A la médula ósea se le ha llamado “la fábrica de la sangre” porque es ahí donde se forman los glóbulos rojos y las plaquetas; pero no toda ella tiene esa capacidad: en los adultos está restringida a la médula roja que se encuentra en la región esponjosa de los huesos largos, como el fémur, y de los planos, como los del cráneo, las vértebras, las costillas y el esternón.
Cuando se rompe un vaso sanguíneo se produce una hemorragia; si se trata de una arteria, la sangre sale a borbotones espasmódicos; si es una vena, fluye lenta y uniformemente; la ruptura de los capilares produce un derrame menor.
Cuando no se logra detener una hemorragia que es fuerte, el volumen de sangre circulante puede disminuir hasta el grado de provocar un descenso drástico de la presión y causar un paro cardiaco que conduzca a la muerte.
Si se trata de una herida menor, en cuanto comienza la hemorragia el organismo pone en acción dos mecanismos que ayudan a reducir la pérdida de sangre.
El primero es la formación de un coágulo en el lugar de la herida. La coagulación de la sangre es un proceso complejo que comienza cuando las plaquetas se adhieren a los bordes de la herida abierta. Al entrar en contacto con el tejido lesionado, las plaquetas se abren y liberan una sustancia proteínica, llamada tromboplastina, que da lugar a una serie de reacciones químicas.
Éstas terminan por convertir el fibrinógeno de la sangre en filamentos sólidos de fibrina que se entrelazan sobre la herida reteniendo entre sus mallas a los eritrocitos, leucocitos y plaquetas de la sangre que pasa a través de ellos. Así se forma un coágulo que tapona la abertura y para la hemorragia.
Al mismo tiempo, las sustancias químicas que se producen en el lugar de la herida hacen que las paredes musculares de los vasos sanguíneos locales se contraigan reduciendo el volumen de sangre que fluye a ese punto. Si la hemorragia es fuerte, y está bajando la presión sanguínea, estas mismas sustancias mandan señales al cerebro y él se encarga de disminuir el flujo de sangre.
A veces las heridas son tan serias que la hemorragia vence todos los mecanismos protectores del organismo. Hay, además, algunas personas, como los hemofílicos, que carecen de uno de los factores que intervienen en la coagulación de la sangre, y por eso cualquier pequeña cortada causa en ellos una hemorragia prolongada que es difícil contener.
Cuando, por cualquier razón, la hemorragia dura más de unos cuantos minutos o es muy fuerte, hay que pedir ayuda médica; mientras llega, se pueden tomar algunas medidas de emergencia.
Generalmente basta aplicar una presión en el lugar de la herida, pero si el sangrado es abundante, hay que localizar la arteria que se encuentra entre la herida y el corazón y presionar fuertemente en ese punto.
Si la presión arterial del pariente ha bajado bruscamente, el médico quizá le haga una transfusión. Cuando no se encuentra sangre completa del tipo adecuado, se le administra plasma para restituir el volumen necesario de sangre hasta encontrar un donante compatible.
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