Una pareja austriaca lucha contra la tala ilegal para preservar la última gran zona verde de Europa.
Christoph y Barbara Promberger habían ido a caminar a un bosque virgen una soleada mañana de verano de 2007. Los pájaros cantaban en la copa de los árboles, y se oían crujidos causados por las pisadas de animales escurridizos. Estaban en medio del Parque Nacional Piatra Craiului de Rumania, en los montes Cárpatos, una cordillera que forma un arco de 1,500 kilómetros de largo a través de siete países. Es el hogar de algunos grandes mamíferos de Europa —el lobo, el lince y el oso pardo—, así como de jabalíes, ciervos, águilas, ranas, murciélagos, ratones y muchas otras especies.
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En los Cárpatos se hallan las zonas de bosque virgen más grandes del continente fuera de Rusia, pero en 2007 no todo estaba bien en ese vasto reino de biodiversidad. El director del parque, Horatiu Hanganu, caminaba ese día junto a la pareja, describiendo, alarmado, la destrucción que veían a su alrededor. Grandes franjas de bosque, intocadas durante miles de años, estaban desapareciendo, devoradas por los dientes de las sierras mecánicas de los taladores furtivos.
“Me pareció terrible que alguien pudiera destruir un lugar tan bello”, cuenta Christoph, de 50 años, quien nació en Alemania. “Me rompió el corazón”, añade su esposa austriaca, Barbara, de 41. “Si te importa la naturaleza y la conservación del medio ambiente, entonces no puedes tolerar semejante devastación”.
La pareja visitó Rumania por primera vez en 1993, como biólogos encargados de una investigación sobre los grandes carnívoros que viven en los Cárpatos. Se casaron cinco años después, en Austria, luego de enamorarse de los mamíferos del bosque durante sus rondas de observación nocturna. Terminaron el estudio en 2003, pero para entonces ya no querían regresar a casa.
“Rumania nos gustó tanto, que decidimos quedarnos”, dice Christoph. Y entonces fundaron el centro ecuestre y casa de huéspedes Equus Silvania, a sólo 25 kilómetros de la zona que los había cautivado del parque nacional. “Pensamos en un lugar que fusionara el amor de Barbara por la equitación con la posibilidad de observar la fauna silvestre, junto con una granja autosostenible. Es un centro ecuestre, pero es mucho más que eso”.
Aquí, a tres horas en auto de Bucarest, criaron a sus dos hijas mientras cuidaban a 35 caballos; tenían cerdos, gallinas, gansos y patos, y cultivaban una gran variedad de frutas y verduras. Pero la falta de vigilancia forestal en los alrededores era una preocupación constante para ellos.
“La mayoría de los residentes no veían un negocio en la tierra y estaban dispuestos a venderla, o sus recursos, al mejor postor”, dice Christoph. Para los bosques y los animales que vivían en ellos el cambio fue catastrófico. “El gobierno mostró poco interés en establecer leyes de conservación”, señala Barbara. “Creemos que dialogar está muy bien, pero si uno desea cambiar algo, hay que actuar”, añade Christoph.
Los promberger se sentían impotentes, pero entonces tuvieron un golpe de suerte. En 2007 una mujer llamada Hedi Wyss se hospedó en su granja, de cuatro hectáreas. Le hablaron sobre la destrucción del bosque y su deseo de evitar una destrucción mayor. “Hedi ya había fundado una organización conservacionista, y cuando le dijimos lo que queríamos hacer —salvar de la tala al parque nacional tanto como fuera posible—, ella mostró un interés inmenso”, refiere Christoph. “Nos dijo: ‘¡Quien puede detener esto es mi hermano!’”
Hedi no exageraba. Su hermano resultó ser Hansjoerg Wyss, el multimillonario suizo de la biotecnología y segundo hombre más rico de Suiza. Hansjoerg tiene 80 años en la actualidad, y según la revista Forbes, una fortuna de más de 6,000 millones de dólares.
La segunda condición fue que no quería ser el único benefactor. “Tuvimos que acudir a más personas dispuestas a apoyar la idea”, prosigue Christoph. “Hansjoerg pensaba que un proyecto tan grande no debía descansar sobre los hombros de una sola persona, de manera que analizamos las cosas, ¡y decidimos que nosotros debíamos hacerlo!”
Así pues, poco antes de la Navidad de 2009 nació la Fundación para la Conservación de los Cárpatos. La tarea que emprendieron no fue nada fácil. Se enfrentaron a taladores de aspecto gangsteril, a la indiferencia de la policía local y a la corrupción de los burócratas, que preferían recibir sobornos a perseguir a los delincuentes. “Hemos pasado por momentos de mucho miedo”, dice Christoph. “Una vez nos reventaron los neumáticos del coche, y a uno de los guardabosques lo amenazó de muerte un hombre que llevó a pastar ilegalmente a sus vacas a un terreno protegido. Es una lucha constante por cambiar la percepción de la gente sobre su entorno”.
El plan consistía en recaudar dinero para comprar parcela por parcela de terreno forestal. Los Promberger trabajaron sin descanso, recurriendo a sus amigos y contactos conservacionistas. “Un contacto nos llevó a otro, y luego a varios más, con lo que descubrimos que la gente estaba dispuesta a respaldar nuestra misión”, dice Christoph. En efecto, recibieron ayuda de todas partes —un donador importante fue un filántropo danés afincado en Hong Kong—. Como resultado, ya sólo miraban hacia delante.
“¿Te imaginas?”, dice Christoph, “a estos magníficos árboles los están talando, y las plantas y los animales se están muriendo porque hay tipos que venden la madera para hacer muebles, o para encender chimeneas en otras partes del mundo”.
En la actualidad un consejo de 10 personas supervisa la fundación, que cuenta con unos 35 empleados, entre ellos 20 guardias que patrullan grandes extensiones de los bosques para asegurarse de que los taladores clandestinos no vuelvan a hacer de las suyas. Christoph y Barbara se encargan de las operaciones diarias como directores generales. “Recibimos fondos de programas de conservación de la Comisión Europea y del Gobierno de Noruega, además de donativos de particulares”, dice Barbara.
Entre otras cosas, el dinero sirve para pagar por la reforestación de las franjas del parque donde los árboles han sido exterminados. Esas zonas a menudo sufren una grave erosión del suelo debido a la manera en que los taladores arrastran los troncos ladera abajo, destrozando todo a su paso.
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Christoph y Barbara están pensando en grande. El objetivo final, en palabras de Hansjoerg Wyss, es crear un “Yellowstone europeo”. Sin duda es un reto enorme. Como señala el ecologista irlandés Lenny Antonelli: “El proyecto de los Plomberger tal vez sea la iniciativa de conservación forestal más ambiciosa y emocionante de Europa en este momento… Y si resulta exitosa, tiene el potencial de convertirse en una de las mayores zonas verdes del continente”.
La pareja ha puesto la mira en una zona protegida de 200,000 hectáreas en los montes Făgăraș, cerca de su hogar en las estribaciones de la cordillera. “Nuestra meta no sólo es terminar con la tala clandestina, sino con toda la tala de escala industrial, cuyos beneficios no llegan a las comunidades locales, sino a países lejanos”, expresa Christoph. “Ya sacamos del parque nacional a los taladores. Ahora tenemos que expulsarlos de toda la cordillera. Queremos ver pequeñas industrias madereras convertidas en talleres de carpintería, agricultura sostenible, personas que se beneficien de actividades que no dañen el medio ambiente. Es un enfoque completamente integral”.
Los expertos dicen que los taladores arrasan a diario con una zona equivalente a tres canchas de futbol en los bosques de los Cárpatos. Aunque las actitudes entre los residentes están cambiando poco a poco, los Promberger afirman que la corrupción y la apatía son un obstáculo constante.
“Los que se han hecho ricos con la tala ilegal suelen construir casas de descanso en los bosques sin un permiso oficial”, señala Christoph. “Esto es una amenaza aun mayor para los cauces de agua y la vida silvestre. Todavía hay corrupción, una mafia, pero las cosas están cambiando para bien. Ahora tenemos 28,300 hectáreas de bosque libres de cazadores, 16,015 hectáreas de tierras forestales totalmente protegidas, y hemos plantado más de 466,000 árboles”.
El objetivo último de la fundación es donar todo al pueblo rumano algún día, pero eso sólo sucederá cuando el Estado esté en mejores condiciones para manejarlo. Christoph dice que el país tiene 13 parques nacionales, pero que están mal financiados.
“Cuando comenzamos esta tarea hubo poco interés por parte del gobierno en establecer leyes de conservación”, dice Barbara. “Rumania es el único país de la Unión Europea que carece de un presupuesto especial para las zonas protegidas”.
Afortunadamente, hay señales de cambio. Hace dos años el Parlamento de Rumania aprobó un nuevo reglamento forestal destinado a detener la tala ilícita y permitir a los pequeños propietarios agrícolas ganar dinero legalmente aprovechando sus tierras forestales. La agencia anticorrupción del país también está investigando a algunos funcionarios de la administración forestal del Estado.
Mientras tanto, el trabajo de los Plomberger continúa. Lleno de determinación y optimismo, Christoph dice: “Estamos comprometidos con esta iniciativa, al igual que toda la gente que nos apoya, para hacer de este parque natural el más grande e importante de Europa”.
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