Nuestro cuerpo hace cosas que solo la ciencia puede explicarnos
Nuestro asombroso cuerpo permite predecir enfermedades por las huellas digitales, o que el esqueleto entero se renueve cada 10 años.
Cuando sientes escalofríos en el cuerpo o eres testigo de una escena atemorizante, tu organismo libera una descarga de adrenalina; esto provoca que el vello corporal se erice.
Al parecer, dicho mecanismo permitía a nuestros ancestros del reino animal preservar el calor y aparentar mayor tamaño ante los depredadores. Ahora bien, para que cada uno de esos pelitos responda a la voz de firmes, es necesario que se contraigan los diminutos músculos cutáneos ubicados en la base de los folículos.
Esto hace que la dermis adopte un aspecto similar al de las gallinas recién desplumadas, de ahí la expresión popular.
Estas piezas dentales constituyen, en efecto, un tercer par de molares. Las estructuras en cuestión permitían a nuestros antepasados masticar alimentos duros, como raíces, frutos secos y carne, en especial cuando se les caían otros dientes.
Se calcula que las muelas del juicio han desaparecido en casi 35 por ciento de la población debido, en parte, a un cambio evolutivo en la mandíbula del cuerpo humano: hoy en día es tan pequeña que carece de espacio para alojarlas.
En el resto de la gente, estas empiezan a desarrollarse a los 10 años y terminan por salir apenas entramos a la adultez, edad en la que (se supone) se consolida nuestro buen juicio.
Los sonidos que escuchas quizá se producen cuando las burbujas de gas que se forman en el espacio entre las articulaciones finalmente revientan, tal y como sucede al tronarte los dedos.
El roce de los músculos o los tendones con los huesos del cuerpo también puede hacer que crujan las junturas. “Lo que no se usa se oxida”, explica Kim L. Stearns, cirujano ortopédico del Hospital Luterano de Ohio, a la Cleveland Clinic Journal of Medicine.
“Si uno pasa mucho tiempo en la silla, el líquido entre las uniones permanece inmóvil. Entre más activo se mantenga uno, mayor será la capacidad de las articulaciones para lubricarse” y funcionar de modo silencioso. El crujido no es de cuidado salvo en caso de dolor o inflamación.
Adoptar una nueva rutina de entrenamiento puede producir presiones ascendentes, a nivel del estómago, o descendentes, a la altura de los pulmones, que oprimen el diafragma, músculo ubicado en medio de estas dos estructuras.
Lo anterior limita el riego sanguíneo en esa parte del cuerpo y provoca espasmos en el tejido que se estruja, ya de por sí irritado. La dolencia suele desaparecer una vez que te acostumbras a la actividad.
Al detectar los receptores de las paredes gástricas la ausencia de alimento, emiten impulsos eléctricos. Además, los músculos de la cavidad estomacal se contraen y relajan, lo cual genera un murmullo sordo.
Es posible que también percibas el fluir de líquidos en esa área de tu cuerpo. Esto se debe a que las contracciones desplazan el agua y el ácido gástrico.
Por lo general, esta tiene un pH de 6 a 7, a medio camino entre lo ácido y lo alcalino. Justo antes de devolver, el organismo la segrega más alcalina, lo que le da un gusto ferroso a fin de neutralizar la acidez del vómito.
No obstante, si este sabor se presenta a menudo, podrías padecer reflujo asintomático, una enfermedad en la que los jugos gástricos regresan a la parte trasera de la garganta.
Los fotorreceptores, que se encuentran en la región posterior del ojo, convierten la luz en impulsos eléctricos que viajan al cerebro para producir las imágenes que ves.
“Cuando se dispara un flash, la luz emitida es tan intensa que sobreestimula las células en cuestión”, comentó Elaine Icban, profesora de optometría clínica en el New England College of Optometry, al sitio statnews.com. Durante el periodo de recuperación de los ojos, el cerebro “deja de ver” y rellena los espacios con manchas.
Este peculiar fenómeno se conoce como reflejo estornutatorio por exposición a la luz. “El nervio óptico, que percibe los cambios lumínicos, está muy cerca del nervio trigémino, encargado, entre otras cosas, de regular los estornudos”, señala la médica Amy Rantala, del Mayo Clinic Health System en Eau Claire, Wisconsin.
Cuando volteas a ver el Sol —o pasas de una habitación oscura a otra muy iluminada, ya sea con luz natural o artificial—, el primer conductor contrae la pupila. El segundo, en tanto, interpreta esto como una irritación nasal, lo que desencadena el estornudo del cuerpo.
A la larga, este suceso puede alterar el ADN de la unidad y programarla para destruir tejidos corporales, lo cual provoca la enfermedad que conocemos como cáncer.
Por fortuna, el cuerpo cuenta con una primera línea de defensa: enzimas que revisan las cadenas del material genético con objeto de detectar signos de este mal y de reemplazar las regiones dañadas.
En el momento en que el carrito llega a la cima y se precipita cuesta abajo, el cinturón de seguridad mantiene las posaderas en su lugar; sin embargo, algunos órganos internos de nuestro cuerpo con sistemas de sujeción laxos, como el estómago y los intestinos, “vuelan”.
El sistema nervioso detecta este movimiento y se queda con la sensación de que hay un vacío en el sitio donde estos suelen alojarse.
“Espasmo muscular” es el nombre elegante que damos a los terribles calambres, tan frecuentes en las pantorrillas. Según una investigación, los nervios al interior de la pierna pueden producir hasta 150 impulsos eléctricos por segundo durante un calambre, lo cual obliga al músculo a contraerse de manera exagerada.
Entre los posibles culpables de su aparición están el esfuerzo excesivo, la deshidratación y el uso de ciertos medicamentos, como los diuréticos.
Las células óseas envejecidas del cuerpo son reemplazadas con otras nuevas gracias a un proceso conocido como remodelación. Esto ayuda a reparar cualquier lesión en la osamenta y evita la acumulación excesiva de tejido desgastado, que puede volverse quebradizo y fracturarse con mayor facilidad.
La persona promedio pestañea entre 15 y 20 veces por minuto. En cada una de estas ocasiones, los párpados impregnan la superficie entera de los globos oculares con un coctel de aceites y secreciones mucosas para evitar la resequedad.
Al parecer, este abrir y cerrar también protege a los ojos de estímulos potencialmente dañinos, como luces brillantes y partículas extrañas (de polvo, por ejemplo).
“El cuerpo siempre busca mantener una temperatura cercana a los 37 grados Celsius”, asevera Rantala. “Cuando hace frío, nos estremecemos en un intento por generar calor” mediante movimientos musculares explosivos y rápidos.