Extraer a estos seres vivos de su hábitat natural no solo los perjudica a ellos y a sus ecosistemas, sino que también podría afectarnos a nosotros.
Será bonito tener una serpiente o un monito? O mejor una iguana para traerla en el hombro… ¿Qué tal un ave colorida o una que cante hermosísimo? Somos muchas las personas que amamos la naturaleza e imaginamos cómo sería tener especies silvestres de mascotas, ya sea porque algunas representan poder y cierto estatus, otras a causa de su carisma —sobre todo cuando son crías—; sin embargo, no conocemos del todo su comportamiento y lo que este puede implicar.
Desde hace miles de años el ser humano ha tenido animales de compañía con los que ha convivido y a los que ya conoce muy bien. No obstante, ahora se ha puesto de moda tener como mascotas a especies silvestres, es decir, criaturas que viven en la naturaleza, en un hábitat no diseñado por el hombre, y cuyos hábitos ignoramos casi en su totalidad.
Sí, en su mayoría son bonitos, pero tenerlos como mascotas implica graves problemas, pues podríamos dañar su salud y la de nuestra familia. Si pensamos adquirir uno de estos ejemplares, primero hay que considerar algunos puntos fundamentales.
Gran parte de los miembros de la fauna silvestre con los que se comercia, aun en tiendas reconocidas, provienen del comercio ilegal; los ejemplares son extraídos de su ambiente y se venden sin permiso. Además de mascotas, se utilizan con otros fines: alimentarios, de medicina tradicional, ornamentales (decoración, confección de prendas y accesorios).
México es un país megadiverso, ocupa el quinto lugar mundial por el número de mamíferos, aves, anfibios y reptiles que alberga; desafortunadamente, muchas de estas especies están en peligro de extinción o amenazadas. La cacería y el contrabando, así como los compradores de organismos y productos ilegales, son cómplices de su pérdida y merma.
Estos son algunos de los más vendidos en México.
Entre las especies más traficadas se encuentran: loros, guacamayas, pericos, jaguares, ocelotes, tarántulas, reptiles, anfibios, tigres y leones; estos dos últimos no son originarios de México, se trata de ejemplares importados.
Se estima que por cada loro, perico o guacamaya extraído de su entorno, mueren entre 5 y 10 ejemplares; por cada mono que es vendido, otros 3 mueren durante el proceso de captura, acopio o distribución.
Sacarlos de su ecosistema —lo que de por sí ya atenta contra la biodiversidad— ocasiona daños irreversibles. Por ejemplo:
Cuando las crías (como todo ser vivo) crecen y se desarrollan, requieren más comida y espacio. Un animal salvaje se alimenta de lo que hay en su hábitat natural, pero es probable que en casa no se cuente con el sustento adecuado, e incluso en las tiendas de mascotas pocas veces se encuentra el producto correcto.
Por ejemplo, los falsos camaleones (reptiles de zonas áridas de México) tienen una dieta a base de insectos que difícilmente se encuentran en casa; algunas personas les dan pan con leche, que, por cierto, no pueden digerir, así que tienen problemas digestivos y, por lo general, mueren. Es muy importante alimentar a cada mascota con la frecuencia y cantidad exigidas por su especie.
En muchas ocasiones, cuando los animales crecen y ya no caben en la cajita o la jaula que tenían, los dueños se enfrentan a otro problema. Si estas criaturas están en un área pequeña, se estresan tanto que incluso pueden llegar a morir. Todos los animales silvestres requieren de cierto espacio, un territorio en el que puedan moverse, cazar, descansar, buscar pareja y reproducirse.
Al llevarlos a un hogar humano, estarán encerrados en un lugar pequeño y restringido donde no podrán desplazarse (¡estarán encarcelados de por vida!). Esa celda, o incluso si se trata de un cuarto o jardín que se les pueda proporcionar, será muy pequeño en comparación con el vasto territorio con el que cuentan en su hábitat natural.
Además, hay que tener en mente que, al quitarle la libertad a un integrante, se priva de la libertad a toda la especie en su conjunto; es decir, si se compra un animal, para los vendedores representará un negocio, por lo que los seguirán capturando poco a poco, un ejemplar tras otro, hasta que queden pocos al natural; de esos, los que logren sobrevivir permanecerán en espacios muy limitados.
Estos animales rara vez mostrarán afecto hacia los humanos; por el contrario, debido a que han aprendido, con justa razón, que el hombre es uno de los principales depredadores, la reacción primaria de estos seres será huir.
Si se sienten amenazados y no tienen opción de escapar, entonces se verán obligados a enfrentar a la causa de su miedo, así que en ocasiones una caricia podrá ser percibida como una agresión.
Los reptiles y anfibios son menos expresivos debido a sus músculos faciales, y es extraño que logren transmitir gusto o felicidad.
Como sea, todos, al estar hambrientos, buscarán alimento, y si se sienten en peligro o en riesgo, se defenderán, así sea de quien los adquirió. En caso de que lleguen a atacar a alguien, se dirá que son salvajes, aunque solo actúen en defensa propia. En realidad, los salvajes son los que participaron en su cautiverio y, aún más, los compradores que promueven su captura.
Las especies silvestres han sido poco estudiadas, pero sabemos que poseen cierta resistencia a enfermedades y utilizan mecanismos y conductas de defensa propios que adquieren mediante el cuidado materno. No obstante, cuando son extraídos de su medio pueden transportar patologías endémicas de su lugar de origen.
Además, en el tiempo que transcurre entre su captura y venta, suelen ser resguardados en condiciones desfavorables; muchas veces hacinados y obligados a convivir con diferentes especies, por lo que las enfermedades pueden diseminarse.
Al comprar un animal silvestre, quizá no se encuentre enfermo, aunque podría estar infectado. Si su salud degenera, es poco probable que en casa le podamos brindar los cuidados necesarios: aún no hay los suficientes médicos veterinarios especializados en fauna silvestre. Por otra parte, puede tener afecciones desconocidas, por lo que su atención, cuidado y tratamiento serán poco eficaces.
Hay que considerar que al adquirir especies salvajes para tenerlas como mascotas también se introducen agentes como virus, bacterias y parásitos causantes de enfermedades zoonóticas, es decir, padecimientos que se transmiten al ser humano e, incluso, a otros animales domésticos que sirven de huéspedes.
Estos organismos son hermosos, por lo que muchas personas gustan de tenerlos como mascotas. No obstante, si se desea adquirir uno de estos animales, hay que tratar de darle las mejores condiciones y procurar que no se ponga en riesgo su existencia, ni la de otras especies sobre la Tierra. No hay que olvidar que pueden ser transmisores de afecciones que no son incapaces de esparcirse a otros animales, el ser humano incluido.
Las especies silvestres están mejor si se encuentran en su hábitat natural. Solo ahí cumplen su función dentro del ecosistema: las aves lucen mejor sus plumajes y cantos en libertad; los depredadores ayudan a mantener el balance; los felinos, primates y reptiles pueden desplazarse en su territorio innato. Por todo lo anterior, tener un animal silvestre como mascota no es la mejor opción. El costo, no solo el económico, es bastante alto, así que habrá que pensarlo varias veces.
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