Niños: De dos en dos
De dos en dos En una ocasión llevé a mi hijo, de casi cuatro años, a comprarle unos zapatos. Como es costumbre, en la zapatería sólo me proporcionaron uno para probárselo. Al ver que le...
De dos en dos
En una ocasión llevé a mi hijo, de casi cuatro años, a comprarle unos zapatos. Como es costumbre, en la zapatería sólo me proporcionaron uno para probárselo. Al ver que le quedaba bien al niño, le dije a la vendedora que me los llevaría.
De camino a casa me desconcertó el desinterés de mi hijo por sus zapatos nuevos, de modo que al llegar le di la caja y le pregunté:
—¿Te gustaron?
—Sí —respondió el niño, un poco desanimado.
—¿Y por qué no te los pones de una vez? —le sugerí.
En el momento de abrir la caja y darse cuenta de que había un par de zapatos dentro, lleno de emoción el niño exclamó:
—¡Bravo, mamá, me compraste los dos!
Norma Gutiérrez, México
Cierta vez, una pequeña vecina mía fue a mi casa para que le ayudara a resolver un problema matemático sobre fracciones. Tuve que explicarle cómo se divide un entero y cómo se denomina a cada fracción. A manera de ejemplo le comenté que si yo partía una naranja en ocho partes iguales, cada una de ellas representaba un octavo.
Después de darle otros ejemplos que la niña pareció comprender bastante bien, le pregunté:
—Ahora dime: si divido un pastel en diez partes iguales, ¿cómo se le llama a cada parte?
La pequeña se quedó pensándolo unos instantes, y luego, muy segura de sí misma, contestó:
—Si divides el pastel en diez partes iguales, cada una de ellas se llama ¡rebanada!
Sofía González, México
Guerra de ruidos
Cuando mi mamá era niña, su cama y las de mis tías estaban en la alcoba de mi abuela, y las de mis tíos en la habitación contigua, donde dormía mi abuelo. Una noche, cuando todos estaban ya acostados, mi abuelo empezó a roncar.
Una de las niñas se quejó:
—Mamá, dile a mi papá que no ronque tanto. ¡No me deja dormir!
Mi abuela, alzando la voz desde su cama, se dirigió a mi abuelo:
—¡Viejo, viejo! ¡Deja de roncar!
Como los ronquidos no cesaban, mi abuela insistió:
—¡Viejo! ¡No nos dejas dormir! ¡Deja de roncar!
Antes de que mi abuela continuara con sus llamadas de atención, uno de mis tíos respondió desde el otro cuarto:
—¡Mamá, no grites! ¡No nos dejas dormir!
Lourdes Rivas, El Salvador
Tenía yo siete meses de embarazo cuando mi hijo, de cinco años, me preguntó cómo saldría el bebé de mi cuerpo. Como vivimos en una granja productora de leche, le pregunté:
—¿Recuerdas el día en que vimos nacer al ternero?
—Sí —contestó el niño.
—Bueno, pues es algo muy parecido a eso.
Contuve el aliento ante su silencio, tratando de imaginar cuál sería su siguiente duda.
—¿El doctor tendrá que usar botas de hule? —preguntó al fin—. Cuando nació el ternero había tanto lodo, que papá tuvo que ponerse las suyas.
Heather Grabia, Canadá
Durante un reciente viaje que hizo en avión con sus tres hijos, mi hija les explicó que mascar chicle ayuda a destapar los oídos. La niña más pequeña, de cuatro años, escuchó atentamente la explicación.
Una vez que mi hija le dio un chicle a cada niño, la pequeña le pidió otra pieza, pero como sabía que mi nieta acostumbraba tragarse los chicles, le contestó que no.
—Entonces, ¿qué me voy a poner en el otro oído, mamá? —preguntó la niña, desconcertada.
Marilyn Norris, Canadá