaba era su salud.
Desde que la familia empezó a utilizar el retrete portátil Peepoo, en 2012, Rose dejó de preocuparse. Se trata de una bolsa de plástico desechable y biodegradable (cuesta tres centavos de dólar) que contiene un saquito con urea, el cual se activa al hacer contacto con las heces y la orina. Esto elimina los microbios antes de que la bolsa sea recolectada y usada como fertilizante.
Alrededor de 2,600 millones de personas en todo el mundo carecen de escusados, según un cálculo de la OMS, y cada 15 segundos un niño muere por alguna enfermedad relacionada con el consumo de agua no potable, condiciones deplorables de sanidad y falta de higiene (UNICEF). Proporcionar a esas personas retretes básicos ayuda a prevenir infecciones bacterianas potencialmente letales, como tifoidea y cólera. El barrio de Nairobi donde vive Rose es sólo uno de muchos sitios donde la gente está empezando a usar el Peepoo.
El cerebro detrás de este retrete es el arquitecto y profesor sueco Anders Wilhelmson, quien en 2006 fundó la empresa Peepoople Company, con sede en Estocolmo y en Nairobi, a fin de ofrecer una solución sanitaria práctica y de bajo costo.
“Me enfurezco cuando oigo decir que cada año mueren 2 millones de personas por la falta de condiciones sanitarias, sobre todo niños”, señala Anders, de 59 años. Y la furia es lo que lo hace actuar. También le gusta plantear medidas opuestas al sentir general, ir contra la corriente.
Anders se crió en Karlskoga, una ciudad donde la mayoría de los habitantes trabajaban en la fábrica de armas Bofors. Quizá por ser estudioso, los hijos de los inmigrantes finlandeses lo hostigaban, así que tuvo que aprender a defenderse desde pequeño.
Pasar las vacaciones de verano en la costa oeste del país era un alivio para él, pues le permitían charlar con un vecino especial: un profesor y escritor cuyas ideas radicales contrastaban con las opiniones conservadoras del padre de Anders. “Me abrió la puerta al discurso intelectual, algo imposible de encontrar en Karlskoga en los años 60 y 70”, recuerda.
Ser arquitecto fue su sueño desde niño. Aunque su padre quería que estudiara medicina, cuando Anders tenía 16 años lo dejó diseñar la casa adonde la familia se mudó después. Al final se convirtió en un arquitecto y diseñador reconocido en muchos países. Por un tiempo fue miembro del equipo de diseño industrial del fabricante de autos Saab. En los años 80 adoptó el estilo de vida yuppie, pero temía estar perdiendo su integridad. Tampoco le gustaba que le dijeran lo que debía hacer. En 1996 empezó a enseñar arquitectura en la Universidad Real de Bellas Artes, en Estocolmo.
Durante una década Anders organizó viajes anuales con sus alumnos para estudiar distintas zonas urbanas del mundo, incluidos los barrios bajos. Por petición de un grupo defensor de los derechos de la mujer, en un viaje a la India visitaron un asentamiento marginado. “Una de las mujeres me dijo: ‘No necesitamos arquitectos’”, cuenta Anders. “Lo único que no podían resolver sin ayuda era la cuestión de la higiene personal y qué hacer con las heces. Fue un momento decisivo. Esa mujer me estaba diciendo qué era lo que se debía hacer en todo el mundo”.
Eso ocurrió en mayo de 2005, y Anders se obsesionó con la tarea de encontrar una solución. El retrete debía ser moderno, barato y estar al alcance de todos; tendría que ser portátil, personal, higiénico y de un solo uso para prevenir el contagio de enfermedades. Por último, debía darse algún uso a las heces.
En septiembre, mientras celebraba en París el cumpleaños número 40 de su entonces pareja, Camilla Wirseen, Anders se despertó a mitad de la noche con la solución al problema mundial de la sanidad.
Como Camilla es fotógrafa, le pidió que se uniera a su labor. “Sin su talento, quizá no habríamos logrado esto”, admite Anders. “Ella es una gran emprendedora social, mucho más que yo”. Hoy, como directora del proyecto Peepoople, Camilla dedica la mayor parte de su tiempo al trabajo de campo, y ayuda a escuelas y comunidades a usar el Peepoo.
Con todo, antes de que el retrete pudiera volverse realidad, tuvieron que solicitar a investigadores científicos asesoría para diseñarlo, y conseguir también el apoyo de expertos en sanidad. Luego llegó el momento de convencer a inversionistas para que contribuyeran al proyecto.
Lograr la aceptación del Peepoo no fue fácil. “Es una idea provocadora”, afirma Camilla, quien afrontó la oposición de algunos expertos en agua y sanidad. Pero no todos se resistieron. Annika Nordin y Björn Vinneras, de la Universidad Sueca de Ciencias Agrícolas, habían estudiado soluciones sanitarias basadas en el amoniaco, y pronto se sumaron al equipo de investigación que desarrolló el Peepoo. “El retrete ha resultado exitoso porque no plantea grandes exigencias en cuanto a infraestructura”, comenta Nordin.
El Peepoo se patentó en 2007, y desde su lanzamiento en Kenia, Peepoople ha ayudado a personas de otros ocho países, entre ellos Bangladesh, Sudáfrica, Pakistán y Siria; allí los retretes se han usado en campos de refugiados y en zonas afectadas por desastres naturales. Hoy la empresa está invirtiendo en una nueva fábrica en Suecia con capacidad para producir hasta 500,000 retretes al día y así satisfacer la demanda.
Gracias al Peepoo, “las personas están cambiando sus hábitos e invirtiendo en agua potable, sanidad e higiene”, dice Rahab Mbochi, director del proyecto escolar de Peepoople en el barrio de Kiberia en Nairobi.
El Peepoo está ganando cada vez más apoyo entre los expertos y las autoridades sanitarias. Como dice Eric O. Odada, miembro del Comité de Asesores sobre Agua y Sanidad del Secretario General de las Naciones Unidas, “el Peepoo es el producto ideal para el mayor problema que aqueja al mundo entero”.
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