El caso con un pacientes me hace creer que llega un punto en la vejez en que la fisiología cambia. Hace medio año un paciente mío octogenario se quejó de mareos.
Llevaba décadas tomando un antihipertensivo compuesto por dos fármacos para mantener su presión arterial por debajo de 140/90, máximos aconsejables para prevenir infartos, apoplejías e insuficiencia renal.
El mareo es común en los adultos mayores que toman antihipertensivos. “Siento como si fuera a desmayarme”, afirmó el hombre. “La vista se me nubla y me flaquean las piernas”. Por suerte, la sensación pasaba sin que él llegara a caerse.
Acordamos que dejara de tomar el medicamento durante un mes para ver qué sucedía. Él accedió a comprar un manómetro doméstico, tomarse la presión dos o tres veces a la semana y comunicarme los resultados. Transcurrió un mes. A juzgar por las cifras de las múltiples tomas, su presión arterial había vuelto a la normalidad. Además, dejó de sufrir mareos.
Le escribí: “Deje el medicamento definitivamente. Las cifras indican de forma clara que ya no lo necesita”. El paciente quedó muy complacido. Mi decisión le ahorraba dinero y le permitía olvidarse de una de sus muchas píldoras diarias.
Aun así, recientes investigaciones ponen en duda mi decisión. Hace poco un estudio financiado por el gobierno de Estados Unidos terminó antes de lo esperado debido al hallazgo de que bajar la presión arterial de forma drástica salva vidas. Según los nuevos resultados, reducir la cifra mayor (presión sistólica) a 120 o menos es aún mejor para salvar vidas que la norma actual de 140.
Yo sigo convencido de que mi decisión fue correcta. Ayudé a mi paciente a evitar un efecto secundario como una caída y quizá una fractura de cadera, uno de los azotes de los adultos mayores. Además, nos opusimos a la inercia médica: la tendencia a dejar las cosas como están porque es más fácil que cambiarlas.
La experiencia de mi paciente y otros casos como el suyo me hacen creer que llega un punto en la vejez en que la fisiología cambia. Sin duda intervienen muchos factores, como el envejecimiento del cerebro, la rigidez vascular y la distinta concentración de hormonas. Unas veces la edad acarrea más achaques, pero otras parece que éstos disminuyen.
Con demasiada frecuencia no consideramos la opción de suspender un medicamento en personas mayores que toman muchos. Un reciente análisis de más de 24 estudios en que los sujetos dejaban de tomar un fármaco (incluidos ansiolíticos como el diazepam y antihipertensivos) reveló que hacerlo les rendía beneficios inesperados. Las molestias cedían y su salud general mejoraba.
Como médico empeñado ante todo en no hacer daño, estoy dispuesto a creer que las investigaciones más recientes prometen un mejor control de la hipertensión, pero no dejaré de buscar la forma de minimizar el uso excesivo de fármacos en pacientes mayores.
Muchas veces, menos medicinas significan mejor salud.
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