Cuando te enfureces, pero no dices nada; cuando hay muchas cosas que te molestan pero no lo demuestras: ése es enojo pasivo, el tipo que encierras en tu interior, explica Peter Andrew Sacco, psicólogo en Niagara Falls, Ontario.
Solemos aprender a edades muy tempranas cómo manejar nuestro enojo, así que si este es tu estilo, podrías haber sido criado por personas que evitaban el conflicto a cualquier costo; quizá te enseñaron que está mal enojarse o expresarlo.
O quizá viste tantos conflictos y discusiones mientras crecías que tomaste la decisión de nunca enojarte ni estar en desacuerdo para evitar las peleas. Pero el enojo es una emoción humana muy normal, explica Sacco. Suprímelo y puedes dañar tanto tu salud física como la mental.
“Cuando contenemos nuestra ira, puede convertirse en depresión”, explica. Además, las investigaciones sugieren que internalizar nuestro enojo puede llevarnos a padecer problemas cardiacos y debilitar nuestro sistema inmunológico.
En lugar de suprimirlo, acepta cómo te sientes, sugiere Sacco. Reconocer y aceptar tu enojo te permitirá seguir adelante.
Si no puedes soltar tu furia y te niegas a perdonar, podrías tener lo que Sacco denomina como enojo petrificado.
“Es como conservar rencor contra alguien que crees que te hizo daño”, explica, “y ese enojo se basa en tener la razón“.
El blanco de tu hostilidad seguramente ya te olvidó y no le importa en absoluto lo que pasó, pero para ti… soltar significaría admitir que te equivocaste.
“Tu ego y el estar en lo correcto se vuelven más importantes que conservar una amistad“, dice Sacco.
Para ayudarte a superar el enojo petrificado, pregúntate qué ganas permaneciendo enfurecido. Cambia el enfoque del perdón y hazlo por ti mismo, sugiere Sacco:
“No se trata de que tengas o no la razón. Perdonar significa que eres capaz de soltar y de dejar de sentirte molesto”.
Respondes con entusiasmo “¡claro, no hay problema” cuando alguien te pide un favor, pero entonces, ups, se te olvida hacerlo (o lo haces mal y lo entregas tarde). Dices “está bien” cuando no lo está o cuando quieres decir “no”.
Estas son conductas pasivo-agresivas, que sirven para expresar indirectamente emociones negativas en lugar de manifestarlas abiertamente.
“Las personas pasivo-agrevisas son furtivas con su enojo”, explica Sacco. Dicen una cosa pero hacen otra; no muestran que están enojadas, pero se desquitan.
De momento, las conductas pasivo-agresivas son más convenientes que la confrontación y más fáciles que la asertividad, explica la trabajadora social Signe Whitson en Psychology Today. Pero con el tiempo, la relación puede volverse destructiva y disfuncional.
En los mensajes de texto, las palabras se reducen a abreviaturas e iconos, dice Sacco: los mensajes que pretendemos entregar suelen ser incompletos, y el receptor solo cuenta con sus propias habilidades para descifrar e interpretar.
A veces las cosas son claras, pero en otras no tanto. Por ejemplo, te enojas cuando envías a un amigo un texto largo, que te tomó tiempo pensar y te esforzaste en redactar, y te responde con una sola palabra.
Piensas que tu tiempo no le importa, que no respeta ni le da importancia a tu amistad lo suficiente como para responder adecuadamente.
En lo que no piensas es que tal vez estaba manejando o en una reunión y no pudo dedicar tanto tiempo a escribirte.
Si te encanta pasar tiempo en Facebook, Twitter y otras redes sociales, esto no te sorprenderá. Un estudio de la Universidad Beihang en China descubrió que la furia es la más viral de las emociones: de acuerdo con los investigadores, los amigos y seguidores tienen más probabilidad de compartir pensamientos de indignación que mensajes tristes o alegres.
“Las personas se involucran demasiado en las redes sociales, y eso se puede convertir en un detonador para el enojo”, dice Sacco, quien cree que en parte es culpa del anonimato y de la gratificación instantánea.
Como la interacción online no es cara-a-cara, las personas se sienten con más libertad de decir cosas que no mencionarían en otras situaciones. Y tu comentario o tu respuesta puede ser inmediata: sin filtros, pensamiento ni consideración por las consecuencias.
“Además, estás hablando en pedacitos: pequeñas frases, puntos y caritas que dejan mucho espacio para la mala interpretación”, agrega.
Esto es cuando te sientes molesto desde que amanece hasta que anochece, dice Sacco. Crecer en una familia donde el enojo es la norma lo convierte en un estilo de vida porque es lo que has conocido toda tu vida.
“La furia habitual es como una adicción”, dice Sacco, y romper el ciclo requiere terapia y grupos de apoyo.
Justo como un alcohólico no puede ser su propio padrino, una persona crónicamente enojada no puede enseñarse a sí misma a no estar tan molesta.
Y la parte más complicada es admitir que hay un problema; aquellos con enojo habitual creen que tienen el derecho a sentirse así porque realmente piensan que los demás están tratando de dañarlos, dice Sacco.
Encuentras las fallas en cualquier situación y enfrentas cada conversación como si fuera una discusión por ganar. Esas son las características de una persona con enojo conflictivo, dice Sacco. “Se debe a una baja autoestima”, explica.
“Quizá mientras crecías hicieron que te sintieras como alguien inferior o te molestaban mucho; para compensar, te volviste más agresivo. En lugar de convertirte en una víctima, rechazas a los otros“, agrega.
Lastimas o desprecias a los demás antes de que eso te ocurra. Y creas conflicto o dices el primer argumento para tener la oportunidad de ser escuchado y probar que eres más listo o que tienes la razón.
Si tu emoción opaca al pensamiento y a la conducta racional, el enojo puede meterte en problemas, advierte Sacco. Y ese es el caso con el enojo compresivo, uno de los tipos más peligrosos.
Cuando pierdes la habilidad para racionalizar o controlar una situación, puedes presentar reacciones agresivas, violentas o explosivas que salen de proporción.
Quedarte atorado en el tráfico, por ejemplo, puede motivarte a golpear el volante y a insultar a otros conductores; un exceso de basura en la cocina puede hacer que empieces a gritar.
Este tipo de enojo puede poner a los demás en peligro, así que es importante que busques ayuda profesional. Las personas con este tipo de enojo necesitan apoyo terapéutico para identificar sus detonadores y aprender a responder de otras formas.
Cuando se trata de valores religiosos, políticos o de cualquier otra creencia personal, piensas que tú tienes la razón y los otros no; los tuyos son buenos y los otros no; los tuyos son superiores y punto. En tu mente, cualquier negociación o punto medio significa que el otro está mal, explica Sacco.
El enojo moral puede rastrearse al fundamentalismo extremo, una mentalidad de todo-o-nada. Así que cuando otros van en contra de tus creencias, te pones a la ofensiva porque tus creencias son correctas y por tanto tu enojo está justificado.
Aunque tus intenciones sean buenas, el enojo te mete en problemas cuando permites que se salga de control y te sientes con el derecho de hacer lo que quieras porque tu ideología respalda tu conducta, dice Sacco.
El enojo no es una emoción negativa: el cómo lo usas es lo que lo vuelve bueno o malo. Cuando se emplea constructivamente, el enojo moralista tiene el potencial de hacer mucho bien; sin embargo, nunca debe derivar en agresión ni violencia.
Todos nos enojamos, así que “usamos” alguno de estos tipos de enojo, ¿cuál es el tuyo, o combinas varios de estos?
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